zaragoza
Actualizado:"Siempre se ha hablado de la batalla de Guadalajara como la primera derrota de Mussolini. Si fue la primera vez que se detuvo a un ejército fascista en el mundo, ese fue el mérito de la República en ese episodio", explica Dimas Vaquero, profesor de la Universidad de Zaragoza, doctor en Historia y uno de los principales especialistas en la participación italiana en la guerra civil, sobre la que ha escrito libros como Creer, obedecer,. Combatir... y morir, sobre la intervención de las tropas de ese país en el conflicto bélico, o Mussolini y España, Franco y Mussolini, unas relaciones difíciles, en el que documenta el juego a dos bandas del dictador transalpino, que por un lado apoyaba con tropas a los sublevados y por otro vendía a la zona leal vía Marsella cereal, azúcar y material para la industria militar procedente del Báltico.
La batalla de Guadalajara, de cuyo final se cumplen 85 años la semana que viene, incluyó un sangriento enfrentamiento entre los milicianos de origen italiano agrupados en la Brigada Garibaldi y el Corpo Truppe Volontarie, una amalgama de camisas negras y militares de carrera enviados por Mussolini para apoyar a los sublevados.
El enfrentamiento, que tuvo como escenario el triángulo que forman Brihuega, Trijueque y Torija, comenzó con un encuentro fortuito de miembros de los dos grupos en el Palacio de Ibarra, en el que se habían atrincherado los mussolinianos, entre los que hubo cerca de 400 muertos. "Fue como una pequeña guerra civil italiana en la que lucharon prácticamente cuerpo a cuerpo", señala Vaquero.
"Fue como una pequeña guerra civil italiana en la que lucharon prácticamente cuerpo a cuerpo", señala Vaquero
El enfrentamiento entre italianos se repetiría al año siguiente en Gandesa (Tarragona), durante la batalla del Ebro, en la que murieron más de un millar de ellos, aunque para entonces los garibaldinos ya no luchaban bajo la bandera italiana de su brigada, que había pasado a integrarse en el ejército leal tras la militarización de las milicias republicanas y las internacionales y la disolución del Consejo de Aragón.
De la Olimpiada Popular al frente de Huesca de un día para otro
En la guerra civil española combatieron más de 85.000 italianos, alrededor de 80.000 enviados por Mussolini y en torno a 5.500 garibaldinos, como batallón de milicianos en la respuesta inicial de las organizaciones obreras a la sublevación, como brigada más tarde, conforme iba creciendo, y finalmente como parte de la XII División del ejército republicano.
El embrión del grupo lo formaron los italianos, buena parte de ellos exiliados en Francia, Bélgica y otros países europeos, que en julio de 1936 se encontraban en Barcelona para participar en la Olimpiada Popular con la que las organizaciones de izquierdas pretendían dar la réplica a los Juegos Olímpicos de Berlín de ese año, utilizados por Hitler como medio de propaganda pese a la derrota moral que supusieron para el régimen nazi la muestra de poderío del afroamericano Jesse Owens y sus cuatro medallas de oro.
"La primera formación no era militar, eran milicianos y salieron de Barcelona prácticamente con lo puesto", describe el historiador
Las competiciones iban a comenzar el lunes 19 de julio, pero fueron suspendidas ante la sublevación militar en África y el inicio de los enfrentamientos armados, tras lo que los italianos que iban a participar en ellos se organizan en dos columnas, la Justicia y Libertad y la Gastón Sozzi, que se desplazan a la zona nororiental de Huesca, con el mismos sentido hacia el oeste que tomaron en esos días grupos similares como la Columna Durruti.
"La primera formación no era militar, eran milicianos y salieron de Barcelona prácticamente con lo puesto", describe el historiador, que recuerda cómo el grupo fue creciendo hasta alcanzar la cifra de 5.500 brigadistas. "A finales de 1936, cuando se comienza a organizar el ejército de la República, comenzaban a serlo", anota.
Los garibaldinis, que adoptaron ese nombre en homenaje al revolucionario que había participado en la unificación del país a mediados del siglo anterior, participaron en la defensa de Madrid en los primeros meses de la guerra y en la batalla de Jarama antes de intervenir en la de Guadalajara, en la que los prisioneros que hicieron en el episodio del bosque de Ibarra fueron presentados por el Gobierno español al Comité de No Intervención como prueba del apoyo de la Italia fascista a los sublevados, y después en la del Ebro, tras la que comenzaron a ser disueltas las Brigadas Internacionales.
"Mussolini quería un cuerpo propio de su ejército en España"
La génesis del Corpo Tropa Volontarie fue muy distinto. "A España vinieron unos 80.000 fascistas, el 40% de ellos soldados voluntarios y el otro 60% con mucha presencia de camisas negras, aunque no todos lo eran", señala Vaquero, que apunta que "al principio venia lo más selecto del fascismo, pero pronto empezó a llegar gente que se buscaba un medio de vida, como legionarios, y otros llegaron directamente engañados, creyendo que iban a una misión de paz para encontrarse desembarcando con un máuser en la mano".
Las tropas terrestres italianas contaron con el apoyo de la aviación legionaria
Sus primeras intervenciones en la guerra se produjeron dentro de brigadas mixtas con falangistas. Sin embargo, "Mussolini quería un cuerpo propio de su ejército en España, y por eso funda el Corpo Tropa", indica, que participaría en el ataque que provocó la desbandá de Málaga y después en el frente del norte, época en la que fue construida la pirámide funeraria del Puerto del Escudo, además de en las batallas de Guadalajara y del Ebro, previas a su intervención en Catalunya.
En esos dos últimos episodios, las tropas terrestres italianas contaron con el apoyo de la aviación legionaria, que desató algunos de los bombardeos más sanguinarios de la guerra civil española, como los de Alcañiz, Lleida y Barcelona.
"Entre sus últimas acciones militares, participaron activamente en la campaña de Catalunya, aunque Franco maniobró para evitar que fuesen ellos quienes tomaran Barcelona", explica el historiador. Ocurrió algo similar en Alicante.
Las primeras maniobras de apoyo habían llegado, en realidad, antes de que comenzara la guerra; concretamente, cuando a primeros de julio de 1936 el Gobierno fascista de Italia firma con el monárquico Pedro Sáiz Rodríguez los cuatro contratos que derivarían en el envío antes de que acabara ese mes de los primeros doce aviones Saboya Marquetti para los sublevados, que resultarían claves para cubrir el salto a la península de las fuerzas africanistas.
El mausoleo de Zaragoza
El grueso de los cadáveres de los italianos que lucharon en la guerra civil española y que han sido localizados se encuentran en, o han pasado por, el Sagrario Militar de Zaragoza, un complejo de jurisdicción italiana situado junto al Parque Pignatelli, en el Paseo de Cuéllar, un edificio que sigue los megalómanos cánones de la estética mussoliniana pese a que las circunstancias llevaron a reducir la altura de su torre de los 80 metros proyectados a los 42,6 finales y a achicar su espacio ante la necesidad de fondos para finalizar las obras.
El grueso de los cadáveres de los italianos que lucharon en la guerra civil española y que han sido localizados se encuentran en, o han pasado por, el Sagrario Militar de Zaragoza
"Lo mandó construir Mussolini para acoger los restos de los 4.000 soldados fascistas que murieron en la guerra civil española", señala Vaquero. Sin embargo, acabó acogiendo también los de 557 brigadistas, cuyos nombres pueden leerse en las 2.800 placas memoriales del complejo.
Este, tras acordarlo Mussolini y Franco, iba a incluir un mausoleo, una iglesia y una residencia para los familiares de los fallecidos que fueran a visitarlo. Sin embargo, el proyecto, negociado en 1940, quedaría paralizado por orden gubernamental al año siguiente, con la defenestración, detención y muerte del dictador italiano.
El Gobierno de Pietro Badoglio, que antes ya había parado las obras para evitar "un homenaje a los soldados fascistas que habían venido a luchar contra la democracia", tomó dos decisiones: vender a una orden religiosa los terrenos en los que iba a levantarse la residencia y decidir que los restos de los brigadistas también serían trasladados allí, algo que convertía el pequeño ‘islote’ italiano de Zaragoza en un desafío para la dictadura local, que ya había comenzado a levantar el Valle de los Caídos.
"Italia decidió homenajear a todos sus caídos en España, y la colocación de los féretros representa la idea de aquel Gobierno italiano de representar en un solo edificio la reconciliación de su país", expone el historiador.
Era 1944 y se trataba de un planteamiento diametralmente opuesto al del franquismo que se completa con las facilidades dadas a los familiares de los fallecidos para recuperar sus restos, algo que ya ocurrió con un millar de los enterrados en la pirámide de El Escudo cuando iban a ser trasladados a Zaragoza.
Los brigadistas fallecidos en el enfrentamiento de Brihuega y los del Escudo fueron los últimos en ser trasladados al mausoleo de la capital aragonesa, al que nunca llegaron los alrededor de ochenta sepultados en Ciutadella y Mahón.
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