La lucha por el memorial de la cárcel de Carabanchel sigue viva 15 años después del derribo de la prisión
Por sus celdas pasó la flor y nata de la resistencia antifranquista, no sin establecer jerarquías entre los grupos, y en sus pasillos se cruzaron anarquistas, comunistas y terroristas. A pesar de no haber podido evitar su demolición, colectivos memorialistas claman por la construcción en el lugar de un espacio de memoria democrática.
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No tuvieron fuerza suficiente para evitar el derribo. Aquel 25 de octubre de 2008, decenas de personas presenciaron con asombro cómo las máquinas demolían la gran cúpula que coronaba la magna prisión de Carabanchel. Hechas añicos quedaron las celdas en las que vivieron, los comedores en los que se reunieron, los tejados desde los que se rebelaron. Década y media después de aquello, ahora se activa un plan parcial para edificar en la zona. El lugar todavía guarda los cascotes de una cárcel levantada bajo mano de obra de presos republicanos. Su lucha aún no ha terminado.
La primera vez que Luis Suárez-Carreño entró en la cárcel de Carabanchel tenía 21 años. Era junio de 1970 y, tras haber pasado tres calamitosos días plagados de torturas en la Dirección General de Seguridad, sita en la Puerta del Sol, llegó a esta prisión de tránsito acusado de propaganda ilegal: “Entrar allí era impresionante, todo un mundo. Era una ciudad con su propia organización y reglas”, recuerda. También rememora que traspasar las puertas de la prisión le pareció “un alivio” debido a los interrogatorios tan duros que había sufrido.
“Fue una experiencia muy interesante, tanto en el plano político como humano. Allí conocí a gente de distintas corrientes políticas y procedencias del Estado”, añade. En cambio, muy poca gente conocía a su grupo de acción, denominado Grupo Comunismo, el embrión de la conocida Liga Comunista Revolucionaria. Mes y medio después, recuperó la libertad condicional.
Suárez-Carreño volvió a dar con sus huesos en Carabanchel tres años
después. En el verano de 1973, este arquitecto de profesión volvió a la tercera galería, reservada a los presos políticos: “La población se había renovado. Ya estaban los del Proceso 1001, de CCOO, también había algunos de ETA y el FRAP, incluso anarquistas y un carlista”.
A pesar de que él siempre intentó aprovechar el tiempo dentro de prisión para estudiar, leer y ejercitarse, en otros momentos la lucha acuciaba: “Yo hice dos huelgas de hambre. En una duré una semana y en otra, 15 días. La primera era por una acción represiva que había habido en la cárcel y la segunda por los últimos fusilados del
franquismo, en septiembre de 1975”, comenta.
“Entrar allí era impresionante, todo un mundo. Era una ciudad con su propia organización y reglas”Luis Suárez Carreño, expreso en Carabanchel
A decir verdad, los presos políticos no estaban tan mal que aquellos que después tomarían mayor relevancia, los sociales. En su caso, conformaron una comuna en la que compartían sus pertenencias, tales como libros, dinero y comida que les llegaba desde la calle. “Teníamos un fuego para nosotros, así que podíamos cocinar, y nos reservaban una sala especial. La llamábamos nuestra cocina y ahí guardábamos la fruta y lo que comprábamos en el economato”, atestigua Suárez-Carreño a sus 74 años.
Unas Comisiones Obreras encarceladas
Natividad Camacho es otra de las voces que guardan la historia de la cárcel de Carabanchel. Ella tiene 25 años cuando entra por primera vez por las puertas de la prisión para dirigirse al psiquiátrico. En su segunda reclusión, a Camacho la encierran en los sótanos del hospital penitenciario, donde estaba la cárcel de madres de manera provisional.
“El 31 de enero de 1973 entro en Carabanchel después de ser detenida por realizar una campaña a favor de los compañeros del Proceso 1001”, explica esta antigua integrante del Secretariado Nacional de CCOO por aquellos momentos. La detención se saldó con una multa de 200.000 pesetas que cumplió en el centro de detención de mujeres construido dentro de la parte reservada al psiquiátrico en la cárcel. Allí llegó Camacho embarazada de tres meses, un hecho que ocultó en todo momento a sus captores.
Los “carabancheles” de Carabanchel
Lo que vio aquellos dos meses de reclusión todavía lo recuerda como algo “horroroso”. Así lo relata: “Los presos declarados oficialmente locos eran gente totalmente abandonada a su suerte. Allí no había psiquiatra alguno, ni enfermero. Se cuidaban unos a otros y continuamente se les veía como anestesiados por la medicación”.
“Los presos declarados oficialmente locos eran gente totalmente abandonada a su suerte. Allí no había psiquiatra alguno, ni enfermero. Se cuidaban unos a otros y continuamente se les veía como anestesiados por la medicación”Natividad Camacho, expresa en Carabanchel
Cuando salió, a principios de abril, acudió a otra reunión de CCOO el 4 de mayo. La volvieron a detener. “Después de las torturas en la DGS y de pensar que de ahí no salíamos con vida, me llevaron al hospital penitenciario”, relata.
Ese es uno de los “carabancheles”, tal y como Camacho denomina a la prisión, que conforman el enclave al completo, de 17 hectáreas. “Me llevaron al sótano del hospital, reservado para presas con hijos e hijas menores de seis años. Me encontré con más de diez mujeres y una docena de menores, además de alguna embarazada como yo, que ya no lo podía ocultar”, aduce a sus 76 años.Plano de los nuevos desarrollos urbanos en Madrid en los terrenos de la antigua cárcel de Carabanchel, a 12 de abril de 2023, en Madrid / Carlos Luján-Europa Press
Ni siquiera luz natural tenían. Todavía se congratula que sus cálculos fallaran y el hijo que esperaba pudiera nacer en libertad. Al menos la libertad que en 1973 se podía respirar en el exterior de la cárcel.
Manuel Martínez también visitó esos “carabancheles” en más de una ocasión. “La primera vez que me metieron preso tenía 15 años y tres meses, en marzo de 1967, y me encerraron en un reformatorio religioso”, inicia su diatriba. Volvió a caer en agosto de 1968, ya con los 16 años cumplidos, y esta vez sí que llegó a Carabanchel acusado por la Ley de Vagos y Maleantes.
“La primera vez que me metieron preso tenía 15 años y tres meses, en marzo de 1967, y me encerraron en un reformatorio religioso”Manuel Martínez, exrecluso en Carabanchel
“Leíamos novelas de Marcial Lafuente Estefanía y Corín Tellado. Te las metías en los huevos y podías esconderlas de alguna forma”, cuenta con desparpajo este madrileño que nació en 1951".
Todos presos políticos, pero unos más que otros
En cambio, el recuerdo que guarda este preso social de los presos políticos no es demasiado grato: “Los del Proceso 1001 eran peor que los carceleros. Notabas su desprecio en la mirada, no tenían ningún gesto de empatía con nosotros. Para ellos, éramos los apestados. Ellos sí que tenían buena relación con los carceleros”, enuncia.
Martínez sí que habla de forma diferente de la solidaridad entre iguales: “El que tenía algo de comida lo compartía con los demás, o si tenías tabaco le dabas a quien te pidiera un cigarrillo. A los que estaban en las celdas de castigo se los pasábamos escondidos con una cerilla dentro”.
Su última entrada en Carabanchel se dio en 1977, detenido tras un atraco. Estuvo cinco años y medio, hasta 1981. “Cuando llegué, la Coordinadora de Presos en Lucha (Copel) ya estaba creada. El 18 de julio de 1977 nos amotinamos. Subimos a la cúpula y allí estuvimos varios días. Era terrorífico. No pensamos que íbamos a durar tanto y pronto nos quedamos sin víveres”, remarca Martínez sobre uno de los periodos más importantes del mundo penitenciario durante la Transición que también quedó plasmado en Autobiografía de Manuel Martínez (Pepitas de calabaza, 2019), escrito por Eduardo Romero.
“Nosotros éramos presos por la dictadura, igual que los demás, lo único que ellos luchaban contra ella y lo nuestro era una rebeldía innata, pura supervivencia”Manuel Martínez, expreso en Carabanchel
Les cayeron botes de humo, pelotas de goma y hasta balas de plomo. “Nosotros nos defendíamos con una barandilla que rompimos, esa era nuestra munición”, enfatiza. Según afirma sobre la relación con los presos políticos, “nosotros éramos presos por la dictadura, igual que los demás, lo único que ellos luchaban contra ella y lo nuestro era una rebeldía innata, pura supervivencia”.
Esperanzas por el memorial
Eloy Martín es un anarcosindicalista que terminó en Carabanchel con 20 años. Le detuvieron en 1972, en Carabanchel Alto, por propaganda ilegal. “Estábamos llamando a la acción desde Autogestión Obrera, un grupo libertario que teníamos, aunque por aquel entonces también currábamos con CCOO”, cuenta. Terminó en la tercera galería: “Todos estábamos allí, incluso gente que conocía de antes. La galería estaba llena, aunque la última planta estaba reservada para los homosexuales. Lo llamábamos el palomar”.
Él fue a parar a la comuna que existía en paralelo a la de los presos políticos de CCOO y el PCE, según recuerda. “Ellos estaban por un lado, y en la otra nos encontramos otros presos políticos: gente del FRAP, trotskistas, ácratas y los poquitos de la ETA que había”, añade.
“Ellos estaban por un lado, y en la otra nos encontramos otros presos políticos: gente del FRAP, trotskistas, ácratas y los poquitos de la ETA que había”Eloy Martín, expreso en Carabanchel
De hecho, a Martín le enseñó matemáticas un preso del FRAP. Tal era la fraternidad entre rejas. Finalmente, estuvo en la cárcel desde marzo a junio de 1972 gracias a la defensa judicial de la reconocida Paca Sauquillo, aunque volvió a caer en abril de 1974 por, de nuevo, propaganda ilegal.
Carabanchel cerró como centro penitenciario en 1998 y se demolió en 2008. “Durante esa década intentamos que se mantuviera el edificio por su singularidad arquitectónica y que, bajo todo punto de vista, representaba la memoria de la lucha antifranquista y la represión, pero no tuvimos la fuerza suficiente”, dice Suárez-Carreño. Entre los escombros quedan unos dótanos. “Planteamos que las áreas enterradas se conserven y se hagan visibles como elemento de memoria”, finaliza.
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