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La Albufera de València o cómo rescatar un humedal amenazado por la mala gestión del agua

La contaminación del humedal y la mala gestión del entorno lastran a La Albufera, cuyas masas de agua alcanzaron un nivel de riesgo sin precedentes. La Administración, con el desastre del Mar Menor como advertencia, trabaja para devolver la laguna a su estado natural.

Imagen del humedal de La Albufera de Valencia./ Europa Press

Alejandro tena

Cuando el Mar Menor colapsó el pasado otoño, los valencianos, preocupados, pusieron sus miradas en La Albufera y sus masas de agua, sujetas a un proceso de decadencia similar. Esta laguna de más de 21.000 hectáreas fue para las poblaciones árabes que habitaron la península el espejo del sol, sin embargo, hoy –pese a los indicios de su lenta recuperación– sus aguas son tan opacas que apenas dejan que la luz solar penetre hasta el fondo.

“El origen del problema se remonta a los años 70 y 80 del siglo XX”, narra Javier Jiménez Romo, biólogo con amplia experiencia en este Parque Natural situado a escasos kilómetros del centro de València. Fue en esa década cuando el desarrollo urbanístico, el crecimiento industrial y el asentamiento de un modelo agrícola de carácter intensivo terminaron por degradar el humedal.

“Llegó mucho nitrógeno y fósforo, lo cual provocó que crecieran algas de fitoplancton, que proliferaron con rapidez hasta producir un bloom, que reverdeció el agua e hizo imposible que la luz solar llegase al fondo”, agrega el experto, que señala cómo este proceso impidió que las plantas superiores pudieran llevar a cabo la fotosíntesis de manera correcta. “Desde entonces, el ecosistema no se ha conseguido revertir”, explica Andreu Escrivà, ecólogo y divulgador ambiental.

"No estamos en la recuperación definitiva"

En 2004 el Estado diagnosticó el problema de contaminación por primera vez y, desde entonces, se comenzaron a desarrollar medidas para reducir la llegada de residuos industriales y se amplió la red de depuradoras y tanques de tormenta. “Estos tímidos avances empiezan a notarse ya, sin embargo, no estamos en la recuperación definitiva”, argumenta Jiménez Romo.

Pero, el problema de La Albufera de Valencia, un ecosistema protegido e incluido dentro de la Red Natura 2000 y la lista de humedales de importancia Ramsar, no es sólo de calidad del agua –que presenta un exceso de nutrientes–, sino también de “cantidad”, reconoce Sergi Campillo, concejal Delegado de Conservación de Áreas Naturales del Ayuntamiento de València, propietario de la Laguna. Lo cierto es que, según denuncian los expertos, la entrada de agua en el entorno es escasa y se rige más por cuestiones agrícolas que por criterios técnico ambientales, debido al poder que tiene la comunidad arrocera en el entorno, un tipo de cultivo que ocupa cerca de 16.000 hectáreas de las 21.000 totales.

“Se ha ido reduciendo la aportación de agua de los ríos a medida que se han ido desarrollando otros usos en la cuenca”, comenta Campillo. El político se refiere a la aparición de nuevos entramados urbanos, así como el desarrollo de nuevos entramados de regadío en La Mancha oriental, lo cual ha propiciado que la Confederación Hidrográfica del Júcar –con quien este medio ha tratado de hablar sin éxito– no pueda destinar suficiente agua a la laguna de La Albufera. No obstante, el Consistorio valenciano está negociando para aumentar la entrada de agua de calidad y conseguir limpiar el verde de las aguas.

Los ambientalistas también ponen el foco en la Junta de Desagüe de La Albufera, en manos de los arroceros del entorno. Esta entidad centenaria es la encargada de abrir y cerrar las compuertas que, como si se tratase de una bañera, llenan el humedal de agua. Los arroceros colman las acequias conforme a las necesidades de los cultivos, sin dar mucho peso a las necesidades ecológicas del entorno. “Se rige por los intereses de la agricultura y de una forma nada democrática”, opina Jiménez Romo.

José Fortea, secretario de la Junta de Desagüe, explica a Público que la situación de La Albufera es buena y argumenta que si no fuera por los agricultores, el ecosistema no existiría. Lo cual, según el propio Concejal del Ayuntamiento de Valencia y los expertos consultados, no es del todo falso, ya que los arrozales se han convertido en una suerte de “depuradoras verdes” que frenan la llegada de nutrientes al lago. No obstante, que la entrada de agua del Júcar y el Turia dependa de los tiempos de la agricultura y no de las necesidades del entorno puede suponer un lastre para el paraje natural.

"Necesitamos recuperar la Albufera y dejarla como la vieron nuestros abuelos antes del colapso de los años setenta"

Para Escrivà, “se debe tratar el problema como un tema de aportes de agua” y por eso es necesario que se actúa sobre la raíz del problema y se decida quién es el encargado de abrir el grifo en base a unos criterios técnicos. Una visión que dista mucho de la de Fortea, quien sostiene que los agricultores “son el verdadero pulmón de La Albufera” y no los ecologistas “que viven del cuento”.

Campillo, que descarta un colapso como el del Mar Menor, explica que se están tratando de “compatibilizar” los intereses agrarios y la protección ambiental. “Vemos esa recuperación, pero es muy lenta. Necesitamos empujar desde la Administración para recuperar la Albufera y dejarla como la vieron nuestros abuelos antes del colapso de los años setenta”, añade.

Símbolo y arma contra la crisis climática

La recuperación del entorno urge, no sólo por su alto valor ecológico y ambiental. Este espacio rico en avifauna y parada migratoria de multitud de especies, se presta como un símbolo para el pueblo valenciano. “No es un lago prístino”, argumenta Escrivà, pero es un entorno con un pasado ligado a “la acción del hombre” y con cierto “valor identitario”. La Albufera es, por tanto, un entramado natural que habla de la cultura histórica de un pueblo subrogado a la pesca y atado a la tierra.

Las largas plantas del humedal que, fruto de las lentas recuperaciones, han crecido con sus raíces clavadas en el agua son, además de un símbolo, un arma imprescindible para mitigar los efectos de la crisis climática y frenar el debacle de las inundaciones. Son, también, una barrera efectiva contra los residuos agroindustriales que pueden contaminar el agua y deteriorar el ecosistema como ocurrió el pasado siglo.

Es por todo ello por lo que la Administración empieza a “empujar” para recuperar al "cien por cien" este entorno, que, según Campillo, es “la norma que confirma que en este país se han maltratado las masas de agua continental”. La Albufera, Las Tablas de Daimiel o Doñana son algunos de los ecosistemas que resumen un incumplimiento normalizado para con las directivas europeas que protegen los hábitats acuáticos. “Es hora de cambiar la dinámica”, zanja el concejal valenciano.

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