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El caso de los Pegasos

Un colectivo de artistas reivindica el conjunto escultórico de Agustín Querol, que pasó de coronar el Ministerio de Agricultura a sufrir la desidia institucional. Diseñado para encarnar la grandeza de la nación, hoy es una metáfora de la decadencia del sistema político

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El Pegaso de Legazpi, momificado. El otro caballo alado permanece en un almacén de la calle Áncora. / EL BANQUETE

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La historia de Madrid, que es la historia de España, padece humedades. En 1898 brotó una grieta en el flamante Palacio de Fomento, que con los años se fue abriendo hasta la Plaza de Legazpi, y por ella se filtró la paradoja. Cuando la guerra de Cuba, el arquitecto Agustín Querol recibió el encargo de poner la guinda en el edificio construido un año antes por Ricardo Velázquez Bosco. El proyecto consistía en trasladar hasta la cima de la actual sede del Ministerio de Agricultura la idea de progreso, justo cuando las colonias se desvanecían y el imperio se resquebrajaba. Ya saben, el desastre del 98.

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Las réplicas en bronce de La Gloria y los Pegasos coronan el Ministerio de Agricultura. / EL BANQUETE

No acaba precisamente aquí la historia, con minúsculas, porque las figuras que en la actualidad otean la Plaza del Emperador Carlos V no son las que eran. En 1972 se desprendió un trozo de un ala, que cayó a las puertas del edificio, cuya cimentación y techo corrían peligro debido a su peso. Las inclemencias de la guerra civil y los rigores de la meteorología habían hecho mella en un conjunto escultórico enfermo. "El mármol empleado se deshacía en las manos como terrones de azúcar", declaraba al diario ABC José Luis Moreno Cervera, arquitecto conservador del Ministerio. El informe de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando era concluyente: La Gloria y los Pegasos estaban aquejados del mal de la piedra.

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Una grúa coloca a La Gloria entre los Pegasos del Ministerio de Agricultura. / JUAN CARLOS ARBEX

El caos burocrático y la falta de medios dejaron las esculturas a merced de la deriva institucional. Ya se sabe que, en Madrid, bajo los adoquines no está la playa sino el parking. Por ello, La Gloria terminó sola en la calle Príncipe de Vergara, no fuese a ser que los robustos Pegasos amenazasen las plazas de garaje. Una ubicación temporal, hasta que en 1998, finalmente, quedó varada en la Glorieta de Cádiz. No lejos de allí, en la calle Áncora, el transeúnte puede observar hoy los belfos de un Pegaso enjaulado que trata de burlar la valla del nuevo taller de cantería municipal. La estampa es desconcertante: ¿de dónde habrá salido este caballo alado de ocho metros de altura?

Los Pegasos de mármol, despiezados, en el taller de cantería de la calle Áncora. / EL BANQUETE

Aquí entra en acción el colectivo artístico El Banquete. “Nos sedujo un elemento de la urbe que destacaba por su anomalía: un monumento tapado. Parecía una obra de Christo”, recuerda Alejandro Cinque. Junto a Raquel G. Ibañez, Antonio Torres y Marta van Tartwijk, conforman un grupo de investigación y creación que lleva a cabo proyectos relacionados con la experiencia cotidiana como valor artístico. Su metodología de trabajo consiste en la relectura política del entorno diario. Para ellos, una escultura vendada y otra condenada al ostracismo ayudan a construir el relato contemporáneo de esta ciudad. Una ciudad en crisis.

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El Pegaso recluido en el taller de cantería de la calle Áncora puede verse desde el exterior. / EL BANQUETE

Los miembros del colectivo emprendieron su propia búsqueda. “Nuestra acción también consistía en desvelar la historia de los Pegasos”, explica Cinque. Hablaron con expertos en arte, asociaciones vecinales, trabajadores del taller de restauración, concejales de la oposición y hasta con los taxistas de la Plaza de Legazpi. “Fue un trabajo detectivesco, una investigación a través de fábulas”, rememora Ibáñez. “Era como buscar fantasmas en medio de un cementerio”. O de un desguace.

Acción del colectivo El Banquete: un viaje circular en autobús alrededor del Pegaso de la Plaza de Legazpi.

Los artistas de El Banquete son muy dados a los paralelismos, a uno y otro lado del charco. Otros cuatro caballos alados de Querol coronaron durante nueve años el Palacio de Bellas Artes de México DF, pero también terminaron mordiendo el polvo de la plaza. “No deja de ser curioso que tanto este descenso como el de los Pegasos del Palacio de Fomento de Madrid coincidiesen con momentos históricos de ocasos de dos dictaduras: la de don Porfirio Díaz en México y la de Francisco Franco en España”, escriben en Obra Pública. Pero hay un símil que comenzó mucho antes y llega hasta el presente: la degradación de unas esculturas en paralelo a la decadencia política de una ciudad, de un Estado.

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Los miembros del colectivo El Banquete: Raquel G. Ibañez, Alejandro Cinque, Antonio Torres y Marta van Tartwijk. 

“Los Pegasos son un caso anecdótico que nos ha servido para hablar de algo más abstracto muy difícil de acotar”, aclara Cinque. “No luchamos para que las esculturas vuelvan a lucir juntas como en sus orígenes sino para visibilizar una problemática: ¿quiénes y cómo cuidan nuestra ciudad?”. Y, de paso, para “desarticular discursos hegemónicos enquistados, fósiles”, concluye Ibáñez, quien inicia la reproducción de un vídeo de Carlos M. Iñesta que documentó la acción con la que pusieron fin a su proyecto el pasado febrero.


- Obra pública
será proyectado este jueves en la Cineteca de Madrid, en el Matadero. 
- El proyecto forma parte de la exposición Por el buen camino, en la galería Slowtrack

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