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Cómo sobrevivir en España vendiendo chatarra a nueve céntimos el kilo

Trabajadores no reconocidos

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Foto de archivo de una mujer que se dedica a la recogida de chatarra en Barcelona. / CORINA TULBURE

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BARCELONA.- “Nunca me meto en el contenedor del todo, huele muy mal. Pero hay gente que se mete media hora, rebuscando en la basura”. Diana va a recoger chatarra con las uñas pintadas. Le gustaría arreglarse más, como hacía hace diez años, antes de la muerte de su madre. Desde entonces, su día a día se ha convertido en una lucha constante: perder el trabajo, la casa, un marido con el que pelea a menudo. “Sí, sí, me gusta tomarme un café y un cigarrillo antes de salir a buscar chatarra, si puedo. El tabaco es mi mejor amigo”. Pero es un amigo caro. Puede trabajar un día entero y no reunir el dinero para un paquete de tabaco, ni para una comida. “En un día generoso puedo ganar entre nueve y quince euros. Un día normal, tres o cuatro euros. Salgo por la mañana, después de llevar a la niña al colegio, y regreso por la noche. Una vez encontré hierro. Gané más de quince euros. Pero empujar un carro con cien kilos no es fácil”. Se suele pagar nueve céntimos por el kilo de hierro. “Me mata el estrés, la niña no puede irse sin comer a la escuela. Cada día pienso en eso”.

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Diana: “Nunca me meto en el contenedor del todo, porque huele muy mal. Pero hay gente que permanece ahí media hora, rebuscando en la basura. En un día generoso puedo ganar entre nueve y quince euros; en uno normal, tres o cuatro”

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En su mente ha dibujado un mapa de los basureros: la riqueza y generosidad de la basura va también por barrios. Los días que no hace frío camina kilómetros. “Si no encuentro nada, vendo servilletas”. El horizonte de Diana va de cinco en cinco euros. Se pasa el día haciendo números: dos euros el desayuno de las niñas, dos euros un pollo para una semana, otros dos un paquete de café. Cada céntimo se vuelve del tamaño de un millón. En un día sin suerte, puede buscar en las calles diez horas y sacar solo tres euros.

“¡Un papel más! Lo entrego y me mandan a por otro certificado. No terminas nunca”, se queja Diana. “Y si voy al médico y no salgo a empujar el carro, nadie come. Ahora ya no soy capaz de dormir sin pastillas”

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Las niñas van a la escuela y están encantadas. “Se pasan el día en el cole, en casa dibujan o miran la televisión. Ahora viene la pesadilla: las Navidades. No sé qué haré”. Explica que lo suyo es encontrar un trabajo, no ir a los bancos de alimentos. “Si yo no voy a trabajar, la niña no tiene nada, ni siquiera un euro para el desayuno. Quiero un trabajo, no un paquete de macarrones. Voy a hacer la chatarra o a vender servilletas. Si no, estoy muerta”.

Trabajadores no reconocidos

Aunque trabaje más de diez horas al día, en cualquier momento se puede quedar en la calle, y ni siquiera se le pasa por la cabeza planear un viaje a Rumanía, porque no sabe si podrá ahorrar los céntimos que gana. “Pero estoy contenta porque tengo dónde reposar mi cabeza por la noche. Hay gente que duerme en el parque después de un día de chatarra. A veces, les digo a las chicas que vengan a mi casa a ducharse”, explica.

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"¿Criminalizados? Compara la ligereza con la que se trata el fraude de Messi o Pujol con la bilis vertida sobre los vendedores ambulantes", dice el sociólogo Carlos Delclós

Diana y otras chicas se dedican a la chatarra. Lo que se ha denominado trabajo informal, para ellas se llama supervivencia. A veces con suerte, a veces sin un céntimo. El sociólogo Carlos Delclós explica a Público que es imposible saber qué porcentaje de personas se incluyen dentro del trabajo informal en Barcelona.

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Diana buscó otros trabajos, pero hasta hoy se ha ganado la vida recogiendo chatarra en Barcelona. / CORINA TULBURE

No obstante, la criminalización que padecen personas como Diana, aunque sea europea, se debe al hecho de que se percibe su presencia y su actividad como algo delictivo. “Sí, creo que se criminaliza más el trabajo que realizan las personas cuya existencia y presencia en el territorio europeo es concebida por una sociedad profundamente alienada como algo ilegal. Solo hay que comparar la ligereza con la que se trata el fraude de Messi o de Pujol con la bilis que se vierte sobre los trabajadores de la venta ambulante en Barcelona (ya sean manteros, lateros, chatarreros o quién sea). Airbnb, Über y todo lo que se denomina economía colaborativa es pura informalidad rentabilizada por una empresa que no tiene que pagar la seguridad social ni nada porque no es un empleador sino una plataforma. Y estos no son tratados como una mafia, sino como una innovación a la que el marco legal se debe adaptar”, explica Carlos Delclós.

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