Este artículo se publicó hace 3 años.
Una semana bajo el magma: crónica de la destrucción económica y social de La Palma
Después de siete días, el volcán sigue en erupción y La Palma continúa sumergida en la incertidumbre, sin poder cuantificar ni aproximarse a los daños económicos que el cráter generará.
Alejandro Tena
Enviado Especial A La Palma-Actualizado a
El domingo 19 de septiembre todo saltó por los aires. Los más de veinte mil temblores que la semana previa se registraron en el oeste de La Palma eran una advertencia de lo que se venía. Uno piensa en los volcanes como si fueran figuras cónicas, casi perfectas, pero el Cumbre Vieja es caos. Es amorfia. Un gigantesco grano de lava en mitad de una ladera que ruge, truena y escupe cenizas sin parar. Durante siete días ininterrumpidos el magma no ha encontrado ningún obstáculo para llegar a la superficie y las coladas han arrasado viviendas, carreteras, colegios y todo tipo de infraestructuras sin terminar, no obstante, de alcanzar el mar.
Los temblores son lo peor. Cecilia, una sexagenaria que vivía en Las Manchas, no esperó a ver la lava. Los terremotos del sábado "movieron los muebles" de su habitación "unos veinte centímetros" y supo que debía salir con lo puesto. Un par de mudas y a sumergirse en una incertidumbre que, según apuntan los expertos, tiene visos de durar semanas o meses. Su historia es la de los más de 5.000 evacuados que han abandonado sus hogares. Cada uno con su historia particular. Con sus lágrimas. Con su impotencia. Gestos de agradecimiento. Una isla abrazándose a sí misma. Palmaditas en la espalda. Donaciones. Agua embotellada. Una cama dura en una fortaleza militar.
Si la erupción se hubiera desatado en la cara este de la isla, el mayor perjudicado habría sido, quizá, el turismo. Ciudades playeras como Santa Cruz, el aeropuerto y el puerto y alguna que otra piscina natural habrían desaparecido del mapa. Pero el magma decidió caer sobre el 50% del PIB de la economía palmera: la agricultura. Tanto es así que el mal desatado ha afectado –y sigue extendiendo sus daños cada día que pasa– al cultivo platanero de la isla. Miguel Ángel Martín, agricultor y presidente de la Asociación Palmera de Agricultores y Ganaderos (ASPA), lleva toda la semana trabajando codo con codo con voluntarios del sector que tratan de penetrar en las zonas de riesgo para rescatar los frutos que todavía sobreviven al mar de lava. "Entramos para cortar los plátanos que están en mejores condiciones y llevarlos a empaquetar", dice. "Es imposible predecir cómo va a afectar esto al sector porque no tenemos datos concretos, pero si la lava sigue avanzando podría devastar gran parte de los cultivos. Hay que decir, además, que las cenizas que están cayendo por todas las huertas podrían incrementar los daños y arrasar los plataneros, que ya han crecido en unas condiciones muy malas este año debido a las altas temperaturas que hemos tenido en los últimos meses".
Las pérdidas de cultivos afectan directamente a buena parte de los residentes que han sido evacuados, pues al menos el 30% dependían del plátano para subsistir, sea trabajando en plantaciones o en centros de envasado, tal y como ha informado la Asociación de Organizaciones de Productores de Plátano de Canarias (Asprocan). "No son sólo las casas; mucha gente va a perder el sueldo de las plataneras", explica a Público Sheyla, una joven evacuada de 29 años que ha pasado los primeros días de la catástrofe descansando en un aparcamiento junto a su madre y su hija de cinco años.
Y en ese panorama de huidas, mientras camionetas entran a contrarreloj en las zonas afectadas para rescatar enseres y objetos esenciales, la vivienda se vuelve inaccesible. Los vecinos que perdieron sus casas se alojan temporalmente en un fuerte militar ubicado en Breña Baja, en la otra punta de la isla, pero hay quienes han pernoctado en casas de familiares o amigos. Lo que realmente se presta imposible es acceder a un alquiler de vivienda en los pueblos más cercanos al volcán, pues en los últimos días se ha producido una subida de precios sin precedentes que algunos caseros achacan directamente la llegada masiva de periodistas y turistas que quieren ver el mar de magma desde cerca.
Un nuevo paisaje y dos islas en una
La ceniza está por todas partes. Afecta a los cultivos, pero también a las carreteras y calles de los pueblos del entorno de Cumbre Vieja. Durante los primeros días de la semana eran los propios vecinos quienes salían a barrer las calles para eliminar el polvo negro de las aceras y los accesos a los comercios, pero ya el jueves se podía ver camiones quitanieves y vehículos de limpieza para descubrir el asfalto y mejorar el tránsito de los vehículos.
La zona por donde no deja de caer el lodo candente antes era verde, dominada por vegetación frondosa y gruesos árboles con sombra. Esa estampa nunca volverá. Los geólogos y vulcanólogos que trabajan en la zona comparan el terreno que se está generando con el del Parque de Timanfaya, en Lanzarote, donde apenas hay vida y todo evoca a una suerte de paisaje lunar de roca negra. Y es que por donde pasa la lava no volverá a crecer hierba y tampoco se podrá reconstruir los hogares perdidos en un corto plazo.
"Ahora mismo somos dos islas diferentes", dice una vecina de El Paso, que recuerda que el este de La Palma vive ajeno a lo que ocurre en el entorno volcánico. En Santa Cruz, al otro lado de la montaña, apenas se respira el humo y se sienten los temblores generados por el Cumbre Vieja. Sólo en la mañana del jueves se pudo percibir cómo asomaba una fina columna de cenizas que hizo sopesar la suspensión de los vuelos a la isla. "Todavía no he podido hacer un servicio a la zona del volcán, no he podido verlo", lamenta una taxista que espera en las puertas del aeropuerto.
En la capital isleña la vida sigue arrastrada por la rutina de siempre. Por las mañanas se puede ver cómo decenas de adolescentes escalan las escaleras de la Calle Apurón para ir al instituto público. Las conversaciones, no en vano, giran en torno al volcán. "Es un drama, sí. Pero es impresionante", dice a Público un hombre que apura una cerveza en una tasca local. "¿Todavía no has ido a verlo, miniño?", le pregunta a su compañero de mesa. La catástrofe y las pérdidas no consiguen apartar el morbo de ver cómo la Tierra escupe sus entrañas.
Entre vecinos también renacen algunos discursos xenófobos del pasado reciente del archipiélago canario. "Ves que cuando vienen migrantes se les mete en hoteles con todo y mientras a los palmeros que lo han perdido todo se les encierra en unos cuarteles. Sólo digo eso", lamenta una joven, en referencia a la crisis migratoria de 2020 en Gran Canaria en la que, realmente, miles de personas permanecieron hacinadas durante semanas en el muelle de Arguineguín hasta conseguir algunos realojos puntuales.
Sin embargo, durante toda la semana, la reacción del pueblo ha sido una oda a Rebecca Solnit y su libro Un paraíso en el infierno (Capitán Swing), en el que se ensalza la fuerza popular de lo común cuando todo se viene abajo. Tanto es así que el apoyo vecinal ha sido potente, con cientos de voluntarios trabajando sin descanso para rescatar animales, enseres y para ofrecer comida, ropa y casa para aquellos que, empujados por el magma, tuvieron que huir de sus hogares sin saber cuándo podrán regresar.
Siete días y la energía del volcán sigue en aumento
El corazón del volcán no cesa de bombear. El magma escala desde la corteza terrestre, busca la superficie quemando la Tierra, y toca el cielo. Es como la joroba de la ballena que escupe agua con ira. David Calvo, portavoz del Instituto Volcánico de Canarias (Involcan), trabaja día tras día cerca de la boca de lava para comprobar su evolución y tratar de predecir, en la medida de lo posible, cómo de agresivo va a ser su comportamiento. Lejos de ver el final del drama, el experto advierte de que en estos días se ha podido constatar "una fase más explosiva" tanto en la "energía y la fuerza" como en la "emisión de gases y cenizas".
De hecho, el viernes se abrió una nueva boca en uno de los laterales del principal cono volcánico activo, teniendo que retirarse de la zona con extrema velocidad todo el personal de Emergencias y obligando a evacuar poblaciones que, hasta ahora, parecían lejanas al magma como Tacande de Abajo o Tajuya, desde donde se estaban realizando la mayoría de conexiones radiofónicas y televisivas. Las cosas no han mejorado el sábado, una de las peores jornadas de la semana, con nuevas coladas de magma que se han desprendido a gran velocidad y ondas expansivas nacidas del cráter principal. Calvo informa que "aunque la mayor parte de la energía del volcán se está canalizando por una boca no se puede descartar que en los próximos días sigan apareciendo nuevas aperturas", ya que el Cumbre Vieja está todavía en una fase eruptiva inicial que "puede durar semanas o meses".
La única certeza es que el futuro de La Palma seguirá parejo al drama. Cultivos desperdiciados y arrasados; casas sepultadas; gente perdiéndolo todo. Un paraíso convertido en un caos permanente.
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