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Volcán en La Palma Cuando la tragedia se hace espectáculo: aumenta el turismo volcánico en medio de la desesperación de los palmeros

El volcán sigue avanzando hacia el mar a un ritmo cada vez más lento, debido a que el terreno se vuelve más llano. Las coladas de magma ya superan los 12 metros de altura, ante la mirada curiosa de centenares de visitantes ajenos a la tragedia y la angustia de los vecinos que desconocen cuánto va a durar la erupción.

Lugareños y turistas observan la erupción del volcán desde el mirador de Tajuya, donde trabajan también la mayoría de medios de comunicación.
Lugareños y turistas observan la erupción del volcán desde el mirador de Tajuya, donde trabajan también la mayoría de medios de comunicación. Alejandro Tena

En La Palma, el miércoles fue como el martes; el día de la marmota. Sirenas. La UME en cualquier parte. Cenizas en el cielo. Magma que avanza lento y sin tocar el mar. Calles cortadas. Micrófonos y cámaras escalando montañas para tomar el mejor plano de la lava. Curiosos. Muchos curiosos que caminan hacia el volcán, atraídos por su fuerza y en busca de la storie perfecta para su Instagram. Y drama. La erupción en Cumbre Vieja está dejando una estampa de contrastes, en la que la catástrofe para miles de personas es a su vez el espectáculo de unos cuantos. 

La catástrofe para miles de personas es a su vez el espectáculo de unos cuantos

El Paso, el municipio más extenso y cercano a la boca del volcán, está plagado de turistas. Hay quienes se vieron dentro de esta historia por sorpresa, como si la lava interrumpiera también sus vacaciones y el plan de recorrer de cabo a rabo la isla. Pero también hay viajeros puntuales que llegan desde otras zonas de España y del mundo con el morbo de ver todo arder. Nada más salir del túnel que conecta el este con el oeste la isla se puede ver cómo decenas de personas se agolpan en el Centro Comercial del Mueble, un establecimiento con una gran explanada desde donde se puede ver con nitidez cómo el magma sigue brotando de las entrañas de la Tierra. 

"Vengo de Tenerife", dice un hombre con prismáticos. "Tenía programado un viaje de vacaciones a Islandia para estas fechas, justo para ver los volcanes, pero lo he cancelado. Esto es increíble", agrega esta persona que se describe a sí mismo como un amante de la montaña. Él se ubica en una zona delicada y cortada al paso, en el núcleo poblacional de El Paraíso. No tardan demasiado en llegar las autoridades para despejar la zona. "Aquí no se puede estar, es una zona evacuada", dicen. Evitar que turistas entren en estas zonas evacuadas pero algo lejanas de la erupción es una prioridad, no sólo por seguridad, también para evitar el pillaje en las viviendas que han quedado abandonadas.

Katia barre la puerta de su casa en La Aldea de La Laguna, cerca de Todoque, y amontona cenizas que no paran de caer del cielo.
Katia barre la puerta de su casa en La Aldea de La Laguna, cerca de Todoque, y amontona cenizas que no paran de caer del cielo. Alejandro Tena

Cerca de Todoque, el último pueblo en ser devorado por las lenguas de lava, hay un montículo sembrado de cámaras y teléfonos de profesionales de la comunicación. A los pies de esta colina se puede observar cómo los plataneros y las viviendas de La Aldea de La Laguna se cubren de cenizas negras. Unas cenizas que tienen un espesor de 3 cm, según las mediciones del Instituto Volcánico de Canarias (Involcan), que se meten en ojos y boca, y se pegan a la piel con fuerza. Katia, una mujer de origen rumano, barre con fuerza la puerta de su casa ante el paso constante de turistas y periodistas que se encaminan a escalar la montaña. "De momento no nos han dicho nada de evacuar, pero es verdad que desde aquí estamos muy cerca. Anoche fue lo peor, sonaba mucho", comenta.

Las cenizas dejan un poso de 3 cm, se meten en los ojos y boca y se pegan a la piel con fuerza

De dentro de la casa sale Pedro, su marido, que orgulloso de sí mismo asegura haber sido reportero del medio local elcanario.net. No tarda mucho en quejarse del trasiego de "fisgones" que aparcan los coches frente a su puerta para encontrar las mejores vistas del volcán. "Se lo hemos dicho a la Policía, que pongan una valla para estas zonas para que sólo pasemos en coche los vecinos, pero no hacen ni caso. Los visitantes tienen esto bloqueado con sus coches... ¿Y si mañana nos evacuan a nosotros y tenemos que salir rápido, qué pasa?".

En ese instante, un coche con miembros del PEVOLCA (Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias) para frente a Pedro y baja la ventanilla: "¿Se puede acceder a la colina con el coche?". El lugareño, que les indica con rapidez cómo hacerlo, aprovecha para leerles la cartilla porque, a su juicio, no se está dando la información suficiente a la población. "Tranquilo, de momento esta zona es segura. A no ser que se abra otra boca más hacia el norte no creo que tengan problemas", le contesta desde el coche uno de los geólogos que se encaminaba a hacer mediciones en esa zona de la isla.

La vida del evacuado

Se puede ver cómo coches y furgonetas entran y salen de los cordones policiales. Son vecinos evacuados que regresan a sus casas a contrarreloj para intentar rescatar algunas de sus pertenencias. No sólo deciden qué es lo que deberán llevar consigo, sino qué dejarán para siempre en ese páramo volcánico. El Cabildo de La Palma ha establecido un protocolo para que los vecinos de determinadas calles puedan acudir a sus casas para recoger sus enseres antes de que pueda llegar la lava. Además, ha permitido que los ganaderos y voluntarios accedan a rescatar a sus animales durante prácticamente todo el día.

La mayoría de afectados, sin embargo, están en el otro lado de la isleta, resguardados en el acuartelamiento de El Fuerte, en el municipio de Breña Baja. Hace un año la Consejería de Sanidad estableció allí una base para realizar pruebas masivas de la covid-19 y ahora es la guarida de miles de personas que han perdido todo lo material que se puede poseer en una vida. Las cámaras de televisión se agolpan frente a las puertas del cuartel, custodiado por militares que impiden el paso. No en vano, de vez en cuando salen algunos palmeros que se prestan a dialogar con la prensa.

Vecinos evacuados regresan a sus casas a contrarreloj para intentar rescatar algunas de sus pertenencias

Cecilia, una vecina de Las Manchas, se centra en explicar dónde está su casa, que por lo que sabe sigue todavía en pie. "Está en una zona que se llama Las Palmeras, muy pegadita al volcán que entró en erupción en 1949", describe. "Salimos el mismo domingo y no pude coger mucho. Un par de mudas y nada más porque nos dijeron que en principio sería para dos noches. La ropa puesta, algo de recambio y medicinas". Aunque asegura que está sobrellevando bien la situación, también reconoce que desde que llegó a las instalaciones se le han intensificado los dolores de huesos que ya padecía. "Con Tramadol vivo yo", dice mientras se señala los codos y advierte de la dureza de los colchones del cuartel. "El Tramadol y pastillas para dormir". Su marido es uno de los afectados que ha tenido que ser evacuado al hospital. "Está bien, pero padecía del corazón y el viernes, antes de la erupción, se lo llevaron porque estaba muy estresado", relata.

María del Carmen, de 60 años, no quiere ni ver la televisión porque se pone muy nerviosa. "No sé nada de la casa, lo que me dicen por Whatsapp, pero nada más". Detrás de la mascarilla se percibe una sonrisa porque, tal y como anuncia, va a ver su "perrita", que está pasando los días con una voluntaria de la protectora donde la adoptó. No tarda mucho en sacar el teléfono y mostrar una foto en la que un animal de pelo blanco y duro asoma en el interior de un coche. "Era lo que más me importaba cuando nos evacuaron". Pese a lo vivido, esta palmera es optimista y agradece el trato de los militares y los miembros de la Cruz Roja. "No tenemos de qué quejarnos. Dentro de lo malo, aquí estamos bien, pasamos las horas como podemos, salimos a caminar a la playa y nos intentamos reír un poco de todo", expresa con resignación.

Un coche blanco cubierto por una fina capa de cenizas en Las Lagunas, cerca de Todoque.
Un coche blanco cubierto por una fina capa de cenizas en Las Lagunas, cerca de Todoque. Alejandro Tena

Mientras, la lava sigue imparable

"Da igual cuándo llegue la lava al mar, lo importante es predecir hacia dónde van a ir las coladas"

"No se puede predecir cuando llegará la lava al mar, pero tampoco es que sea algo importante". Es la respuesta de Raquel Herrera, geóloga de un equipo de investigación de la Universidad Complutense de Madrid que ha acudido a La Palma a realizar trabajos de campo para asesorar al Instituto Geológico Nacional (IGN) y al PEVOLCA en la toma de decisiones. "Lo que importa es trabajar para saber hacia dónde van a ir las coladas", indica la experta mientras realiza mediciones con un amplio equipo de expertos en la zona de La Laguna. 

Las coladas, en cualquier caso, siguen imparables arrasando todo a su paso. Ya son 150 hectáreas las que han sido devoradas por los lentos ríos de fuego y, al menos, 320 edificios han desaparecido. Al llegar a la zona de Todoque la colada se ha ralentizado de manera notable al discurrir ahí en una especie de llanura, lo que ha propiciado que el magma se acumule alcanzando alturas de hasta 12 metros. Durante toda la jornada del miércoles efectivos del cuerpo de bomberos y de la UME han trabajado sin resultados positivos para tratar de enfriar la lava que se acumula y desviar su rumbo. 

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