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El éxodo saharaui hacia Canarias: "Nos fuimos pensando que volveríamos en unos días y han pasado 42 años"
Por razones de proximidad, Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria concentran en la actualidad la mayoría de las comunidades saharauis de toda España.
Andrea Domínguez Torres
Santa Cruz Xde Tenerife-Actualizado a
Tres vasos de té. El primero, amargo como la vida. El segundo, dulce como el amor. El tercero, suave como la muerte. El ritual de los saharauis se repite a diario también entre los norteafricanos asentados en Canarias. "A veces tendrás que tomarte el cortado y salir corriendo porque tienes que ir a trabajar, pero en el Sáhara normalmente se toma con calma. Es un arte, un rito", explica el saharaui Ely Ould Hamdi desde el barrio lagunero de La Cuesta, en Tenerife.
La charla es distendida. Miro a Ely Ould sentada desde el suelo, sin zapatos y sobre una alfombra árabe. Por fuera todos los edificios de viviendas parecen iguales, pero en el barrio, los negocios atisban diversidad. Un bar de empanadillas argentinas corona la esquina de la avenida principal, una arepera venezolana sirve al lado y una escuela de taekwondo ofrece clases en un callejón.
Mientras toma el primer vaso de té (amargo como la vida), Ely Ould cuenta su historia, que es también la de su pueblo. Él fue hijo de ganaderos saharauis, dueños de camellos. "Éramos gente con dinero, tener camellos significaba algo", narra. Creció en El Aaiún cuando aún era colonia española, tenía una casa hecha con cemento y compartía la vida en el desierto con colonos peninsulares y canarios. "Yo me siento canario, crecí jugando al baloncesto en mi ciudad con ellos", relata.
Cuando los españoles ocuparon el Sáhara Occidental en busca de riqueza, los canarios encabezaron la lista por una cuestión de cercanía geográfica. Así lo recoge la tesis doctoral de la historiadora Beatriz Andreu de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. "En el Sáhara existían tres estratos sociales: los peninsulares ocupaban el primer lugar, seguidos de los canarios y, por último, los saharauis", añade.
En el recuerdo de los saharauis, los canarios se asentaron como un pueblo hermano ahuyentados por el paro y la escasez de la posguerra. Ahora son los saharauis los que se han ido instalando en los barrios de las ciudades canarias, a donde han ido llegando en su huída de la ocupación marroquí tras abandonar España el territorio. "En el Sáhara, los canarios ocupaban los puestos que los peninsulares no querían", recuerda Ely Ould. La historia no se repite en el Archipiélago: "En Canarias los saharauis ocupamos puestos diversos. Yo he mandado sobre canarios", ejemplifica.
El 6 de noviembre de 1975, semanas antes de la muerte del dictador Francisco Franco, Marruecos invadió el Sáhara Occidental a través de la Marcha Verde. El Reino alauí "envió familias marroquíes a ocupar los territorios saharauis", recuerda ahora Sukeina Ndiaye, quien en aquel preciso momento estaba en la escuela, tenía 13 años. "Hablaban de que España nos abandonaba, de que Marruecos nos ocupaba y yo no entendía nada". "Nos pilló en casa", recuerda, por su lado, Aomar Abed. Después de aquello, Sukeina y Aomar emigraron y rehicieron su vida junto a su familia en Canarias, pero no olvidan sus orígenes.
Canarias con el Polisario
Desde los primeros años de la ocupación, los canarios ya cantaban la consigna "El pueblo canario con el Frente Polisario". En las islas, se extendió el miedo a convertirse en los siguientes en ser abandonados por España, explica Anselmo Fariña, coordinador de recursos naturales de la Asociación Canaria de Amistad con el Pueblo Saharaui. El Sáhara Occidental era el punto de atraque de decenas de pescadores españoles y, en especial, canarios.
"Comemos más gofio que los canarios, incluso comemos cuscús con gofio", esa mezcla de granos de cereal tostado y símbolo de la gastronomía canaria, detalla la presidenta de la Asociación Saharaui en Tenerife, Sukeina Ndiaye. Su vínculo con el pueblo canario viene de lejos: su madre trabajaba de enfermera en la ciudad de Güera, en el sur del Sáhara Español, frontera con Mauritania. Allí atendía a los canarios que enfermaban durante el periodo de pesca. Creció junto a otros canarios, eran sus iguales.
Por razones de proximidad, Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria concentran en la actualidad la mayoría de las comunidades saharauis. A estas islas se ha sumado en los últimos años la de Tenerife. "El trabajo en la construcción entre los años 90 hasta la crisis del 2008 llamó a muchas familias saharauis a asentarse en la isla", cuenta Ely Ould.
Mientras Ely Ould sirve el segundo vaso de té comienza la historia (dulce como el amor). El presidente de la Asociación Saharaui en Gran Canaria, Andada Deidihi, describe a los saharauis como pequeños embajadores en el archipiélago. Él eligió vivir en la barriada de Escaleritas en Las Palmas atraído por las historias que su padre le contaba sobre sus viajes a la isla. Andada Deidihi estudió el grado superior de técnico en radiología en Cuba, respaldado por las becas del país americano, pero esa formación fue insuficiente para ejercer como tal en España, donde trabaja como ayudante de cocina en Las Palmas.
Uno de los grandes sueños de Deidihi es tener un local para enseñar, compartir y debatir acerca de la lucha saharaui. "La historia del Sáhara es poco conocida por los jóvenes canarios y españoles, ya solo la recuerdan los mayores", se lamenta. "No es lo mismo que te lo cuenten a que lo vivas", añade su compatriota Abed Jalil.
El pueblo saharaui quedó dividido entre el Sáhara Occidental ocupado por Marruecos, el ocupado por Mauritania, los campos de refugiados de Tinduf que se asentaron en el sur de Argelia y los que emigraron fuera de África. "Nos fuimos pensando que en unos días volveríamos a ver a nuestra familia, y han pasado 42 años", se lamenta Aomar Abed, expresidente de la Comunidad Saharaui en Gran Canaria y fundador de una Coordinadora Sindical Canaria de Apoyo al Pueblo Saharaui (COSCAPS).
Cuando tuvo lugar la Marcha Verde, Aomar tenía 18 años. Su padre lo envió a Canarias con su hermano mayor para evitar que fuera a la guerra, en Las Palmas se casó con una mujer de la isla y tiene dos hijas y un hijo, todas graduadas: una psicóloga, otra médica y el hijo es enfermero. Aomar vive en pleno centro de la capital grancanaria, en la ciudad más poblada del Archipiélago, en un piso y trabaja como operario en un ayuntamiento de la isla.
"Quizás tuvieron la mala suerte de heredar mi color de piel", dice entristecido, al reconocer que no había sido consciente de ser una persona racializada hasta que llegó a Canarias. En el archipiélago se ha privado de vestir con la gandora, el traje típico de los hombres saharauis. A la entrevista con Público acude con pantalones y una camisa de botones. "¿Te imaginas que salga a la calle con el lagrimal del ojo pintado como hacía mi padre en el Sáhara? ¿Qué dirían de mí?", explica sobre cómo tuvieron que cambiar sus costumbres a raíz del exilio.
La melhfa: identidad y causa de las mujeres
Sukeina Ndiaye, sin embargo, viste con una melhfa, una prenda de colores y estampados característica del Sáhara Occidental. Según un estudio de la Universidad de Valladolid, esta prenda se ha convertido, en el último medio siglo, en un símbolo de identidad política y de la lucha por la causa saharaui. "Una vez, en un bar, un hombre se sorprendió por que supiera pedir un barraquito [preparado de café típico de Canarias] o leer el periódico". "¿Tu marido te deja?", le preguntaron. "No respondí, luego quiso invitarme al café, pero me negué. Tengo mi propio dinero, le dije".
Sukeina Ndiaye: "Un hombre se sorprendió por que supiera pedir un barraquito o leer el periódico"
Para reagrupar a los suyos, Sukeina Ndiaye tuvo que esperar años. Llegó a Canarias hace 22 años, cuando su madre enfermó y fue trasladada al archipiélago para ser atendida por su hermana, que es médico. Una vez allí, pudo reunir a sus hijos, que estaban repartidos en diferentes familias españolas de acogida. Trabajó como camarera de piso y camarera en la restauración. A pesar de las adversidades, pudo hacer frente a los gastos económicos gracias a miembros de su gran familia: "Siempre hay alguien a quien acudir", indica.
Ahora es traductora en el campamento Las Raíces, en Tenerife, donde acompaña a personas migrantes en los trámites de solicitud de asilo o para asistir al médico. "A veces en los juicios me confunden con la madre del acusado o su amiga. No cabe en la cabeza de algunos que una mujer como yo pueda ser traductora", expresa.
También forma parte del colectivo feminista en Canarias y es un rostro habitual en las cabeceras de las manifestaciones del 8 de marzo o el 25 de noviembre. "Me he propuesto hacer frente a las injusticias a las que me enfrento por ser una mujer africana y musulmana, lo hago por todas las mujeres que no pueden defenderse porque no hablan el idioma", añade.
La amargura del pueblo saharaui
No hay un censo del número de saharauis asentados en Canarias. El problema con los datos sobre el pueblo norteafricano es herencia de su tratamiento en el franquismo y de su situación como territorio ocupado, tal y como recoge el estudio Censos, Identidad y Colonialismo del Sáhara Español (1954-1970) realizado por Pablo Estévez para la Universidad de La Laguna. La dictadura franquista comenzó a interesarse por la población saharaui cuando descubrió en los años 50 su potencial económico en la extracción de fosfatos. Luego los militares africanistas hicieron los primeros recuentos. "Los números nunca representaron a la misma población, sino a imaginarios nacionales y coloniales asentados sobre ella", relata el citado texto.
Tampoco el Gobierno de Canarias tiene cifras sobre la diáspora saharaui en el Archipiélago. Ni los representantes del pueblo saharaui entrevistados en este texto. "Es muy difícil saberlo y tener datos exactos", cuenta Anselmo Fariña. Los diferentes colores del pasaporte de los saharauis (argelinos, marroquíes, españoles o apátridas) dificultan el registro.
Los diferentes colores del pasaporte de los saharauis (argelinos, marroquíes, españoles o apátridas) dificultan el registro
Empezamos a tomar el último vaso de té (suave como la muerte). La distancia con las familias que aún quedan repartidas entre el Sáhara ocupado o los campamentos de refugiados pesa para los saharauis. "Esa es la amargura de nuestro pueblo, no poder despedirnos de nuestros seres queridos", se lamenta Aomar Abed. El Gobierno de Marruecos penaliza el activismo político por la autodeterminación del pueblo saharaui y a veces impide la entrada de los activistas. A sus 67 años, Aomar quisiera ser enterrado en el Sáhara, pero se siente egoísta sólo por pensarlo: "Soy feliz aquí, con mi familia, ellos me ayudan a contrarrestar esa pena, pero no puedo evitar sentirla", confiesa.
El pasado sábado 12 de noviembre, el activista y periodista Mohammed Salem Buchraya voló desde Lanzarote hacia El Aaiún. Tiene un cáncer terminal y está en cuidados paliativos; decidió ir a morir junto a su familia. Vivía desde hace 12 años en Lanzarote. Sin embargo, el Gobierno de Marruecos lo devolvió a Canarias sin darle la oportunidad de morir en su casa.
Los saharauis dejaron de nacer como españoles cuando se produjo el abandono de la colonia, para convertirse ante los ojos del derecho internacional en apátridas. Según datos del Ministerio del Interior, el 94% de las personas que solicitaron acogerse al Estatuto de Apátrida en 2019 eran saharauis. Las asociaciones de saharauis a lo largo del archipiélago trabajan para que no se pierda el foco de la lucha. A pesar de que la ocupación marroquí ocurrió hace 42 años, el pueblo saharaui mantiene su lucha por la autodeterminación del Sáhara Occidental.
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