La ficción de las audiencias
En un entorno digital con plataformas, tele a la carta y televisores conectados la Internet, el sistema de registro de audiencias es una ficción bien armada sobre un negocio multimillonario.

A Coruña-
Un clásico de barra de bar es criticar la programación de la tele. No hay programa o serie que se libre, ya que, como todo el mundo sabe, somos un país de fieles espectadores de los documentales de La 2. Cuando aparecieron los audímetros en España, en 1993, las audiencias dejaron de depender de las respuestas de encuestas al tuntún. Seleccionaron una muestra representativa de hogares e instalaron en cada vivienda un aparato vinculado al mando a distancia para saber en cada momento quién de la casa encendía el televisor y que canal sintonizaba. En este nuevo panel de medición, los datos de Luar [uno de los programas estrella de la Televisión de Galicia o de La máquina de la verdad [lo petaba en Telecinco en los noventa] eran de escándalo, mientras que los documentales de La 2 no conseguían levantar la curva de audiencia del eje de la gráfica.
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Hoy, el panorama de consumo ha cambiado drásticamente. En este entorno digital, con plataformas, tele a la carta y televisores conectados la Internet, resulta sorprendente que las audiencias sigan midiéndose por el mismo sistema que hace 31 años. Todas las plataformas conocen los datos, saben cuánta gente se conecta a ellas o qué canal convencional ven. Detectan hasta las conexiones piratas, por lo que es muy cuestionable que el sistema no pueda proporcionar mediciones más acordes a la perspectiva actual. El registro de audiencia es una ficción bien armada sobre un negocio multimillonario en el que, por consenso de todos los canales convencionales y anunciantes, se aceptan como oficiales los datos facilitados por un monopolio: la empresa Kantar Media. Bien podría ser la trama de un episodio de Black Mirror.
En España hay 5.920 audímetros que deciden los intereses televisivos de 46,6 millones de personas. Unas 14.000 tienen el poder de llevar un canal al éxito o de hundir una cadena, un programa, un colaborador e incluso toda una estrategia publicitaria. En Galicia, Kantar Media sembró 430 aparatos que sentencian las inversiones, los temas a tratar o los presentadores. Esa empresa que suministra los datos también se encarga de seleccionar la muestra de hogares en los que –de manera anónima, un secreto para evitar extorsiones–, instalan los medidores. Aceptar las normas tiene su compensación. Nada de dinero: cada día que enciendes la tele acumulas puntos para canjear por productos de un catálogo bianual (un centrifugador plástico de verduras, una toalla para la cara o, lo que más puntos cuesta, un chintófono que ellos llaman "hornillo eléctrico"). Es el mismo sistema de puntos al que juegan los supermercados.
Las goteras del sistema de audimetría supuran por todas partes, comenzando por la representatividad social que el panel hace de las audiencias atendiendo al estatus económico. Es difícil creer que una familia con poder adquisitivo holgado admita, a cambio de un termo, el control y la carallada que supone presionar las teclas del mando cada vez que alguien sienta el culo en el sofá o se yergue de él. Por no hablar de las familias de grandes fortunas. Me cuesta visualizar a Amancio Ortega pensando si le harán más apaño, de entre todas las alhajas del catálogo, los trapos de limpieza o la tabla de cocina. Huele a que el mando emisor de los datos, en apariencia tan preciso, hace un reparto más generoso con cierto tipo de hogares que con otros.
Un audímetro en casa
Un amigo tuvo hace tiempo un audímetro en su casa, donde convivían tres generaciones. A cada uno de los miembros le correspondía una tecla de color distinto en el mando según la edad. Nadie de la empresa instaladora se preocupó por saber que uno de ellos trabajaba en la televisión y que, por eso, allí solo veían un único canal. Daba igual si estaban todos fuera: sabían lo importante que era tener siempre la tele encendida para sumar audiencia al canal en cuestión. El juego con el audímetro era cotidiano: si una semana la curva reflejaba que los jóvenes de la casa va no veían el programa en el que colaboraba mi amigo, cualquiera presionaba el botón del más pequeño. Estadísticamente, igual que hay hogares respetuosos, algunos se divierten burlando al medidor, y otros, como el de mi amigo, y no será un caso único, defienden el trabajo de un familiar.
A veces creo que nadie miente sobre sus preferencias como espectador, pero con un sistema de medición de audiencias obsoleto y tramposo no queda reflejado que, efectivamente, todos somos fieles seguidores de los documentales de Lana 2.
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