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Historia Nueve claves para entender quién fue Fernando Fernán Gómez cuando se cumplen 100 años de su nacimiento

El mítico y encumbrado actor, director y literato tuvo la carrera más ilustre y prolongada de España. Desde su infancia hasta su fallecimiento, Luis Alegre, experto en la figura del cineasta, comenta algunos momentos de la vida de Fernán Gómez.

Fernando Fernán Gómez, en 'Para que no me olvides'.
Fernando Fernán Gómez, en 'Para que no me olvides'.

De pluma grave y voz polifacética, Fernando Fernán Gómez lo hizo todo, pensó todo, vivió todo. Todo lo que quiso. Y lo escribió. Ahora que se cumplen 100 años de su nacimiento en Lima, pese a que oficialmente estuvo inscrito como recién nacido en Buenos Aires, sus palabras adquieren un potencial mayor al sustentar el peso de la historia. La suya y la del siglo XX español. Reflejo de ello son sus memorias, El tiempo amarillo, que abarcan más de tres cuartos del mencionado y turbulento siglo. La editorial Capitán Swing reedita el completo y extenso volumen, publicado originalmente por primera vez en 1987 y ampliado una década después.

Lo mismo ocurre con el prólogo de Luis Alegre, director junto a David Trueba del documental La silla de Fernando. Alegre comenta algunos de las claves de la vida del cineasta y escritor, quien pareciera adivinar el futuro cuando en 1997 con bolígrafos rojos o negros y preferentemente de la marca Pilot escribió: "Antaño, a la igualdad, a la fraternidad, a la justicia, a la libertad les iba mal; en aquel tiempo, como en el de hoy, la igualdad, la fraternidad, la libertad y la justicia tenían libertad para decir lo mal que les iba".

Las dos mujeres de su infancia

Fernán Gómez empieza sus memorias a los 9 años, con la proclamación de la Segunda República. Recuerda un día fervoroso, alegre. Siente aquello como un nuevo tiempo que se abriría en España. Ahí llegan sus primeras dudas políticas, al compás de los interrogantes que mantienen las dos mujeres que le criaron. Su abuela, republicana, lectora de El Socialista; su madre, Carola Fernán Gómez, monárquica. "Fueron dos personas decisivas para él. La ausencia de su padre, Fernando Díaz de Mendoza, hijo de María Guerrero, que nunca lo reconoció potenció la importancia de ellas. Él sintió siempre auténtica debilidad por ambas", apunta Alegre.

Tal es así, que el cineasta ahora centenario se apena de que su madre no pudiera ver cómo recibía la medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes de mano del rey Juan Carlos I el 11 de junio de 1980: "Aquel habría sido el momento más feliz de su vida, cuando habría podido ver ella, tan monárquica—cómo el rey de España, sonriendo abiertamente, sin que su sonrisa llegara a romper el protocolo, pero con especial afecto, estrechaba la mano al hijo de Carola", escribe Fernán Gómez en sus memorias.

Actor en la Guerra

El golpe de Estado de 1936 llega cuando Fernán Gómez está alejado de la capital. Se encuentra en Colmenar Viejo. "Por lo que a mí respecta, en cuanto a ideas políticas, era liberal, anarquista, católico éste era un concepto político y un poco de derechas por parte de madre, aunque nunca conseguí ser monárquica como ella", explicita en sus memorias.

En esos momentos el cineasta es "un chico pelirrojo, feo y con acné" que frecuentaba Acción Católica antes del estallido de la contienda y que pasa ese verano leyendo novelas y charlando con dos chavales mayores que él, No eran la única distracción del todavía chaval en aquella posada en la que se encuentra con su abuela, esperando el salvoconducto que les permita regresar a la capital. Según confiesa, "también había allí una señora con una hija de mi edad, cuya imagen yo utilizaba para mis fantasías eróticas nocturnas".

Adolescente ya, no pasaría mucho tiempo hasta que se dio cuenta de lo que suponía esa guerra: "(…) en aquellos pocos días se había producido un gran cambio según el cual morir seguía siendo tan horrible como siempre, pero matar carecía de importancia".

Es el tiempo de sus primeros trabajos como actor profesional durante los que conoce a Manuel Alexandre, "uno de sus amigos eternos", apuntilla Alegre. Con 16 años y una banderita argentina en la solapa tuvo que empezar a trabajar. Su tío ya se había afiliado a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), pasos que después seguiría él, antes y después de la dictadura. Se estrenó en el Teatro Pavón, haciendo de comparsa, por un duro de sueldo. Las cosas mejoraron y en poco tiempo alcanzó a cobrar 18 pesetas, "el salario mínimo de los cómicos en el Madrid cercado", puntualiza en el texto. Llegó la hora de saltar al escenario del Teatro Eslava, aunque se fue igual que vino: el incipiente actor profesional no fue capaz de decir ninguna de las tres frases de su primer papel.

Política, Jardiel Poncela y solidaridad

El 28 de marzo de 1939 el bando sublevado entraba en la capital: "Eché a andar hacia el centro de Madrid. Cada vez eran más numerosos los vehículos atestados de jóvenes, unos de uniforme y otros de paisano, que alzaban el brazo al modo fascista y lanzaban vítores. La gente que iba por la calle los coreaba. Yo alzaba el brazo y correspondía al saludo: '¡Arriba!'".

Presenciar los primeros juicios franquistas a compañeros que había conocido en una escuela de arte dramático organizada por la CNT hizo que se le quitara la idea de estudiar derecho, si es que aún seguía en su cabeza. En la inmediata posguerra, aprobó el ingreso en la universidad, se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras, e ingresó en el Sindicato Español Universitario, ligado a Falange, pensando erróneamente que todo universitario debía estar en sus listas.

Fernán Gómez iba escalando pequeños puestos en las compañías en las que trabajaba hasta que conoció a Enrique Jardiel Poncela. Gracias a él, consiguió el papel del pelirrojo en la obra Los ladrones somos gente honrada, el primero de cierta envergadura. Alegre, el prologuista, habla de su relación con el dramaturgo y la solidaridad con la que actuó con algunos compañeros: "Fernán Gómez siempre le veneró por eso y demostró su profundo agradecimiento: cuando Jardiel se arruinó en los años 40, Fernán Gómez fue su secreto benefactor y permitió su supervivencia en los últimos años de su vida. Pero hay un detalle brutal, que retrata muy bien la profunda generosidad de Fernando y, en general, su personalidad: Jardiel se murió sin saber que ese ser anónimo que le enviaba dinero era Fernán Gómez".

Y continúa: "Algo similar hizo en los últimos años de su vida, cuando lideró una colecta de amigos para permitir la supervivencia de su íntimo amigo y guionista Perico Beltrán, al que, además, le pagó de forma anónima el hospital cuando Perico estuvo ingresado". Pero Perico se enteró y le llamó para darle las gracias. La respuesta de Fernando fue esta: "Gracias a ti Perico, por darme la ocasión de demostrarte mi amistad".

El cine se abre paso

Polifacético en cuanto a escritura, dirección y actuaciones, el paso al cine lo da de la mano de Juan de Orduña, quien en 1943 cuenta con él como actor para la película Rosas de otoño. De ahí, imparable. Unas 200 películas y 65 años de carrera le hacen ser considerado por Alegre la "más ilustre y prolongada de un actor en España".

El propio Fernán Gómez recuerda cómo fueron las negociaciones con el jefe de producción de Cifesa, la primera empresa cinematográfica para la que trabajó: "Como necesitaba para el personaje unas cuantas prendas de vestir elegantes, en buen uso, llegamos al acuerdo de que las confeccionaría mi sastre, Francisco Ávila, y que las abonaría yo de mi sueldo. Por esa razón siempre he dicho que por mi primer trabajo cinematográfico cobré cuatro mil quinientas pesetas, un traje gris a rayas, un esmoquin y un abrigo de sport".

El corazón de su Madrid: el Café Gijón

"Le encantaban las tertulias con los amigos, especialmente las literarias. Fue el patrocinador del premio Novela Corta del Café Gijón a mediados de los 40. María Dolores Pradera, su mujer entonces -cuenta Alegre- recordaba divertida que mientras Fernando empleaba el dinero para pagar ese premio literario, ellos las pasaban canutas para salir adelante. Pero Fernando adoraba la literatura por encima de casi cualquier otra cosa".

El Café Gijón fue para Fernán Gómez refugio y esparcimiento, disenso y consenso, lugar de encuentro. Así lo cuenta él mismo: "Había centrado mi vida de tal modo en el Gran Café de Gijón, que permanecer alejado de Madrid por algún tiempo, aunque fuera por imperiosos motivos de trabajo, se me antojaba imposible". Y también: "En aquellos tiempos en los que casi nadie estaba enterado de nada, en aquel café se sabía todo. A veces se sabía incluso lo que era verdad".

Mineros asturianos y veto en Televisión Española

Llegaron los años 60, las revueltas de los obreros, y entre ellas, la de los mineros asturianos. La represión fue cruenta, descarnada, implacable. Un Fernán Gómez impasible utilizó lo más valioso que tenía a su alcance para interesarse por la situación: su pluma. Preguntó al ministro de Información si el régimen estaba torturando a los mineros que protestaban. Las consecuencias: "Durante un tiempo estuvo vetado en Televisión Española y en otras película apoyadas fuertemente por el franquismo", señala Alegre.

El amor infinito

"Un día, durante el trabajo, entre los árboles de la Casa de Campo, dentro de un coche de caballos, disfrazada de antigua, encontré a la compañera de mi vida"; recuerda el cineasta en sus memorias. Habla de Emma Cohen, con quién vivió una preciosa historia de amor durante 35 años, desde 1971 hasta la muerte de él. "Hubo un paréntesis, cuando Emma vivió un idilio con Juan Benet. Pero un artículo que publicó Fernando en el que hablaba de ella, (sin nombrarla) dejando caer la desolación que sintió cuando lo abandonó, provocó que Emma volviera con él", reseña para Público el prologuista.

Del viaje a la URSS al anarquismo

Él mismo lo dice: "Para pasar en la URSS unos días alegre, contento, feliz, había un solo sistema: estar de antemano alegre, contento, feliz por el triunfo del proletariado. Y tener presente siempre, más cuando surgieran dificultades, la justicia de ese triunfo". Pero no es el comunismo lo que le atrae. Según reivindica Alegre, "se sintió libertario desde su juventud". Él pensaba que así cómo se había demostrado que ni el comunismo ni el capitalismo habían logrado un mundo mejor, al sistema libertario no le habían dado demasiadas oportunidades ni siquiera de fracasar". Un último guiño, el culmen de la acción política, hablar después de muerto, y con razón: la bandera rojinegra, la del comunismo libertario, cubrió su ataúd en el velatorio tras su fallecimiento.

Cuando él gana, ganamos todos

Hombre de pocos reconocimientos pero mucho compañerismo, no le gustaban las galas de premios pese a ser ganador de multitud de ellos. Con motivo de la primera ceremonia de entrega de los premios Goya celebrada en 1987, el protagonista dice lo siguiente: "Informé a la Academia de que no pensaba asistir a la ceremonia, pues desde tiempo atrás había decidido no participar en esos actos en los que uno se sabe nominado al mismo tiempo que otros compañeros y se pasa unas horas largas sufriendo de los nervios, deseando que la suerte le acaricie a uno y que los compañeros queden postergados". Y le acarició, aunque ya acostado en la cama: ganó cuatro goyas.

Alegre, por su parte, apunta que "durante los últimos 25 años de su carrera, estaba siempre como en estado de gracia. Sus trabajos desde los años 80 en películas como Maravillas, La mitad del cielo, Stico, Mambrú se fue a la guerra, El viaje a ninguna parte, Belle Époque, El abuelo, Todo sobre mi madre, En la ciudad sin límites, El embrujo de Shangai, Para que no me olvides o Miah Sara forman parte de su antología personal

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