Catalunya sufre el peor inicio de verano del siglo con dos incendios que arrasan más de 9.300 hectáreas
Los fuegos de Lleida, de la semana pasada, y el de las Terres de l'Ebre, de esta, se sitúan entre los cinco con más superficie quemada desde el 2000.

Barcelona--Actualizado a
Catalunya vive el peor inicio de verano en cuanto a los incendios desde que arrancó el siglo XXI. Desde el 15 de junio -data habitual del periodo de alto riesgo de incendios forestales, que se alarga hasta el 15 de septiembre-, se han quemado cerca de 10.000 hectáreas. Un volumen que ya lo sitúa como el segundo verano más devastador de este periodo, solo por detrás del de 2012, cuando la superficie quemada superó las 13.000 hectáreas. En aquella ocasión, la mayor afectación se produjo a finales de julio, cuando una serie de incendios en el Alt Empordà (Girona) provocaron el que de momento es el fuego más importante del siglo en Catalunya.
Además, los dos grandes incendios que se han producido en lo que llevamos de julio se sitúan entre los cinco más importantes desde el año 2000. En concreto, el de la Segarra de la semana pasada, con más de 6.000 hectáreas afectadas, es el segundo mayor del siglo, mientras que el de Paüls, en las Terres de l'Ebre (Tarragona) de esta, con más de 3.300 hectáreas, aparece en la quinta posición. Por encima se sitúa el gran incendio Empordà, cuando varios fuegos (en la Jonquera y Portbou) quemaron unas 13.000 hectáreas entre el 22 y el 30 julio de 2012, además de provocar la muerte de cuatro personas.
Completan el listado de fuegos más significativos del siglo el que el 26 de junio de 2019 arrancó en la Torre de l'Espanyol (Ribera d'Ebre, Tarragona) y que hasta extinguirse el 7 de julio quemó unas 5.050 hectáreas; y el que en agosto del 2003 afectó el Parque Natural de Sant Llorenç del Munt i l'Obac, que provocó la muerte de cinco personas de una misma familia en una masía de Sant Llorenç Savall y se extendió por las comarcas del Vallès Occidental, el Vallès Oriental y el Bages (las tres en Barcelona), acumulando una afectación de casi 4.600 hectáreas. También hay que destacar el incendio forestal de Baldomar (Lleida) que arrancó el 15 de junio del 2022 y calcinó cerca de 2.700 hectáreas.
Además del 2012, cuando en todo el año la superficie quemada de Catalunya se acercó a las 18.000 hectáreas, los peores años de la historia reciente en cuanto a los incendios fueron en 1998, con unas 21.000 hectáreas, y, sobre todo, en 1994, con más de 76.600, cerca del 4% de la superficie forestal del país. En 1998 varios fuegos simultáneos devastaron la Catalunya Central entre el 18 y el 22 julio, mientras que el 4 de julio de 1994 arrancó un incendio en Sant Mateu de Bages que quemaría 45.000 hectáreas en esta comarca y el Berguedà, al norte de la provincia de Barcelona. La tragedia se acentuó con la muerte de cinco personas.
¿Qué lo ha hecho posible?
No se puede decir que lo que está sucediendo en esta primera parte del verano sea sorprendente e inesperado. A pesar de la primavera lluviosa que ha tenido Catalunya este 2025, y que ha permitido dejar atrás la sequía de los tres años previos, un cóctel de factores hacían prever a los responsables de los Bombers y del Departamento de Interior del Govern que la campaña de incendios forestales podría ser complicada.
El pasado 30 de mayo, en la presentación del dispositivo para la campaña forestal del verano, la consellera de Interior, Nuria Parlon, ya avisó que la situación se podría "complicar" especialmente durante julio. La razón es que, como así ha sido, podrían juntarse un calor muy fuerte -se ha vivido el junio más cálido desde que se tienen registros- con un gran combustible acumulado. En este último aspecto se unen el elevado número de árboles muertos durante los años de sequía -el 28% del total-, con la vegetación crecida a raíz de las lluvias de primavera, que se ha secado con la canícula de junio. "No nos podemos relajar ni en la prevención ni en la dotación de medios", avisaba entonces Parlon.
Toda esta vegetación, muerta o seca, facilita la rápida propagación de las llamas, un hecho que en el caso de las Terres de l'Ebre se ha acentuado con la presencia de fuertes vientos que favorecieron la expansión del incendio. Hace unas semanas, el cuerpo de Agents Rurals avisaba de que el agua caída durante la primavera hacía que los bosques estuvieran en mejor situación que en los años anteriores, si bien señalaba que "hay algunas zonas que no han recibido tanta agua, como el interior de Tarragona y las Terres de l'Ebre o el litoral gerundense". Sobre las Terres de l'Ebre, donde ha quemado el fuego de Paüls, añadía como potencial agravante la "recurrencia de episodios de viento".
A principios de junio, el conseller de Agricultura, Ganadera, Pesca y Alimentación, Òscar Ordeig, alertó también que la falta de mantenimiento de las fincas forestales ha convertido los árboles muertos de la sequía en "combustible" ante un eventual incendio e hizo hincapié en mantener la gestión forestal "durante todo el año". Ordeig, de hecho, recalcó que ante la "multiplicación" exponencial de la densidad forestal en Catalunya "no gestionar no puede ser una opción".
Los incendios de sexta generación
A todo ello se tiene que sumar el salto de escala y de intensidad que empiezan a experimentar algunos de los fuegos, que ya son considerados incendios del cambio climático o de sexta generación, con un gran potencial de devastación. Los Bombers de la Generalitat no dudaron en situar en esta categoría el que quemó en la Segarra la semana pasada.
Según los expertos, son incendios extremadamente virulentos que van más allá de los patrones tradicionales y tienen un comportamiento errático. Además de la gran velocidad de propagación que tienen, pueden generar pirocúmulos –nubes de gran crecimiento vertical causados por la interacción del fuego con la atmósfera- como el de más de 14 kilómetros de altura visto en la Segarra, que acaban generando una meteorología propia alrededor de las llamas y el humo.
Según los Bombers, el fuego de la Segarra "avanzaba cuatro veces más rápido de lo normal" y llegó a los 28 kilómetros por hora. La violencia de este tipo de fuego supera la capacidad de extinción y esto implica que la estrategia para controlarlos pase por intentar fijar puntos clave en el perímetro de las llamas e intentar que a partir de aquí no avance, mientras se deja quemar el resto. Ya hace unos cuántos años que los bomberos catalanes se preparan para afrontar una tipología de incendios que, definitivamente, ya han llegado al territorio y con los cuales no funcionan las estrategias de control y extinción tradicionales.
La gestión forestal, clave
Más allá de las nuevas estrategias de los bomberos para afrontar los megaincendios, como siempre la clave pasa por la prevención. En este sentido, tras el incendio de la Segarra el conseller, Òscar Ordeig, admitió que hay "mucho margen de mejora" en la gestión forestal y agrícola en Catalunya, y coincidió con el sector agrario y ganadero que hay que hacer "cambios sustanciales".
Como señalan numerosos expertos, como por ejemplo el jefe del Grup d'Actuació Forestal (GRAF) de los Bombers de la Generalitat, Marc Castellnou, Ordeig apuesta por tener un paisaje "agroforestal", puesto que esto constituye "el mejor cortafuego", ante un territorio con pastos y campos abandonados en el que los bosques se expanden y, de paso, también lo hace el combustible potencial para alimentar las llamas. "Estamos jugando con fuego. Sufriremos desgracias en el futuro con el cambio climático, el aumento de las temperaturas, el abandono de los bosques y las dificultades para gestionar la masa forestal", recalcó el conseller.
En este sentido, el Govern ha avanzado que impulsará una propuesta urgente de franjas de protección de zonas habitadas que ahora no existen y de adecuación de más puntos de agua. Además, planteará una propuesta de actuación en zonas estratégicas para "evitar grandes incendios" de sexta generación que puedan quemar el país gracias a la continuidad forestal.
Hace solo unos meses, un estudio del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) defendía también recuperar los cinturones agrícolas de la región metropolitana de Barcelona para protegerla ante grandes incendios. En concreto, el trabajo calcula que habría que recuperar 17.000 hectáreas de cultivos y pastos abandonados en los últimos años.
Junto con la transformación de las zonas forestales propensas a los grandes episodios de sequía, permitiría disminuir un 30% de media la conectividad del fuego en caso de incendios, lo que dificultaría que las llamas avanzaran. Siempre según el CREAF, estas actuaciones no solo contribuirían a evitar que potencialmente el fuego llegara a las zonas urbanas de la región metropolitana de Barcelona, sino que también ayudarían en las tareas de extinción si llega un incendio.


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