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Menores llegados a Ceuta Marruecos cierra el grifo y deja Ceuta regada de niños con miedo a ser devueltos a su país

Alrededor de 800 niños cruzaron la frontera durante la crisis y están en instalaciones del Gobierno ceutí. Otros muchos vagan por las calles y parques sin posibilidad de ser retornados, aunque las devoluciones en caliente de menores de los últimos días y las ganas de alcanzar la Península los aleja de un desbordado sistema de acogida.

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Dos policías persiguen a un chico marroquí que intenta escapar de la nave del Tarajal donde se identifica y se hacen pruebas PCR a los menores que entraron en Ceuta durante la crisis fronteriza, este jueves. El chaval tenía 18 años e iba a ser devuelto a Marruecos.   Jairo Vargas

Mohamed tiene 16 años y una infección en el oído izquierdo de la que sale tanto pus que le deja lamparones en la ropa. Pasaba la mañana de este jueves dormitando sobre un banco del parque Argentina de Ceuta, próximo al puerto. Apenas tenía fuerzas para incorporarse, pero a duras penas se desenfunda de la manta que solo deja ver sus ojos soñolientos. Viste indumentaria religiosa musulmana: abaya blanca hasta los tobillos y kufi islámico. Dice que lleva cuatro días durmiendo en la calle, desde que el lunes pasado atravesó nadando los 500 metros que separan la tierra de nadie de la frontera marítima entre Ceuta y Marruecos. Está contento, aunque la fiebre y el dolor de oído no le dejan mostrarlo. Afirma que ha pasado cuatro años intentando cruzar desde la cercana localidad de Fnideq, la antigua Castillejos. "Mi madre aún no sabe que lo he conseguido, tengo que llamarla", asegura.

Un día, el niño Mohamed cogió un autobús en su Larache natal, a 250 kilómetros de donde está ahora, y se acercó todo lo que pudo a la frontera. Era un huérfano de padre buscándose la vida antes de tiempo. Cuando el domingo pasado escuchó que ningún gendarme marroquí le impediría echarse al agua y nadar hasta territorio ceutí, no se lo pensó. Y eso que ya le dolía mucho oído. El lunes cruzó y, desde entonces, no tiene mucho que hacer salvo mendigar comida, ropa y unas monedas.

Niños en las calles

Ceuta entera está plagada de niños, adolescentes y jóvenes que lograron sortear las devoluciones en caliente en el Tarajal, como Mohamed, que dice que no miró atrás desde que salió del agua. "Correr, mucho, muy rápido", ilustra. No es el único niño que deambula por el parque. Hay decenas de ellos, como Said, de 17 años; Ayman, de 15; Yesin, de 16; o Loteo, de 15. Son todos de Tetuán y vinieron juntos en autobús en cuanto corrió la noticia de la barra libre fronteriza. "En Marruecos no trabajo, no estudios, no dinero", resume el mayor en el único castellano que sabe.

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Mohamed, marroquí de 16 años, en el banco de un parque de Ceuta este jueves, cuatro días después de cruzar a nado la frontera. Jairo Vargas

Con ellos también pasan los días decenas de jóvenes que tienen el mismo objetivo, llegar a la Península y, si hace falta, seguir la misma dirección que el PIB de los países europeos: rumbo norte. También comparten el mismo temor: ser devueltos al país que los ha usado como arma política. Muchos de ellos lo saben, pero no se sienten utilizados, sino más bien avergonzados de su Gobierno. "A un país debería darle vergüenza que sus ciudadanos quieran irse a la primera oportunidad. En cambio, Marruecos nos ha dado esta así porque le interesa", dice Hamsa Talhaoui, de 28 años, natural de Martil, con un dominio más que decente del español y, por lo visto, de la política real marroquí.

Con ayuda de Hamsa, Mohamed relata que fue a un centro de menores a las pocas horas de llegar, pero allí le explicaron que no cabía nadie más. Era cierto. Decidió seguir las indicaciones y, el martes se acercó a las naves del polígono industrial del Tarajal, muy cerca de su lugar de entrada. Allí se apelotonan, durmiendo hasta en estanterías, cientos de menores de edad que, como él, cruzaron en masa desde el pasado domingo hasta que Marruecos ha vuelto a controlar su frontera. También le dijeron que no había sitio. Y puede ser verdad, porque hasta la noche del miércoles no se realizaron los primeros traslados del casi millar de niños llegados durante la crisis. O mejor dicho, de los que no fueron devueltos en caliente, todavía empapados, llorando y pidiendo por favor a los militares que nos les golpearan al llegar a la orilla española, como han documentado varios medios de comunicación en los últimos días.

Las recientes devoluciones automáticas y en masa de niños han sido una línea roja que el Gobierno no había traspasado en materia migratoria. Hasta ahora. Y sus consecuencias legales y humanitarias aún están por ver. Aunque alguna ya se intuye en el caminar indeciso de Adam, un chico de Tánger de 16 años.

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Adam, de 16 años, acude a la nave del tarajal donde se identifica y se hacen pruebas PCR a los menores llegados durante la crisis fronteriza en Ceuta, este jueves. Jairo Vargas

La tarde de este jueves decidió acercarse a las naves del Tarajal después de cuatro días durmiendo entre cartones e intentando sin éxito colarse en un ferri del puerto que atraque en Algeciras. "No sé qué hacer. No sé si entrar ahí, tengo miedo de que me expulsen, pero no tengo nada", explica el joven a una mujer ceutí que traduce sus palabras a los periodistas. En estos días de locura ha visto muy de cerca las peleas y los robos.

Se aferra con fuerza a un estuche negro que guarda bajo la camiseta y que contiene sus escasas pertenencias. Aunque le expliquen que es ilegal devolver a niños, Adam es reticente, y tiene razones lógicas para serlo. Solo accede a acudir a los policías del polígono cuando ha facilitado su teléfono a los periodistas y a la improvisada traductora. "Si me van a devolver, os aviso", dice algo más tranquilo, mientras desciende la rampa que lleva a la nave de los niños desamparados. En la verja vuelve a dudar un momento. Finalmente entra. Horas después informa de que está bien, pero ese rumor no corre tan rápido como las imágenes de militares llevando en brazos a los niños al otro lado de la verja fronteriza.

Aunque de esta nave también hay fugas, como la de unos cuantos niños —no mayores de 12 años— que han salido por los tejados de la nave. Nadie se explica cómo, pero no era la primera vez. Sin embargo, no han ido muy lejos porque, a la media hora, dos de ellos comían sentados un bocadillo sobre el alto muro del recinto. Dos horas más tarde bajaron y volvieron al redil. Fue poco después de observar el intento de fuga de otro chico. De repente, varios policías empezaron a gritar mientras lo perseguían rampa arriba. Su huida acabó de forma rápida y abrupta; en el suelo, tras el empujón de otro lugareño sin aparente motivo. Entre sollozos, cuatro de sus amigos explican que tenía 18 años y que había escuchado que lo iban a devolver a Marruecos al ser mayor de edad.

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Dos niños marroquíes fugados de la nave del Tarajal, come un bocadillo en el muro del recinto del que acaban de escapar, en Ceuta, este jueves.  Jairo Vargas

Primera noche sin llegadas

El miércoles fue la primera noche sin entradas de personas por el Tarajal. Marruecos ya ha cerrado el grifo en su frontera tras una crisis diplomática con España en la que ha ganado más fondos y la reapertura de una investigación por genocidio contra el líder del Frente Polisario, hospitalizado en secreto en La Rioja. Para ello ha utilizado su tradicional arma, la presión migratoria. Poco le ha importado que esta vez los peones de su partida sean, sobre todo, sus propios ciudadanos; entre ellos, una enorme cantidad de niños. Alguno de tan corta edad que cuesta entender cómo y por qué ha llegado hasta Ceuta. Hay rumores para todos los gustos, entre ellos, el de autobuses que los esperaban a la salida de los colegios para acercarlos a la frontera.

Esa misma noche, después de horas desparramados en la explanada esperando su prueba PCR, bajo una malla militar de sombreo, eran trasladados los primeros 250 niños y niñas, casi a partes iguales, algo que no suele ocurrir (el número de niñas no acompañadas en España es drásticamente inferior al de los varones).

Varios autobuses conducidos por soldados españoles salían cargados de infantes del polígono del Tarajal. Saltaba a la vista, a través de las ventanillas del vehículo, que muchos no pasaban de los diez años. Todos sonreían, hacían la señal de la victoria con los dedos o decían adiós con sus pequeñas manos a los periodistas que intentaban documentar el traslado. "Mi hija tiene su misma edad", confesaba entre lágrimas una compañera de la radio pública.

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Niños y niñas no acompañados saludan desde los autobuses que los trasladaron el pasado miércoles desde las naves del Tarajal a un centro más amplio después de llegar nadando durante los últimos días a Ceuta desde Marruecos. Jairo Vargas

El proceso se ha repetido este jueves. Todos son llevados a otro centro improvisado hace meses para acoger a menores extranjeros durante la gran ola de la pandemia. Es una vasta zona alambrada repleta de viejos módulos prefabricados que servirán de albergue temporal durante un tiempo indeterminado. Recibe el nombre de Piniers. Allí no puede acceder la prensa. Al menos no tan cerca como en las naves de Tarajal, donde ya está bastante alejada. En algunos casos estos menores tienen familiares en Ceuta. Tampoco ellos pueden acudir a verlos a pesar de que durante las últimas horas han removido cielo y tierra para encontrarlos. Durante la tarde, numerosos parientes o conocidos de niños desaparecidos han acudido al polígono a preguntar si están ahí.

La mayoría se marchó sin avisar en casa. El Gobierno de Ceuta ha habilitado este jueves un número de teléfono (956512413) al que pueden llamar las familias que buscan a sus hijos desesperadamente. Su vuelta a casa, vía reagrupación, no va a ser fácil con una frontera cerrada y una burocracia indescriptible. Quienes atienden la línea no dan abasto desde primera hora, aseguran fuentes oficiales.

Tras más de dos días de aluvión humano, Ceuta es ahora una ciudad regada de personas sin rumbo, sobre todo niños. Marruecos se ha avenido este jueves a aceptar el regreso de sus ciudadanos adultos y la Policía ya hace batidas por las calles para llevarse a los que encuentre. Pero el país vecino conoce de sobra los puntos débiles de la ley española e internacional (léase en el idioma marroquí del asunto). Al menos la ley que había regido hasta que Mohamed VI abrió las puertas y que parece haber regresado con el final de la crisis. Los niños extranjeros sin padres ni tutores en el país no pueden ser devueltos. Deben ser acogidos y tutelados por la comunidad autónoma donde se encuentren.

Ceuta, como enclave fronterizo, está más que acostumbrada a gestionar constantes llegadas de menores marroquíes ávidos del sueño europeo. Pero del alrededor de 200 niños que suele tutelar, a los más de 800 que, según Delegación del Gobierno, han llegado a la ciudad en los últimos días, hay un abismo por el que puede caerse la estabilidad de varios gobiernos regionales.

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Un grupo de menores marroquíes llegados durante la crisis fronteriza a Ceuta, en un parque de la ciudad este jueves. Jairo Vargas

El reparto entre regiones de los niños que no sean reclamados por sus padres no es una opción, sino un imperativo en una ciudad de menos de 85.000 habitantes con recursos más que modestos.

Para hacer sitio a los llegados, el Gobierno y las regiones han acordado la distribución de 200 chicos que ya estaban en centros de protección de Ceuta. Cada una se quedará entre seis y 20 niños. Las únicas que han puesto pegas al reparto son Madrid y Galicia, aunque ambas acogerán a los 20 que se les ha asignado. Andalucía, también gobernada por el PP (aunque junto a Ciudadanos) no ha hecho crítica a su cuota de 18 pese a la saturación de su red de centros para menores. La respuesta de la extrema derecha no se ha hecho esperar. Vox ya ha anunciado que no apoyará más iniciativas en el Parlamento regional, como ha venido haciendo hasta ahora. Sus votos en Andalucía son necesarios para cualquier decisión de corte conservador. Por lo visto, Marruecos no es el único que utiliza a los niños como arma arrojadiza.

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