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Menores migrantes La encrucijada de los menores no acompañados: buscarse la vida o construirse una

El caso de éxito en Barcelona demuestra cómo el enfoque correcto de intervención social puede transformar las oportunidades de los menores no acompañados que viven en la calle.

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Un menor migrante corriendo hacia un camión en el muelle. — Erasmo Fenoy / unicef

madrid,

Los menores que dejan sus países y a sus familias atrás para buscar un futuro mejor se encuentran con un panorama muy distinto al que imaginaban al pisar suelo europeo. Para ellos comienza una carrera de fondo en la que tendrán que afrontar la violencia de un sistema en el que han dejado de ser niños para pasar a ser considerados delincuentes. Esta realidad es una constante en España, pero también hay casos de éxito que podrían inspirar cambios y mejorar la protección de este colectivo en situación de vulnerabilidad. Y algunos de estos casos se encuentran en la ciudad de Barcelona.

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En líneas generales, los procesos de intervención con menores no acompañados varían según la comunidad autónoma en la que se encuentren. Sin embargo, existen problemas comunes a nivel estatal, como los relativos al proceso de registro y gestión institucional. "Desde la primera identificación, no se les aplica la ley del Menor, sino la de Extranjería. No tienen los mismos derechos que si se les considerase menores", explican Melisa Pérez y Nuria Giménez, integradoras sociales en Madrid.

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"No se les aplica la ley del Menor, sino la de Extranjería"

Las trabajadoras comentan que después del registro, "se les hacina en centros de menores de primera acogida", donde no reciben ayuda psicológica necesaria para superar el proceso migratorio. Además, coinciden en que el hecho de que haya recursos como centros y pisos específicos para chavales extranjeros no acompañados "les segrega e impide su adaptación". Esta es la realidad de un sistema de protección que no funciona. Esta misma situación que evidencia las malas praxis institucionales y la falta de recursos especializados se produce de forma reiterada a nivel estatal.

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Barcelona acoge ejemplos de éxito en los que los menores migrantes no acompañados son atendidos a través de un enfoque psicosocial con perspectiva intercultural, tal y como destaca UNICEF en su último informe. La agencia de la ONU para la Infancia destaca los servicios sociales del Ajuntament de Barcelona y el Consorci de Serveis Socials, en colaboración con la unidad psiquiátrica del Hospital de Vall d’Hebron.

Contextualizar a los jóvenes

Numerosos medios y partidos políticos de extrema derecha han inundado la opinión pública con discursos que sitúan a los menores migrantes como responsables de la mala convivencia social. A menudo se les vincula a la delincuencia, la drogadicción o las peleas.

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Esta mirada excluyente obstaculiza el proceso de integración de los jóvenes. El doctor Francisco Collazos, psiquiatra y responsable del Programa de Psiquiatría Transcultural del Hospital Universitari Vall d'Hebron destaca que a una sociedad no le interesa tener a jóvenes que se sienten inadaptados. Asegura que en entornos multiculturales, "se hace necesario disponer de profesionales y recursos para que las personas culturalmente diferentes sean adecuadamente entendidas" y, por tanto, "sean correctamente diagnosticadas y orientadas".

"Es importante que los chicos vean que tienen posibilidades, que hay gente que se realiza"

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Para que los jóvenes consigan adaptarse es prioritario entenderles y conocer sus necesidades. En este sentido, los expertos señalan que es preciso contextualizar sus conductas y sus emociones dentro del marco cultural en el que se han desarrollado. El programa del Vall d’Hebron está basado en un enfoque psicosocial que adapta culturalmente la intervención al dotar de las competencias necesarias a los profesionales, apoyándose también en la figura del Agente Comunitario. Este actor tiene su origen en la misma cultura que los jóvenes a los que atiende e incluso ha podido estar en su misma situación. Por ello, es capaz de entender de primera mano a los menores y se convierte también en un referente afectivo para ellos: "Es importante que los chicos vean que tienen posibilidades. Que hay gente que se realiza, que hace su proyecto y que les puede entender", explica Nuria Menta, directora de Servicios Sociales del Ajuntament de Barcelona.

El programa también aborda el problema del consumo de drogas. Según el Dr. Collazos, algunos de los chicos —especialmente aquellos en situación de calle— han incurrido en consumo de neurotóxicos. "Estas drogas afectan al lóbulo frontal y a funciones esenciales vinculadas a la sociabilidad, la integración, el aprendizaje...", explica el psiquiatra. Estos jóvenes pueden tener dificultades a la hora de retener información, controlar impulsos, prestar atención o gestionar sus emociones, porque estos hábitos han afectado seriamente a su desarrollo. Para abordar este problema, en la ciudad se encuentra el Centro de baja exigencia del consistorio barcelonés que ha acogido ya a más de 40 jóvenes a los que ha proporcionado asistencia y ha ayudado a reducir su consumo de estupefacientes.

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Prevención y comunidad, claves de éxito

Menta subraya que la intervención no se produce únicamente cuando ya se ha generado un problema. "Los servicios preventivos han disminuido la necesidad de dar una respuesta de emergencia", asegura. A diferencia de otras grandes ciudades como Madrid, donde la intervención con menores se sitúa en la sección de urgencias y emergencias, en Barcelona se integra también un enfoque de prevención y acompañamiento a los jóvenes.

Sucede, por ejemplo, con el Servicio de Detección e Intervención con Menores No Acompañados (SDI), que intenta mejorar los vínculos de los jóvenes migrantes y el sistema de protección a través de los educadores de calle. Otro caso ilustrativo es el del Servicio de Gestión de Conflictos de Ámbito Social en el Espacio Urbano, que integra a los distintos actores de la comunidad, incluyendo agentes políticos, policiales y vecinales, para garantizar su adaptación. "Se trabaja con la comunidad respecto a las dificultades de convivencia que pudieran surgir en el espacio público, para tratar los estereotipos, saber dónde podemos intervenir y dar una respuesta", explica Alicia Castillón, jefa del Servicio de Atención a la Infancia y a Mujeres del Consorcio de Servicios Sociales.

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"Nos esforzamos por acercarnos a los vecinos, invitándoles a entrar en los centros y que conozcan a los chicos"

De esta forma, estos servicios pretenden integrar a los chicos confiando en su propia autonomía, permitiéndoles explorar y conocer gente. "Nos esforzamos por acercarnos a los vecinos, invitándoles a entrar en los centros y que conozcan a los chicos. A estos les animamos a que colaboren con entidades deportivas y culturales, que vayan a las fiestas de los barrios...", explica Menta, que pone el ejemplo de los tradicionales castellers: "Es trabajo colaborativo a través del te necesito", enfatiza.

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Además, estos servicios han seguido funcionando con la llegada de la pandemia, "con la colaboración de la Generalitat se consiguió poner en marcha servicios de primera acogida y emergencias", explica Castillón.

Retos para el futuro

Uno de los obstáculos fundamentales en el proceso de integración, es la falta de documentación de los chicos. "Ellos vienen con la idea de hacerse un futuro y aquí el futuro viene por tener papeles", comenta la directora de Servicios Sociales. Sin papeles no pueden acceder a un trabajo ni a recursos de formación y en ocasiones salen del sistema de protección a los 18 años sin que se haya tramitado su residencia. Esto hace que no puedan llevar una vida independiente y tengan que introducirse en actividades ilícitas para subsistir como la economía sumergida o la delincuencia.

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Otra de las carencias a destacar es la falta de presupuesto y voluntad política para garantizar servicios especializados de calidad. Muchas iniciativas, como es el caso del programa de psiquiatría transcultural, dependen de financiaciones privadas, al igual que los servicios de integración en los que trabajan Melisa y Nuria. "No sabemos qué hacen con todo el dinero que les da la Comunidad [en concurso público], porque no contratan a personal y tenemos que hacer tareas que no nos corresponden" explica Melisa.

El modelo comunitario impulsado por Barcelona es solo otra prueba fehaciente de que, si el sistema cambia, los jóvenes también. "La mayoría de estos niños cuando se les da la oportunidad de contar con un recurso digno en unas condiciones de tranquilidad, seguridad y de cariño, reaccionan", afirma el Dr. Collazos. Estos casos de buenas prácticas cuestionan los modelos tradicionales de intervención, apostando por la adaptación cultural, la prevención y el acompañamiento humanizado para construir de forma comunitaria proyectos de vida para estos jóvenes.

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