Este artículo se publicó hace 3 años.
Los menores vulnerables pagan la factura del odio en mitad de la ola de frío: sin luz ni calefacción
Con el auge de la extrema derecha, las instituciones madrileñas demoran su respuesta a la crisis abierta por las temperaturas bajo cero en lugares como la Cañada Real o los centros de menores.
Lucía Franco
Madrid-
Un clásico de después de las Navidades. Como en la mayoría de colegios de España, los profesores del CEIP Blas de Otero de Madrid se disponen estos días a retomar las clases tras las vacaciones planteando una cuestión a sus alumnos: ¿qué habéis hecho estas vacaciones? A sus cinco años, Tayssir, que ya se espera la pregunta, no sabe muy bien qué va a responder.
-Papá, ¿tengo que decir que hemos dormido en el coche?
Durante el último mes, mientras buena parte de los madrileños se dejaban arrastrar por una vorágine de luces, compras, más luces y más compras, él y su hermana Rodayna, de tres años, han conocido lo que es el verdadero frío. Viven en el sector VI de la Cañada Real, un asentamiento de infraviviendas situado a escasos 15 kilómetros del centro de la ciudad que no tiene luz desde el pasado mes de octubre y que desde principios de esta misma semana tampoco tiene agua porque sus tuberías se han congelado.
El motivo, dicen las autoridades, son unos enganches ilegales a las fuentes de energía llevados a cabo por mafias que trafican con la marihuana. El rastro de exceso de voltaje que dejan estas plantaciones, que necesitan 45 veces más luz que una vivienda normal, condujo el pasado 15 de diciembre a la operación Potypoty, un operativo en el que intervinieron más de un centenar de agentes de la Policía Nacional que sirvió para desarticular tres zonas de almacenamiento de droga donde se vendían hasta 150 dosis diarias. Nada de esto sirvió, sin embargo, para que volviera la luz.
En vez de eso, la propia presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, contribuyó a principios de diciembre a asentar los prejuicios que pesan sobre la gente que vive en la Cañada: "Usted reventaba cajeros y ve a Otegui como un hombre de paz. Entiendo que vea a los de la Cañada como ingenieros agrónomos. Para tener los porsches ahí aparcados, bien; para pagar las facturas, que es lo que está provocando esos cortes, no", dijo la presidenta a Isabel Serra, diputada de Unidas Podemos, en una sesión de control. El número de enganches ilegales con consumo industrial para plantaciones de marihuana se elevaba en diciembre, según el consejero de Vivienda y Administración Local, David Pérez, a 60. En la Cañada viven unas 4.000 personas, 1.800 de ellas menores de edad.
"La nevada de esta última semana nos remató. Tengo que llevar a mis hijos al colegio el lunes y no sé cómo lo voy a hacer porque no tengo agua para lavarles la cara aunque sea, ni tienen ropa limpia. Antes, podíamos ir a una lavandería, pero con la nieve no tengo forma de aparcar", explica Zakaria Napjwa, padre de Tayssir y Rodayna, dos niños que, como tantos otros, vieron emocionados caer los primeros copos de nieve, pero que ahora no quieren ni verla: "A los niños les gusta la nieve si después de jugar con ella hay un lugar caliente al que volver", dice Napjwa, que tras más de 100 días durmiendo en la misma cama que sus hijos para darles calor ante la falta de electricidad, esta semana decidió, en plena noche, abrirles el coche para que pudieran disfrutar de unas horas de calefacción.
"No nos vamos a ir". Es la idea que repiten, como una letanía, los vecinos de la Cañada, y la mayoría se queda ahí, sin explicar mucho más, aunque todos saben por qué lo dicen. Ante la crisis abierta por el temporal de frío, la Comunidad de Madrid ofreció hace una semana realojar a cientos de familias en un albergue improvisado, y Naturgy ha mandado ya unas cuantas estufas de butano que los propios vecinos se han encargado de repartir entre las familias con más dificultades. Todas, soluciones transitorias. Todo, antes que permitir que la Cañada Real retome una cierta normalidad.
A nadie se le escapa a estas alturas que la Cañada, ubicada en el sureste de la capital, la mayor bolsa de suelo asequible que queda en Madrid, es un extraordinario estorbo para que se lleven a término las proyectadas ampliaciones de las urbanizaciones de El Cañaveral, Los Ahijones, Los Berrocales, Los Cerros y Valdecarros. Detrás de la de Los Berrocales, por ejemplo, se encuentra la sociedad Desarrollos Inmobiliarios Los Berrocales, empresa en la que el futbolista del Real Madrid Sergio Ramos tiene un 49% de participación y cuyas propiedades perdieron, a fecha de 31 de diciembre de 2020, un valor de 19,1 millones de euros, según el Registro Mercantil. Es solo una más de la inmensa maraña de inmobiliarias que están ansiosas por ver la Cañada vacía. La Comunidad de Madrid parece dispuesta a ayudar a cumplir sus deseos. "Si la Comunidad tiene un plan para nosotros, que lo diga en voz alta. Mientras, que nos pongan la luz, yo la pago encantado. Mis hijos nunca van a olvidar lo que ha pasado los últimos meses", zanja Napjwa.
Desde Save The Children han denunciado en numerosas ocasiones el estado en el que están viviendo más de 1.800 niños a temperaturas de hasta -12ºC sin luz ni calefacción. "Hemos estado con las familias y con los niños y las niñas, y hemos visto de primera mano la dificultad de vivir hacinados en una habitación donde conservar un mínimo de temperatura, realizar tareas escolares cuando no hay luz eléctrica en casa o planificar las comidas cuando la nevera no funciona. La situación de estas familias no puede seguir así", afirma el director general de Save the Children, Andrés Conde. Desde la ONG le piden al Gobierno una solución de emergencia para la la Cañada Real. La situación no es mucho mejor dentro de los centros de menores.
La sombra de la extrema derecha
Pero muchos vecinos ven algo más que intereses inmobiliarios detrás de la falta de respuesta de las instituciones madrileñas. Ven ideología: "Culpo a la extrema derecha de todo lo que está pasando. Llevo 20 años en la Cañada y nunca hemos estado en peores condiciones", explica Napjwa. Con un Gobierno regional sostenido por los votos de Vox, no son pocos los que ven la mano del partido de Abascal detrás de la lentitud de las instituciones a la hora de resolver crisis que tienen que ver con menores de zonas empobrecidas como la Cañada Real o menores migrantes no acompañados como los que se alojan en los centros de menores.
Desde el propio partido de ultraderecha nadie esconde que la situación de los menores vulnerables está lejos de quitarles el sueño. Lo subrayó hace una semana Juan Luis Steegmann, diputado de Vox en el Congreso de los Diputados, que respondió a un tuit de Íñigo Errejón denunciando la situación de la Cañada con un escueto: "Que se lleven los cultivos de marihuana a Gárgarapagar". La respuesta vinculó, de un modo extraño y sin más solución de continuidad ni explicación, los problemas de la Cañada con el lugar de residencia del vicepresidente Pablo Iglesias.
"Tengo claro que si se tratara de otra zona donde la inmensa mayoría no fueran personas migrantes y gitanos, se actuaría de otra manera. La Policía sabe perfectamente dónde están los picos de luz de las plantaciones, y los vecinos quieren que les pongan sus contadores. Quienes no quieren son la Comunidad y los ayuntamientos", explica Oti Camacho, presidenta de la Asociación de Familias del colegio Mario Benedetti, uno de los centros que más alumnos acoge de la Cañada. Mientras se pasó la Navidad recogiendo mantas, ropa, comida y recursos para las familias de la Cañada, la Afa del Mario Benedetti ha sido testigo de la parálisis de las instituciones: "Que se dejen de mandar estufas y enciendan la luz", reclama Camacho.
Soluciones y, sobre todo, recursos, pide también Diego Rodríguez, responsable de menores de CCOO, quien explica que, a nivel estatal, en el último año se han reducido a la mitad las prácticas que los profesionales de los centros han podido conseguir a los menores no tutelados. Entre los motivos destacan una crisis económica sobrevenida a causa del coronavirus y, sobre todo, las recientes campañas lideradas por Vox para criminalizar a los menores migrantes no acompañados: "Son chicos que vienen sin mucha formación y sin conocer el idioma.
A eso hay que añadir una crisis y un partido político que los pone siempre en la picota. Las empresas optan por contratar a otra gente mientras nosotros tenemos a un montón de jóvenes en los centros sin hacer gran cosa", explica Rodríguez. "El recuerdo que tengo de mi etapa en el centro de menores es el de estar en una cárcel", afirma al respecto un antiguo menor migrante no acompañado que prefiere no revelar su identidad y que vive ya en un piso tutelado con otros adultos mientras aprende en el campo de la hostelería.
Muchos hoy están pasando por donde él pasó. En las inmediaciones del antiguo albergue Richard Schirrmann, que hoy sirve como centro de menores en la Casa de Campo de Madrid, pasea solitario por la larga recta que llega a la zona desde el lago Marco A., un joven camerunés de 17 años. Lo hace, precisamente, para matar el tedio al que le condenan la inactividad, la falta de oportunidades y los prejuicios que pesan sobre chicos como él: "He salido a pasear porque dentro no tenemos muchas cosas que hacer. Ver películas, escuchar música, leer… A mí me gusta la naturaleza, es agradable", cuenta, mitad en inglés y mitad en un español todavía tentativo, mientras sale a pasear con unas zapatillas de deporte, una fina sudadera y unos vaqueros por unos caminos por los que todavía no se ha retirado toda la nieve que trajo Filomena. Tiene frío, pero no le importa. Cualquier cosa con tal de mantener la mente ocupada: "Desde que estoy aquí, pienso mucho. En mi país, mi familia. Mi padre murió, y mi madre tiene una pierna más corta que otra. Tengo que conseguir mandarle dinero".
Las condiciones en las que convive junto con otros 53 menores no invitan tampoco a permanecer demasiadas horas en el centro. Mientras un goteo de jóvenes va saliendo del antiguo albergue también para pasear, Marco describe su día a día: "La comida es suficiente, pero a mí no siempre me gusta, estoy acostumbrado a comer otras cosas. También por eso la relación con los otros chicos es difícil, porque cada uno venimos de sitios muy distintos. No tengo problemas, pero tampoco tengo amigos. Hay una calefacción, pero no siempre tiene potencia para calentarnos a todos y a veces tengo frío".
El peor momento lo pasó desde el pasado viernes por la tarde hasta el domingo siguiente, cuando, en plena ola de frío y con temperaturas bajo cero, este centro de menores se quedó sin luz durante más de 30 horas debido a un corte en el suministro que un portavoz de la Comunidad de Madrid atribuye a un fallo generalizado en toda la zona de Casa de Campo. Se trata de una explicación que la asociación de vecinos Manzanares-Casa de Campo niega en parte: "Se nos notificó que había alguna calle sin luz, pero ningún vecino de Casa de Campo nos dijo que se hubiese quedado sin electricidad en casa", explican. Sí faltó la energía en el antiguo albergue, que hasta las seis de la mañana del domingo ni pudo calentarse ni servir comida caliente.
Marco solo sonríe cuando habla de su gran pasión, el fútbol: "Vine a España a ser futbolista. Soy muy bueno, pregunta a cualquiera. Sé que puedo vivir de eso. Quiero hacer las pruebas en el Rayo Vallecano". Se despide con la promesa de que algún día será famoso. Mientras, casi a modo de entrenamiento, sale a pasear esperando a que su nuevo país le dé la oportunidad que muchos le quieren negar.
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