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Un Pirineo sin apenas nieve en pleno invierno augura una etapa de escasez de agua en medio país

Las cumbres de Navarra, Huesca y Lleida acumulan entre la mitad y un tercio de las reservas nivales que han sido habituales en las dos últimas décadas, en un fenómeno que enlaza la sequía de Mediterráneo con la del Cantábrico.

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Las laderas de la estación de esquí de Candanchú (Huesca) dan fe de la escasez de nieve en el Pirineo. — Cedida, enero de 2024

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"Los glaciares y la nieve son muy buenos indicadores de cómo está el sistema, son la aguja que te dice cómo vas de reservas. La nieve sirve como indicador de la situación del sistema hidrológico, y este año apunta a que va a ser malo", explica Paco Iturbe, divulgador ambiental y miembro de Ecologistas en Acción y la Plataforma de Defensa de las Montañas.

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La escasez de nieve está siendo histórica este año en el Pirineo y en las montañas de la cuenca del Ebro en general, donde en la última semana de febrero, según los partes de la CHE (Confederación Hidrográfica del Ebro), el pico de la campaña ha comenzado a descender tras haber superado escasamente los 600 hectómetros cúbicos.

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Ese volumen puede parecer enorme en función de la referencia que se utilice para la comparación, ya que daría para abastecer durante más de un año a la Comunidad de Madrid, pero se revela inquietantemente escaso cuando se contextualiza, puesto que, según indican los informes anuales, se queda claramente por debajo de la mitad de la media de 1.580 de los 18 años anteriores y supone apenas la quinta parte del pico de 3.000 de finales de febrero de 2018.

"La nieve es un embalse de agua en superficie que refuerza los ríos en primavera. Esos datos anticipan que vamos a tener una sequía muy intensa", advierte Julia Martínez, directora técnica de la FNCA (Fundación Nueva Cultura del Agua).

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El régimen de la nieve ha cambiado en el Pirineo: cae menos, llega más tarde, entrado diciembre, y deja de acumularse antes, con el pico que a principios de siglo se daba entre marzo y abril trasladado a finales de enero o comienzos de febrero.

Y eso, con el régimen de las lluvias en pleno proceso de concentración hacia el otoño y de aumento de la torrencialidad como consecuencia de un fenómeno de subtropicalización del clima, con las temperaturas disparadas también en la montaña y con la mayor frecuencia de olas de calor y de fases de temperaturas inusualmente elevadas en meses intempestivos, apunta a que el grueso de ese volumen acabará sublimándose sin llegar a licuarse, con lo que los ríos se quedarán, de nuevo, sin los mayencos, el refuerzo de caudal que su fusión generaba en primavera.

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El panorama resulta más que inquietante: no hay nieve en la cabecera del Ebro, en Cantabria y en Burgos, ni prácticamente en Navarra, y las anotaciones de los técnicos de la CHE varían entre el "muy baja" y el "mínima en cinco años" (de cinco que se observan) en las de Huesca y de Lleida con la excepción del Noguera Ribagorçana, el río fronterizo donde la reserva nival "solo" es baja.

Los menos de 400 hectómetros almacenados en esa cuenca, poco más de 150 en la del Segre y apenas 70 en el Ésera auguran estrecheces para cubrir la demanda habitual de los usos urbanos, agrarios e industriales de Huesca y Lleida.

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Y no parece que los 750 del Cinca, los 150 del Gállego, los 420 del Aragón y los 330 del Irati vayan a dar, salvo que se repitan las inusualmente copiosas lluvias de la pasada primavera, para atender a sus demandas "históricas" y para socorrer al eje del Ebro ante la escueta reserva de apenas 160 en la cabecera, inferior a la demanda ambiental de un año en el curso medio, y otra de menos de 17 en Sobrón.

Se sitúan por debajo de los mínimos de seguridad ecológica ríos pirenaicos como el Ésera y el Cinca

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Los datos de caudales, descendientes desde hace unos años en su conjunto en los ríos de la cuenca, activan más alarmas, si cabe, ante la situación de escasez que se avecina, ya que en los últimos días se han situado por debajo de los mínimos de seguridad ecológica ríos pirenaicos como el Ésera y el Cinca y también otros de la margen derecha como el Huerva. "Algunos ríos presentan caudales ridículos y además apenas hay nieve. Es alarmante", señala Iturbe.

Un cuarto del país en sequía y otro tanto en puertas

La situación de sequedad que atraviesa la cuenca del Ebro tiene ahora mismo dos particularidades de carácter, más que simplemente geográfico, casi geoestratégico.

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Una es la de enlazar comunidades en situación de sequía como Catalunya, con 202 municipios en los que viven más de seis millones de personas en situación de emergencia, y Cantabria, cuyas reservas están por debajo de un tercio de su capacidad de almacenamiento, según el portal Embalses.net, y que ya a finales de octubre tuvo que activar el trasvase del Ebro conocido como "la autovía del agua" para garantizar el suministro.

Esos tres territorios, Catalunya, la cuenca del Ebro y Cantabria, suman en torno a la cuarta parte de la población, de la superficie y del PIB del Estado, un grado de afección que no parece compadecerse con el espacio que la problemática ocupa en el debate público y que en breve puede verse duplicado a poco que la escasez se agudice en el País Valencià, Murcia y Andalucía.

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Los recursos del Ebro resultan fundamentales para garantizar el agua para usos urbanos e industriales

La otra particularidad consiste en que, al margen de los disparatados debates sobre política hidráulica que se desarrollan en el ámbito político, los recursos del Ebro resultan fundamentales para garantizar la disponibilidad de agua para usos urbanos e industriales en Vizcaya y el Gran Bilbao, en Cantabria y en Tarragona mediante siete de los ocho trasvases que soporta desde hace décadas y cuyos niveles de garantía parecen, ahora mismo, más decadentes que boyantes.

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El octavo es el que enlaza los ríos Carol y Ariége, en Francia, al que se suma el natural de la cabecera del Ésera en Benasque (Huesca) hacia el Garona a través de las masas kársticas del macizo de La Maladeta.

Más evapotranspiración, mayor evaporación y sublimación más intensa

"La situación es peliaguda. Da la sensación de que los efectos del cambio climático van más rápido de lo que plantean los expertos, y que son mucho más intensos de lo que prevén los planes hidrológicos, que hablan de reducciones del 5% al 10% de los recursos hídricos para los próximos veinte años. Van a ser muy superiores", expone Martínez.

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Uno de los telesillas de Candanchú perfila su paradójica estampa en un invierno sin nieve en el Pirineo. — Cedida, enero de 2024

¿Y a qué puede deberse que las aportaciones de agua en los ríos se estén reduciendo mucho más que las precipitaciones? "La razón está en el aumento de las temperaturas, que está provocando un incremento de la evapotranspiración de las plantas, la evaporación de los pantanos y la sublimación de la nieve", señala Martínez.

Esos fenómenos se ven intensificados por la ampliación de las épocas cálidas del año

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Esos fenómenos se ven intensificados por la ampliación de las épocas cálidas del año, con inviernos primaverales como el actual, primaveras veraniegas como las últimas, veranos que no se van hasta entrado octubre y olas de calor cada vez más frecuentes e intensas.

"Si la vegetación consume más agua, se seca más el suelo en general y se reduce la escorrentía en las cabeceras de los ríos", recuerda la directora técnica de la FNCA, que coincide en Iturbe en llamar la atención sobre la sobreexplotación de los acuíferos cuando, precisamente, esa cadena de causas reduce su recarga.

La gestión de algunos embalses tampoco acaba de ayudar en situaciones como la actual. "La prioridad en algunos de ellos es generar electricidad, y para ello han ido soltando agua que quizás luego vamos a echar de menos", apunta Iturbe.

"El debate del agua gira en torno a la especulación"

Llegados a este punto, y con el grueso de la ciudadanía concentrada en ciudades y sin apenas contacto con el medio natural, dirigentes políticos de casi todo el arco ideológico han optado por un demarraje de populismo hidráulico.

En la vertiente mediterránea se reclaman trasvases desde áreas crónicamente deficitarias en agua y se reivindican ampliaciones de regadíos como herramienta para impedirlos en las zonas que todavía no han tomado consciencia de su escasez.

"La polémica de los trasvases es una huida hacia adelante para eludir la responsabilidad de explicarle a la gente que aquellas disponibilidades de agua de los años 60 y 70 no van a volver. Se han ido para siempre, forman parte del pasado", indica Martínez.

La directora técnica de la FNCA advierte de cómo ese discurso entraña un obvio riesgo de conflicto: "Va a suponer tensiones con los dos usos prioritarios, que son el de consumo de boca y el ecológico", apunta, ante la evidencia de que otros de carácter productivo, como los agrícolas, los ganaderos y los industriales, tienen muchos números para ser objeto de restricciones.

"De lo que hablan cuando hablan de trasvases es de especulación, dicen que puede haber reservas para mantener los sistemas con sus condiciones actuales, y ocurre lo mismo con los planes de regadío. Hacen falta dos ebros para lo que hay planificado", señala Iturbe.

"El debate del agua gira en torno a la especulación, pero no hay un debate sobre la situación hidrológica. El papel lo aguanta todo, pero esta situación de escasez no es algo puntual, sino una tendencia que, además, va a ir a peor. Hay que empezar a repensar todo el sistema", concluye el ecologista.

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