Público
Público

La paradoja de la crecida del Ebro: la sequía y la inundación de la ribera evitan un cataclismo

El anegamiento de miles de hectáreas de cultivos en el eje de la cuenca y la laminación de las crecidas en sus afluentes Irati y Aragón al estar casi vacíos sus pantanos reducen a dos tercios de su magnitud natural una riada que sin esas maniobras habría resultado devastadora para Zaragoza y para los propios pueblos ribereños, que ensayan un nuevo modelo de convivencia con el río tras empezar las administraciones a liberar espacio en su llanura.

Varias personas observan los edificios de una granja sumergidos después de fuertes lluvias e inundaciones en Zaragoza. REUTERS / Vincent West
Varias personas observan los edificios de una granja sumergidos después de fuertes lluvias e inundaciones en Zaragoza. Vincent West / REUTERS

"Los riesgos naturales son el resultado inevitable de los procesos físicos de la Tierra. Se convierten en catástrofes naturales solo cuando suceden en un núcleo urbano o cerca de este, cuando los edificios son incapaces de soportar ese cambio súbito que provocan", explica Lucy Jones, sismóloga y una de las principales autoridades científicas del mundo en la prevención de esos peligros, en su libro Desastres (editorial Capitán Swing, 2021), en el que analiza los principales cataclismos registrados a lo largo de la historia: terremotos, volcanes, tsunamis y, también, riadas.

La que estos días se vive en la cuenca del Ebro está arrojando un balance de daños humanos y económicos claramente inferior al que correspondería a su magnitud natural por la combinación de una serie de factores entre los que hay algunos de tipo conceptual, como la consolidación de principios como el formulado por Jones en las administraciones, una notable mejora de la coordinación de las instituciones en relación con las últimas crecidas y, también, una componente paradójica: la sequía, o cuando menos sequedad, que el Pirineo sufría hasta hace apenas dos semanas ha acabado siendo una de las dos piezas clave para evitar una catástrofe en los núcleos habitados del eje del Ebro, con Zaragoza y Tudela a la cabeza; la otra ha sido el tradicional sacrificio de la vega del Ebro con la inundación de miles de hectáreas de campos de cultivo, y las consiguientes pérdidas en producciones e infraestructuras, para salvar pueblos y ciudades.

Esta riada, la de mayor entidad tras la de 2015 y la de 2003, que abrió el nuevo ciclo de crecidas de la cuenca tras dos décadas de tregua, es la primera en la que la opción principal consiste en devolver terreno al río cuando crece y ‘saca sus escrituras’ para reclamarlo.

¿Por qué la sequía ha resultado beneficiosa?

Por un factor meramente coyuntural que ha situado a los polémicos pantanos de Yesa, en el cauce del Aragón, y de Itoiz, en su afluente el Irati, con espacio suficiente para absorber hasta un tercio de la crecida.

"Apenas han dejado salir caudales, salvo el ecológico", explica María Luisa Moreno, jefa de Hidrología de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), que anota que "eso ha influido en que en el eje del Ebro estemos observando caudales superiores a 2.000 metros cúbicos por segundo, pero unos mil inferiores a lo que naturalmente hubiese sido la aportación del Aragón".

Esa diferencia de caudal marca una línea entre las evacuaciones preventivas de población como la efectuada el domingo durante unas horas en una parte del casco urbano de Novillas (Zaragoza) y la necesidad de efectuar traslados masivos tanto en los pueblos de la ribera como, posiblemente, en la margen izquierda de Zaragoza ante el evidente riesgo de inundaciones que había supuesto una riada de tres millones de litros por segundo.

¿Cuál ha sido el sacrificio de la ribera?

Soportar durante días, o probablemente semanas, unas inundaciones provocadas por la extensión de un chorro que llegó a situarse entre los 400 y los 500 metros cúbicos por segundo cuando la punta de la crecida atravesaba el tramo de Tudela y Castejón de Ebro a Zaragoza. Eso supone que al cabo de cada jornada se están desparramando entre 35 y 45 hectómetros cúbicos de agua por la ribera, un volumen equivalente a más de treinta (o cuarenta) veces el espacio que ocupa un espacio como el Santiago Bernabéu.

¿De dónde sale esa cifra? Esos de 400 a 500 metros cúbicos por segundo son la diferencia entre el caudal máximo registrado en Tudela, que fue de 2.709 a mediodía del domingo, y el de Zaragoza, que a las siete de la tarde del jueves, en el final de su fase ascendente, superaba los 2.100 y que las previsiones situaban en un máximo de 2.200 en torno a la medianoche.

Esa inundación de la llanura añadió una merma de caudal de 400/500 metros cúbicos por segundo a la de un millar provocada por la laminación de los pantanos, lo que permitió, siempre en el plano teórico, que una riada que en condiciones naturales habría alcanzado los 3.700 en Tudela cruzara la ribera aragonesa con apenas 2.200.

¿Cómo es que una riada más caudalosa en Tudela llega con menos agua a Zaragoza?

La crecida fue en Tudela superior a la de 2015, cuando se acercó a los 2.600 metros cúbicos por segundo, e inferior en Zaragoza a la de aquel año, cuando superó los 2.400, como consecuencia de una serie de actuaciones ejecutadas en ese periodo que le han ido devolviendo espacio al río.

"Se han registrado niveles inferiores a los de 2015 debido a muchas actuaciones que se han realizado en este tramo [del río] desde 2015 que han permitido que el agua circule con más facilidad", explica Moreno, que añade que eso ha dado "un margen de maniobra que ha hecho que los pueblos estén más protegidos".

"En algunas zonas se han retranqueado motas (diques) y se han habilitado cauces de alivio y zonas de inundación controlada dentro del programa Ebro Resilience", señala Alfredo Ollero, profesor titular de Geografía y Ordenación del Territorio en la Universidad de Zaragoza y uno de los principales estudiosos de las dinámicas del río. "Es la única solución. Cuanta más anchura, más espacio, le demos al río, mejor será", añade.

¿Ha habido más factores extraordinarios?

Sí, al menos uno más del que se tenga constancia, localizada en la zona cercana a Castejón y Tudela en la que en pocos kilómetros confluyen el Arga con el Aragón y este con el Ebro, al que se suma el Ega. Allí, por la morfología de la zona, se produjo "una gran laminación" por lo inusualmente elevado de los caudales que llevaban varios de ellos que "provocó que hubiera un embalsamiento de agua y desbordamientos", indicó Moreno.

Esa situación, que fue una de las causas de las inundaciones en el casco urbano de Tudela el pasado fin de semana, también redujo el caudal máximo que circulaba por el eje del Ebro, aunque al mismo tiempo prolongó su evacuación.

¿Qué consecuencias tiene esa inundación de la ribera?

Los cascos urbanos se han salvado, aunque las tierras de los términos de esos mismos pueblos ribereños han sufrido unas inundaciones de las que el agua tardará días, y en algunos casos semanas, en retirarse debido a la humedad y las bajas temperaturas de esta época del año, a lo que se suma la propia saturación hídrica del suelo.

"Las actuaciones siempre se han hecho para favorecer la seguridad de los cascos urbanos", indica Moreno, mientras fuentes de la consejería de Agricultura del Gobierno de Aragón señalan que "la estimación es que se vean afectadas con daños en cultivos 12.000 hectáreas, las anegadas serán muchas más", cálculo que la organización agraria UAGA eleva a 15.000 en explotación más 5.000 en eriales.
En ambos casos hay que sumar las afecciones en la huerta de Zaragoza, que el Ayuntamiento cifró este martes en 2.070 en los barrios rurales de Alfocea y Juslibol y en 1.190 entre Movera y Pastriz, lo que da un abanico de entre 15.000 y 18.000 de cultivos, a lo que hay que sumar los desperfectos en las infraestructuras de riego y otros equipamientos.

"Los daños van a ser iguales o superiores a los de 2015", indica Javier Fatás, miembro de la ejecutiva de Uaga, que añade que "el gran daño de la riada lo están soportando las tierras de cultivo de la ribera. Está afectada toda la llanura de inundación".

Fatás llama la atención sobre la dificultad añadida que va a suponer, si en dos semanas se han desaguado los campos, tener que afrontar la reparación de infraestructuras y el acondicionamiento de los campos en esta época del año, cuando la humedad complica tanto el acceso como el trabajo.

¿Quién va a hacerse cargo de esos daños?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció este martes que el Consejo de Ministros aprobará el viernes las peticiones de declaración de zona catastrófica formuladas por los ejecutivos autonómicos de Navarra y de Aragón para áreas afectadas por la crecida, algo que normalmente suele traducirse en la aceleración de algunas inversiones públicas y en algunas exenciones de cotizaciones y de tributos para las explotaciones con daños.

Otra cosa serán los perjuicios que hayan sufrido las producciones agrícolas. "Estamos a expensas de saber si Agroseguro va a cubrir los daños el cereal de invierno, que estaba recién sembrado", explica Fatás, que anota que este es ahora el cultivo predominante en la zona, al que se añaden hortalizas de invierno como brócoli, acelga, borraja, cardo y espinaca en la huerta de Zaragoza.

"El problema es que como vamos teniendo cada vez más siniestros el seguro va cubriendo menos, y las garantías se acortan aunque la pérdida no se deba a una negligencia del agricultor. La gente que vive en la ribera está muy desesperada y angustiada por esta incertidumbre. Nadie esperaba que pudiera venir una riada en esta época".

La puesta en marcha de un sistema específico de seguros agrarios para zonas con alto riesgo de inundaciones es una de las asignaturas históricamente pendientes de los gobiernos españoles, pese a la tradición de daños imprevistos y a que se trata de una pieza clave para desplegar la política de devolución de espacio al río que desde la Directiva Marco del Agua despliegan las instituciones.

¿Quién le quitó espacio al río?

La cuenca del Ebro sufrió una transformación a partir de la histórica riada de 1961, sobre la cuantía de cuyo caudal, oficialmente cifrado en 4.130 metros cúbicos por segundo en Zaragoza y casi 6.000 en Tudela, hay serias dudas por los métodos utilizados para cubicarlo.

A partir de esa devastadora crecida comenzó la construcción de motas o diques instalados para proteger las zonas de cultivo, un proceso que quedó interrumpido con las riadas de 1977, 1978, 1980 y 1981 para retomarse en esa década y que provocó un estrechamiento del cauce que provocó una falsa sensación de seguridad coincidente en el tiempo con "una etapa de anomalía meteorológica en la que, entre 1981 y 2003, solo hubo crecidas importantes en 1992 y 1997", explica Ollero, que destaca cómo "desde 2003 tenemos crecidas mayores que demuestran que las motas son una mala solución"; entre otros aspectos, por haber animado la instalación de explotaciones en unos espacios cuya vulnerabilidad está aumentando en los últimos años.

En el actual episodio se ha producido el derribo de alguna mota que estrechaba el cauce hacia el pueblo, como ocurrió en Novillas, para evitar su inundación, al tiempo que en otras localidades se elevaban las de defensa que protegen los cascos urbanos.

¿Está habiendo más o mayores riadas en el Ebro?

Los datos dicen que sí, sin ninguna duda. Los datos referentes a la ciudad de Zaragoza resultan claramente indicativos de una tendencia ascendente en los últimos años.
Los datos de la CHE registran siete avenidas extraordinarias, que son las que superan los 1.600 metros cúbicos por segundo, en los últimos 25 años, entre 1997 y 2021 ambos incluidos: todas ellas ocurrieron a partir de 2003, con cuatro de ellas concentradas en los últimos doce años, desde 2009, entre los que hay otros tres episodios que se acercaron.

Los registros del organismo de cuenca ofrecen resultados similares para el resto de los puntos clave de la demarcación hidrográfica.

En este sentido, en Tortosa, a donde el agua llega laminada por las maniobras de los embalses de Mequinenza y de Ribarroja, el caudal máximo del río ha superado esa barrera ocho veces en ese cuarto de siglo y se ha acercado en otras tres ocasiones.
En ese caso, como en el de Zaragoza y también en los de Miranda, Logroño y Tudela, los mayores registros se van concentrando en el tramo final de la serie.

"Estadísticamente está habiendo más crecidas, pero no podemos decir si son mayores o menores que las anteriores porque no se medían bien. Hay que hacer una serie de mediciones nueva. No podemos comparar las actuales con las del siglo XX", indica el profesor Ollero, que añade que "desde 2003 están siendo la mayoría extraordinarias o andan cerca de serlo, con niveles de retorno de cinco años. No podemos decir si lo normal es esto o lo que ocurría antes, aunque yo me inclino por esto".

¿Esto se debe al cambio climático?

Podría ser, aunque los técnicos de la CHE, que intentan basar las decisiones en evidencias científicas no lo afirman de una manera tajante.

Lo que sí dice la documentación de base del Plan Hidrológico del Ebro es que en la cuenca se está produciendo una alteración del patrón de las precipitaciones de lluvia y nieve, con una reducción de las de primavera e invierno y un aumento de las otoñales.

"El porcentaje de territorio en que la precipitación era mayor en invierno ha pasado de 51% a 43%, en primavera, de 36% a 15% y, en sentido contrario, en otoño se ha pasado del 11% al 41%", señala el documento, que añade que "dentro del contexto del cambio climático estas variaciones entre precipitaciones estacionales pueden ser explicadas por una subtropicalización del clima con una reducción de las precipitaciones desde invierno a verano; y un incremento del porcentaje de la lluvia de otoño".

Ese cambio de patrones coincide, no obstante, con "un decrecimiento general en la precipitación anual en la mayoría de los observatorios [meteorológicos], un decrecimiento en el número de días lluviosos y la intensidad de la precipitación y un incremento en la duración de los días secos". "El decrecimiento en la precipitación es muy marcado en las cabeceras durante el invierno y el verano, afectando potencialmente a la gestión de los embalses en la región", añade.

¿La riada acaba cuando pasa Zaragoza?

No, ni mucho menos. De hecho, la CHE, el Gobierno de Aragón y la UME (Unidad Militar de Emergencia) lleva unos días trabajando en el refuerzo de las defensas de las poblaciones situadas aguas abajo de la capital aragonesa, a las que la cresta de la crecida habrá comenzado a llegar la noche del martes al miércoles.

Llegará con un caudal similar pese al estrechamiento que (desde el Cuaternario) sufre el cauce del Ebro en Zaragoza, ya que eso se combina con una mayor pendiente, que llega a triplicar la que el río presenta en Novillas. A eso se le suma el efecto de embudo que comienza a la altura del meandro de Ranillas, donde se ubicó la Expo y hoy se levanta la Ciudad de la Justicia.

"El agua acaba pasando, aunque antes se retiene unas horas, o unos días, en la llanura de inundación. El propio río ha ido creando zonas para inundar y reducir su energía", apunta Ollero, que anota que "las crecidas son positivas por varios motivos como mover los lodos del lecho y limpiar el cauce".

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias