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Vacunas España La vacuna pone fin a la soledad de Piedad: anciana, aislada y casi ciega y sorda durante el primer año de pandemia

A sus 81 años, Piedad Pina, que sufrió un infarto poco antes del confinamiento, tuvo que pasar todo el primer año de pandemia aislada y con problemas de visión y oído. Ahora, solo piensa en abrazar a sus nietos.

Fotografía de Piedad Pina. - David Vázquez
Fotografía de Piedad Pina. David Vázquez

—Piedad, mira hacia la puerta. Hay una sorpresa para ti.

La semana pasada, en una peluquería del barrio de Carabanchel, al oeste de Madrid, Piedad Pina, de 81 años, sintió que por fin acababa una de las etapas más duras de su vida. Tras un año sin verlas, ahí estaban dos de sus nietas.

Deseosas de retomar por fin el contacto físico pero con temor todavía de poder contagiar o ser contagiadas, a nietas y abuela no les quedó más remedio que tirar de ingenio e inaugurar una nueva modalidad de abrazo consistente en juntar el pecho con la espalda de la otra persona, siempre con la mascarilla puesta. El gesto resultó insuficiente para saciar a Pina, que piensa cobrar a sus hijos y nietos todos los besos y abrazos que le deben desde hace 12 meses, pero bastó para que esta exlimpiadora a domicilio volviera a sentir el calor familiar que le arrebató la pandemia.

Ello, gracias a una primera dosis de la vacuna contra el coronavirus que le administraron hace menos de un mes y que le ha permitido retomar parte de la vida social que perdió. "La próxima dosis la tengo el 18 de marzo a las seis y cuarto de la tarde", señala por teléfono sin el menor titubeo. Podrá olvidar muchas citas médicas, pero no esa: sus hijos le han prometido que, una vez esté inmunizada completamente, irán todos, nietos incluidos, a una casa rural.

Un apagón de luz y sonido

La oscuridad llegó a su vida algo antes que para los demás. El 27 de noviembre de 2019, cuando el coronavirus, como se supo mucho más tarde, ya circulaba por países como Francia o Italia pero todavía era en las noticias un rumor lejano, Piedad Pina sufrió un infarto que dejó inoperante el único de los dos oídos con los que todavía podía escuchar algo.

Tras batallar desde hace más de 30 años con un glaucoma que afecta a sus dos ojos y que apenas le deja un 10% de visión en cada uno, se imponía para ella la urgente necesidad de recibir un implante coclear para poder salir a la calle, desenvolverse en su casa, comunicarse con su familia y, sobre todo, seguir con su vida. Pero diciembre, enero y febrero pasaron muy rápido y la operación no se pudo llevar a cabo. Las noticias de contagios y fallecidos, especialmente en personas mayores como ella, resultaban cada vez más preocupantes, de modo que sus doctores no quisieron arriesgarse a acercarla al hospital.

El 13 de marzo, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decretó el confinamiento forzoso de toda la población. Piedad Pina, viuda desde los 54 años, se quedó en su casa sola, sin poder oír y con una visión muy escasa que apenas le alcanzaba para leer los grandes titulares de las noticias. Estos, durante aquellos días, se reducían muchas veces a dar las cifras de contagiados y muertos causados por la nueva enfermedad que le obligaba a enclaustrarse. Sin posibilidad de leer, la televisión tampoco era, desde luego, una opción para alejar el tedio.

"Me he sentido muy sola, y te puedo asegurar que la soledad es muy mala"

"Me he sentido muy sola, y te puedo asegurar que la soledad es muy mala. Lo llevé con resignación. Pero estaba aburrida, mal", explica Pina. Durante meses, su rutina consistió en levantarse de la cama, prepararse la comida correspondiente, sentarse en el sofá y, simplemente, dejar que pasaran las horas, siempre a la espera de esa noticia que parecía que no llegaría nunca: la cura para su amenaza, la posibilidad de recuperar su vida. "He llorado mucho, pero me dije que no me iba hundir, que iba a salir de esta. Yo no quería verme en un hospital sola y sin que me pudieran venir a visitar mis hijos. Todo mi afán era que no me quería ver enferma", cuenta Pina.

Ella, que sabe lo que es limpiar en algunas de las casas más lujosas de Madrid, encontró algo de entretenimiento precisamente en ocuparse de las tareas domésticas. Limpió, repasó y volvió a repasar cada esquina de su casa, cada espejo, cada electrodoméstico, cada cubierto y cada copa. Lo hizo al derecho, al revés, con todo tipo de productos de limpieza y sin ellos, simplemente con agua. Cualquier cosa antes que pensar en lo que pensaba todo el mundo: la enfermedad, la muerte, lo que había cambiado la vida en apenas unas semanas sin previo aviso y sin que nadie supiera explicar muy bien por qué.

En aquellos días solo pudo comunicarse a través de una gran pizarra con su auxiliar de ayuda a domicilio, que iba a visitarla los jueves, y con su hijo, un empleado en agencias de viajes que salía de casa a las 8 de la mañana y llegaba a las 9 de la noche sin quitarse nunca la mascarilla y procurando mantener con su madre el menor contacto posible. Ellos fueron quienes le dieron esperanza y quienes, de cuando en cuando, le proporcionaron algo de información acerca del avance o el retroceso de la pandemia.

"La auxiliar me decía que no podía ir con ella a la calle a comprar porque podía contagiarme"

También han sido quienes han aplicado con rigidez unos consejos sanitarios que bien han podido salvar la vida de Pina: "La auxiliar me decía que no podía ir con ella a la calle a comprar porque podía contagiarme, y mi hijo se enfadaba si le decía que quería salir a la calle un rato a estirar las piernas". Su último gran disgusto llegó esta Navidad, momento en que Pina, agotada de tanta soledad, propuso a su familia juntarse aunque solo fuera un día para celebrar las fiestas. No hubo manera. Para hijos y nietos, la vida de la abuela era más importante que disfrutar de ella solo una tarde, por muy señalada que fuera la fecha. Pina recibió el 2021 igual que como había pasado la mayor parte de 2020: en la más absoluta soledad.

Aquel mismo diciembre, sin embargo, llegó la primera luz en mitad de la tormenta. En la tregua que dio la pandemia antes del estallido de la tercera ola, los médicos de Pina accedieron a llevar a cabo la operación de implante coclear pospuesta durante casi un año debido a la pandemia. "Los médicos me dijeron que tuviera paciencia, que el sonido no volvería hasta que el cuerpo se acostumbrara al implante. Pero yo ya oía en el mismo hospital. Los enfermeros me decían que no era normal. Me aplaudían y todo", explica Pina, que apenas unos días después pudo hablar por teléfono con uno de sus nietos y escuchar cómo pronunciaba aquellas palabras que ella tanto había anhelado durante tantas horas sentada, completamente aislada, en su sofá: "¡La abuela ya oye!".

Hoy, Pina se encuentra a escasas dos semanas de pasar a engrosar la lista de más de un millón de personas que en España han recibido ya todas las dosis de la vacuna contra el coronavirus. Ante la pregunta de qué es lo primero que quiere hacer una vez la reciba, duda todavía menos que cuando se le pregunta por la fecha de su segunda dosis: "¡Abrazar a todos mis nietos!".

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