Mi vecina trans
"Lo que está pasando con los palestinos, está pasando también con las personas trans. No se mata solo con bombas; también se mata haciendo desaparecer a la gente de la esfera pública"

Berlín--Actualizado a
Hace unos años que tengo una amiga trans. La verdad es que estuve medio enamorada de ella. Durante años la veía salir del edificio en la bici y yo me quedaba como un niño con la boca abierta viendo a Messi hacer una de las suyas. Tengo debilidad por las personas que lucen una nariz respingona y una boca inmensa, con una sonrisa donde yo podría quedarme a vivir para siempre jamás. La primera vez que hablé con A. hice un ridículo espantoso. Me puse aún más nerviosa al escuchar el encanto de su voz y su acento, y me enredé con el inglés y el alemán sin poder acabar ni una frase. Pero ella, que es una mujer educada, empática y generosa como pocas, se rió conmigo. Luego me agradeció la espontaneidad de hablarle. Le pareció un gesto refrescante en esta tierra introvertida, en la que hasta saludar los vecinos es una proeza.
Si quieres seguir leyendo este artículo en gallego, haz clic en este enlace.
Poco a poco, entre paseos por Berlín, cenas y largas charlas, nos hicomos amigas. Yo estaba quedándome delgadita como el papel de fumar, pues pasaba por una depresión de esas que no te dejan ni salivar, y ella hacía poco que había finalizado una relación con otra mujer. Me alegró saber que también era queer y también de otro país. A. nació en Bahrein, un lugar donde, aunque nazcas allí, no eres de allí. Ella tiene pasaporte británico, porque su padre es inglés. También vivió muchos años allí, antes de darse cuenta de que o bien era mujer, o bien no era, simplemente. Luego estuvo casada con otra mujer, hasta que A. le dijo que ella también se sentía mujer. Después de eso llegó el divorcio, las hormonas, las decenas de operaciones y dolorosas recuperaciones en clínicas de Málaga para reajustar el rostro (Gender Afirmation Surgery) y poder ser la mujer que quiere ser. Mientras tanto, también llegaron sentimientos destructivos, muchas drogas, mucho sexo con hombres con los que buscaba reafirmarse como mujer…
Hace unas semanas, el Tribunal Supremo británico, que —pongo La mano en el fuego— no debe de estar conformado por ninguna persona queer, definió el qué es ser mujer. Lo mismo hizo, hace un tiempo, la escritora de Harry Potter. Hay gente que cuando hace algo bien tiene que concentrarse en seguir haciendo eso y no andar sembrando malas hierbas donde crecen flores. Yo no creo ni por una milésima de segundo que mi amiga haya pasado por todo el proceso, por el dolor y el miedo que aún siente muchas veces, sólo para poder entrar en un vestuario o en un baño de mujeres y violar alguien. ¿Qué cabecita retorcida hace falta tener para negarle a alguien que nació en el cuerpo equivocado, la posibilidad de tener el género que quiera? ¿Qué mal le hace al mundo mi amiga siendo mujer?
Ser una mujer o un hombre decente implica mucho más que tener coño o pene. Cuando leí la noticia del Tribunal Supremo británico, lo primero que pensé es que no puede ser que esta gente no tenga otras cosas más urgentes que resolver. Pero cuando la sociedad fundamentalista que defiende una cultura tradicional e inamovible tiene miedo de que le muevan las piezas, se saca leyes y prohibiciones de la manga.
"La fortaleza de una persona se mide por el respeto que tiene por otras. Y todo lo demás —con quién duerme, a quién ama o lo que tiene o no tiene en el vientre— no le incumbe a nadie"
La meta de esta gente hecha de hormigón es hacer desaparecer las personas trans. Como me dijo mi vecina, "cuando no podemos usar los baños de mujeres o no podemos ir a los vestuarios de mujeres, nos van borrando del espacio público. Si no estamos en el espacio público, no existimos". Hacer desaparecer a las personas que son diferentes a la heteronorma impuesta por la sociedad es otro tipo de genocidio. Lo que está pasando con los palestinos, está pasando también con las personas trans. No se mata solo con bombas; también se mata haciendo desaparecer a la gente de la esfera pública. En la tierra trumpista, la gente trans no tiene derechos. Ahora tampoco los tienen en el Reino Unido. Cuando el propio gobierno condena un grupo social, le está dando también a la ciudadanía una licencia para abusar.
Cualquier día van a volver decir que el amor solo puede darse entre un hombre y una mujer. O que solo los que miden más de 1,60 y tienen ojos azules y piel blanca pueden sentarse en las terrazas. Yo soy solo una mujer queer, mayor y pequeña, pero nunca deja de asombrarme la capacidad de odiar y la arrogancia de los jerifaltes políticos o de las personas que tienen audiencia, como la señora Potter, para decidir quién puede ser quién y quién puede amar a quién. Mi amiga es una mujer tan mujer como yo. Y a fe que es mucho más decente que esas féminas mezquinas que lanzan piedras y plantan odio para sentir que son mujeres fuertes y con control. La fortaleza de una persona se mide por el respeto que tiene por otras. Y todo lo demás —con quién duerme A., a quién ama o lo que tiene o no tiene en el vientre— no le incumbe a nadie.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.