Ir de festival en verano: ¿Sigue mereciendo la pena?
A finales de julio, la cancelación del Reggaeton Beach Festival, el DCODE y el Primavera Sound 2024 en Madrid pusieron en evidencia los problemas que afectan al sector de la música en directo. Las quejas continuas de los clientes, sumadas a las dificultades de las organizaciones para hacer que estos eventos sean rentables, plantean muchas dudas.
El Primavera Sound no se celebrará en Madrid en 2024 por no contar con un recinto capaz de responder a los estándares de calidad que acostumbra a ofrecer el festival. El Dcode 2023 anuncia su cancelación un mes y medio antes de celebrarse por no encontrar un sustituto al nivel de Lewis Capaldi, quien era cabeza de cartel antes de cancelar su gira internacional. A dos días del festival, la organización del Reggaeton Beach Festival 2023 suspende también su parada en Madrid por no recibir la licencia para su celebración por parte del Ayuntamiento de Madrid.
A finales de julio, estos tres festivales comunicaron su cancelación en apenas 72 horas. El anuncio molestó a los asistentes de los dos eventos que iban a celebrarse este año, que ahora deben preocuparse por solicitar y recibir el reembolso del dinero de las entradas. Pero la noticia también volvió a poner sobre la mesa el eterno debate. ¿Los festivales de música siguen mereciendo la pena?
El ‘boom’ de los festivales
En los últimos años, España se ha llenado de estos macroeventos musicales. Según el Anuario de Estadísticas Culturales del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 874 festivales de música se celebraron en nuestro país en 2021. Esto no es algo nuevo. El sector musical lleva años apostando por estos eventos en directo, que han pasado a ser la gran fuente de ingresos para artistas y promotores. Así lo demuestran también los datos de facturación: la venta de entradas de la música en vivo superó los 459 millones de euros en 2022, según el último Anuario de la Música en Vivo de la Asociación de Promotores Musicales (APM).
Pero el producto que se consume va más allá de la música. La gente paga por ver conciertos, pero también por toda esa experiencia “instagrameable” que ofrece un macrofestival. La pulserita, la noria, el cartel con el nombre del festival, el vaso con el cartel impreso… A todo se le puede hacer una foto para Instagram, con todo se puede grabar un TikTok. Sin olvidar los outfits súper producidos de algunos asistentes. El chándal y los zapatos de deporte han pasado a mejor vida y ahora se llevan los cristales faciales y un vestuario boho chic que, lejos de ser cómodo, quede bien en nuestro feed.
Esta propuesta festivalera no es exclusiva de un par de eventos, sino que todos tratan de emular el mismo modelo. La cuestión entonces es clara: ¿Hay suficiente demanda para cubrir toda la oferta disponible? ¿Todos los festivales pueden sobrevivir en este escenario? En 2017, Alberto Guijarro, codirector del Primavera Sound, ya se hacía eco del problema. “Es evidente que hay un auge de festivales, pero no todos tocan techo y cada día se cierra alguno. En ese sentido, los que mejor se posicionan son los que mejor lo tienen”.
La burbuja tiene que explotar por algún lado. Sobre todo, si tenemos en cuenta los inconvenientes que han denunciado los asistentes de muchos de estos macroeventos; unas quejas no han cesado prácticamente desde que empezó la etapa festivalera a principios de verano.
Una queja, y otra, y otra…
Este año, todo empezó con el Primavera Sound de Madrid celebrado en mayo. La primera edición del festival catalán en la capital madrileña generó mucha expectación, pero todo empezó a derrumbarse como un castillo de naipes. Primero la lluvia provocó la cancelación de más de 50 conciertos el primer día de festival. Luego vinieron las quejas por las colas de varias horas para pillar el transporte público y poder volver a casa.
El Mad Cool celebrado a comienzos de julio tampoco se libró de los problemas, los cuales lleva arrastrando desde hace varias ediciones. Los asistentes tuvieron que enfrentarse a colas de más de una horas para acceder al recinto, problemas con las pulseras y atascos interminables en la M-45. Sin olvidar las altas temperaturas y los escasos espacios con sombra del recinto.
A estas se sumaron las quejas de los vecinos que viven cerca de los recintos elegidos. Cientos de vecinos de Getafe y Villaverde se manifestaron hace unos meses para denunciar el nuevo recinto destinado a macroconciertos.
Una última queja generalizada sobrevuelan estos conciertos: los precios prohibitivos no solo de las entradas, sino también de las consumiciones. Para hacernos una idea, el abono completo del Primavera Sound 2023 alcanzó los 325 euros. En el Mad Cool, la cerveza en vaso grande costó 11 euros este año.
El problema del recinto Mad Cool
Sin duda, una de las ciudades más perjudicadas ha sido Madrid, que se ha enfrentado a su gran inconveniente a la hora de acoger grandes festivales: los recintos. El Reggaeton Beach Festival se iba a celebrar en el recinto del Mad Cool, donde a mediados de julio también se celebró el concierto de Harry Styles. Cientos de usuarios criticaron entonces las colas kilométricas que se formaron a las puertas del recinto, donde estuvieron largas horas al sol, sin agua fresca y en plena ola de calor. En las redes sociales se difundieron testimonios de deshidratación y desmayos durante el concierto. Aunque esta realidad no fue para todos igual. La princesa Leonor y la infanta Sofía fueron al concierto en tres coches blindados y escoltados por seguridad. Las dos conocieron a Styles en el camerino, un privilegio real que ya aprovecharon hace unos meses en la última visita de Chris Hemsworth a nuestro país.
Al terminar, los asistentes se enfrentaron a atascos y colas de vehículos y muchos de ellos tuvieron que atravesar la M-45 a pie. Este polígono industrial ubicado en Villaverde se encuentra a más de un kilómetro de distancia de las paradas de transporte público como el metro y el cercanías.
La "no" ciudad del rock
Al recinto Mad Cool se suma la Ciudad del Rock de Arganda del Rey, el otro fracaso de la ciudad de Madrid. La primera edición del Primavera Sound en la capital se celebró en mayo en este lugar, que fue presentado como el “epicentro de la música en directo en la Comunidad de Madrid”. Ha durado poco esa idea. Los organizadores del festival ya han anunciado que no habrá edición en 2024 y la razón es precisamente el espacio. ”La ciudad no cuenta con un recinto capaz de albergar con garantías un evento de nuestra magnitud y formato en lo que a exigencias del público, requisitos de producción y despliegue musical se refiere”.
Estos emplazamientos, ubicados a varios kilómetros del centro de Madrid, prometían ser la solución para una ciudad que ansiaba convertirse en referente nacional en el ámbito festivalero. Las continuas quejas han evidenciado que el trabajo para acomodar a los asistentes no ha sido suficiente.
Denuncias a promotores
La cosa no se queda en las quejas de los festivaleros. Organizaciones de consumidores como FACUA llevan meses denunciando irregularidades en algunos de estos festivales. A finales de julio, la organización denunció a los promotores del Reggaeton Beach Festival (con eventos programados hasta en 11 ciudades) por “imponer cláusulas abusivas que perjudican a los consumidores”. En concreto, FACUA denuncia que este festival restringe e impone cargos para recuperar el importe de la pulsera cashless, cobra por el reacceso al recinto del evento y limita el acceso de los asistentes con comidas y bebidas del exterior.
En junio de este año, la organización inició una batería de denuncias contra organizadores de festivales de música de toda España precisamente por impedir la entrada con comida y bebida del exterior. FACUA recuerda que la actividad principal de estos eventos no es la hostelería, sino la celebración de espectáculos musicales. Por esta razón, los asistentes tienen derecho a llevar sus propias consumiciones.
Rentabilidad de la organización
Con todo esto, vale la pena preguntarse si los organizadores y promotores consiguen sacarle rentabilidad económica a estos macroeventos. Con la inflación, se están alcanzando precios desorbitados. Esto fácilmente podría traducirse en una bajada en la venta de entradas.
Pero la burbuja sigue y sigue creciendo. “La mayoría de las encrucijadas a las que se enfrenta la organización de un macrofestival se resuelven apostando por el crecimiento: un recinto más grande para poder acoger más público, más subvención para invertir en una infraestructura más costosa, más patrocinios para contratar más grupos, más escenarios para programar a tantísimos grupos, abonos más caros para amortizar la inversión (....). Es un bucle de crecimiento que no encuentra el momento de detenerse”, explica el periodista Nando Cruz en su libro Macrofestivales. El agujero negro de la música.
El problema es que en muy pocas ocasiones esta espiral de crecimiento se traduce en una experiencia más satisfactoria para el público, lo que está provocando que muchos melómanos se lo piensen dos veces antes de pagar para ir a un festival. Los conciertos no se escuchan ni se ven tan bien, las aglomeraciones impiden el disfrute y dificultan la llegada a los recintos. A esto se suman las colas para comprar bebidas y el precio de las mismas. Los festivales no han muerto (al menos, de momento), pero las últimas noticias que rodean estos macroeventos requieren un poco de autocrítica por parte de los organizadores.