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Cartel de 'Secaderos', película escrita y dirigida por Rocío Mesa.
Cartel de 'Secaderos', película escrita y dirigida por Rocío Mesa.
Rocío Mesa.
La cineasta Rocío Mesa. Foto: Cedida por Asociación Andaluza de Mujeres de los Medios Audiovisuales (AAMMA).

Rocío Mesa, cineasta: “Ha sido un orgullo hacer una película donde los personajes ceceen y no estén en un registro cómico”

En ‘Secaderos’, su primera película, la directora de cine pone en pie una fábula propia del realismo mágico sobre la vida en un pueblo andaluz y la convivencia intergeneracional que se genera en este espacio.

Aurora Muñoz / Laura Cuesta

El cine español lleva años acercando la cámara al mundo rural. El año pasado, Isabel Coixet lo hizo con Un amor, la novela homónima de Sara Mesa. Un año antes, Alcarràs, de Carla Simón, El Agua, de Elena López Riera, y As Bestas, de Rodrigo Sorogoyen, pusieron el foco en otros pueblos. Entonces también fue el turno de Rocío Mesa y su Secaderos, galardonada con el premio del público en el prestigioso Festival South by Southwest de Austin (Estados Unidos) y que se estrenó en cines en 2023.

La cineasta y productora española afincada en California desde hace trece años vuelve en esta película a la Vega de Granada, donde se crió. En ella, elabora una fábula propia del realismo mágico sobre la vida en un pueblo que está atravesado por su pasado reciente relacionado con los cultivos del tabaco. Temas como la inocencia de la infancia o el existencialismo propio de la adolescencia en el mundo rural cobran protagonismo en Secaderos. En una entrevista con UwU, Mesa nos cuenta cómo fue el proceso de creación de su primer largometraje de ficción.  

Tu primer largometraje tras el documental ‘Oresanz’ es una vuelta a tus raíces. Aunque has advertido que no es autobiográfica, el acento y los escenarios naturales tienen ese punto de mirar hacia la niñez. ¿Qué hay de todo eso en ‘Secaderos?

Yo crecí en la Vega de Granada, que es el lugar donde se ha filmado esta película. A nivel personal, como creadora, acercarme a esta película ha sido una excusa para reconectar mi tierra, reconocerla desde otro punto de vista y otorgarme el privilegio de poder volver a pasar tiempo allí. La mayoría de las que hemos querido dedicarnos a ciertas profesiones que no son las propias de las zonas rurales de Andalucía, hemos tenido que vivir en diásporas, fuera de nuestros lugares de origen. Hacer un proyecto así ha sido para mí un regalo de reconciliación con mis orígenes.

Aunque en la propia película no hay autobiografía de forma directa, sí que los personajes que he construido están muy inspirados por las personas, sobre todo las mujeres, con las que he crecido. Mis propias familiares, mis vecinas, mis amigas, la gente del pueblo y su pequeña intrahistoria. Además, ha sido increíblemente sencillo empatizar con los dos personajes principales. Yo he sido esa niña que se ha encontrado en total libertad con la naturaleza, en un estado casi animal de las cosas, donde lo natural es lo orgánico y sinónimo de libertad y fantasía. Pero también he sido una adolescente sintiéndome ahogada, frustrada por la falta de opciones y oportunidades de una zona rural, deseando escapar y con muchas preguntas sobre qué habría ahí fuera.

Hay un trocito de las niñas que fuimos muchas andaluzas.

Bueno, andaluzas y no tan andaluzas, porque lo que he descubierto en el proceso de distribución de la película es que lo local se convierte en universal. Con la película hemos viajado a un montón de provincias de España, pero también a un montón de países en los que la gente se ha sentido absolutamente conectada y emocionada. Por ejemplo, en el South by Southwest, en Estados Unidos, fue nuestro estreno internacional, la primera vez que la película se veía fuera de las fronteras de nuestro país. Allí ganamos el premio del público porque los estadounidenses, que la mayoría proceden de zonas también rurales, se sentían súper identificados con la película. Fue muy bonito ver cómo algo increíblemente folclórico, que habla del sur con actores naturales que tienen un acento claramente andaluz, conectó con aquella gente. Al final los problemas de lo rural son iguales en todas partes. 

Has contado que en el casting buscabais a intérpretes no profesionales. En ese proceso encontrasteis a Jennifer Ibáñez, que era madre en la vida real y que tiene una vida bastante similar al personaje que interpreta. ¿Qué os aportó esa experiencia personal en el rodaje?

Todos los personajes de la película son vecinos y vecinas de la Vega de Granada con vidas muy parecidas a sus personajes. Todos han trabajado en el tabaco o incluso han vivido en casas en las que tenían secaderos de tabaco, han ayudado a sus familias en la recolección o han sido vecinos, como en el caso de los niños, de esa zona. No soy una fiel defensora de trabajar con actores que no tengan experiencia previa, creo que depende del proyecto. Para este, era muy importante acercarme a la idiosincrasia de la zona de una forma muy profunda. Documentar la manera en la que se cultiva el tabaco pasaba por hacerlo con la gente que lo ha cultivado, que tiene ya ese lenguaje corporal adquirido. Además, fue fundamental para mí trabajar con personas que tuvieran el acento de allí y llevarlo a la gran pantalla. Ha sido un gran orgullo hacer una película donde la gente cecee y no esté en un registro cómico, sino que sean los protagonistas. 

Además, en la mayoría de los casos, los actores vivieron experiencias paralelas a las de sus personajes. Vera es una niña de Madrid de verdad y el rodaje fue la primera vez que pasó un verano en el campo. El personaje de Ada Mar vio la nieve por primera vez, igual que la actriz. Hay muchos paralelismos que han hecho que sea una película muy especial. 

El tabaco es casi un personaje secundario. Durante mucho tiempo, ha sido una especie de villano, pero ha dado de comer a muchas familias hasta que se retiraron las subvenciones con la Ley del Tabaco. ¿Cómo se vivió en La Vega esa reconversión del sector?

En la película el tabaco está tratado como si fuese cualquier otro cultivo. Lo relevante es que esta tradición agraria llegó a ser la principal fuente de financiación de todas las familias de la comarca. Cuando se cierra Cetarsa en 2002, que era la fábrica de procesado de tabaco, y desaparece el cultivo en la zona, lo que ocurre es que hay una gran crisis económica y un impacto en la cultura local enorme. Todo lo que se hacía en La Vega giraba alrededor del calendario propio del cultivo de tabaco. Squello se vivió de una forma muy dramática en la zona, afectó a muchísimas familias y todavía sigue siendo una herida abierta. Esto no iba de cigarrillos, sino de ganarse la vida. 

Lo que también tiene de particular el cultivo es que deja un rastro, que son estas estas figuras arquitectónicas llamadas secaderos. Ahora mismo los secaderos pueblan el paisaje y nos recuerdan, como si fuesen fantasmas, que allí ocurrió algo. Esa especie de criatura mágica puede representar muchísimas cosas. Desde el propio espíritu de la Madre Naturaleza, hasta la fantasía de una niña, o la imaginación de alguien que está bajo el efecto de drogas psicotrópicas. Pero también puede ser la encarnación, mística en este caso, de un movimiento obrero. Cuando hay tantísimas personas en una comarca que sufren y adolecen tanto por la pérdida de una tradición, que además es lo que les da de comer a sus hijos, ahí se crea una energía colectiva que bien podría transformarse en una especie de ser o espíritu que convive con ellos.

El ser que aparece en la película lo diseñaron los responsables de la criatura de ‘Un monstruo viene a verme’ y de los monstruos de ‘El laberinto del fauno’. Para el cine independiente, crear una fábula fantástica tiene que ser complicado porque los presupuestos son más limitados. ¿Cómo fue el proceso de creación de este personaje?

Fue un acto de atrevimiento por mi parte. Podría haber sido mi primo disfrazado de espantapájaros, pero queríamos algo más. Era una apuesta valiente, o más bien inconsciente [ríe]. Tuvimos la grandísima suerte de que el equipo de DDT SFX se enamorase de esta historia y, sobre todo, de esta criatura bondadosa. Para ellos también  supuso recobrar la ilusión por el trabajo que hacen. Siempre les toca hacer el malo de la película y, en este caso, tenían que crear una criatura basada en la ternura. Este ser es muy peculiar porque está cubierto de hojas de tabaco, no tiene brazos ni piernas. Además, es muy diferente a otras criaturas y, por tanto, requería mucho trabajo de diseño de investigación. Ellos le pusieron todo el amor y cariño del mundo y es una obra de arte con más de 2.500 hojas de tabaco hechas a mano. Tiene una aleación de seda, una cabeza animatrónica, un esqueleto especialmente diseñado para esta criatura, y un montón más de elementos tecnológicos y mágicos que han hecho que podamos tener un elemento de una superproducción en una película tan pequeña. Ha ocurrido, nunca mejor dicho, la magia.

Hay una metáfora muy especial en la película que ocurre cuando el personaje de Nieves abre la jaula de los pájaros y no quieren salir ni cuando ella les da la posibilidad. ¿Por qué en la adolescencia el pueblo genera esa sensación de asfixia?

Esta metáfora estuve a punto de sacarla porque me parecía muy obvia. Luego me empeñé en dejarla porque sí que tenía un toque autobiográfico. La adolescencia es una edad en la que ya de por sí tenemos una naturaleza rebelde en la que tenemos un carácter inconformista. En el contexto rural, esto se incrementa. Cuando vives en un entorno urbano, el adolescente puede navegar la urbe y encontrar, a espaldas muchas veces de sus padres, pequeños lugares en los que sentirse identificado. En los pueblos eso no existe. La gente con la que vas a clase en el colegio o instituto de tu pueblo son las únicas personas que hay en tu pueblo. No hay plan B. Como no te sientas identificado, estás jodido.

Películas como ‘El Agua’ o ‘Alcarras’ son algunas de las últimas del cine español que han intentado desmitificar la vida en el campo y darle otra mirada a lo rural. ¿Por qué crees que hay un auge de este tipo de películas?

Creo que hay un pensamiento generalizado. Muchos hemos sentido un deseo de volver a la raíz y analizar el origen de las cosas, que para mí está propiciado por la entrada de la era digital. Esto también lo vemos en la música, estamos en un momento de mucha fusión folclórica. En la novela, con autoras como Sara Mesa, Andrea Abreu e Irene Solà. Nos interesa mucho, como revulsivo del digital, explorar qué nos ofrece nuestro origen en las raíces y la tierra. De ahí van a salir muchas historias porque es que se ha hecho muy poco cine sobre lo rural. El foco siempre ha estado en lo urbano. ¿Cuántas películas de Manhattan podemos ver? En mi caso, la forma en la que me he acercado a la vida rural tiene mucho que ver con que yo he vivido esa realidad, no es algo extraño para mí. Por eso no hago un acercamiento a través de la romantización de las zonas rurales, sino que lo veo como como una realidad que forma parte de quien yo soy.

Muchas de estas, a su vez, están dirigidas por mujeres.

Hace diez años soñábamos con un paradigma en el que hubiese una representación equitativa de las voces femeninas en la creación cinematográfica. Nos parecía muy difícil y a día de hoy es una realidad. Las mujeres estamos empezando a contar las historias que a nosotras nos interesan. Le guste a la gente o no, va a empezar a haber un montón de películas sobre maternidad, trauma generacional, sexo y muchos otros temas vistos desde nuestra mirada. También se van a hacer las mismas películas que se han hecho siempre, pero desde otro punto de vista. Ya era hora.