¿Cómo saben los que cuidan a los animales si están sufriendo?

El bienestar animal es definido como el estado de salud física y mental en el cual los individuos están en armonía con el medio. El sufrimiento, a menudo inducido por el ser humano mediante actos deliberados o inconscientes, es la principal causa de ruptura de esa armonía con el medio que, generalmente, las especies han logrado establecer a través de millones de años de evolución. 

Pero ¿es el sufrimiento animal una experiencia subjetiva imposible de evaluar científicamente? O, por el contrario, ¿existen criterios eficientes y objetivos que pueden ser aplicados para asegurar el bienestar reduciendo al máximo las causas de sufrimiento animal?  

Criterios para detectar el sufrimiento animal 

Un chimpancé - Fuente: Unsplash
Un chimpancé – Fuente: Unsplash

Para mostraros los principales criterios aceptados científicamente para abordar el bienestar animal nos basamos, en particular, en el trabajo de la bióloga Concha Mateos Montero que advierte, no obstante, que el sufrimiento, para muchos autores, no debe ser el único elemento de análisis sobre dicho bienestar, sino que también, como dicen Fraser y Broom, se debe estudiar la incidencia a corto o largo plazo sobre la salud física del individuo de una reducción en su eficacia biológica

La salud física y el dolor 

Veterinario - Fuente: Pexels
Veterinario con perro – Fuente: Pexels

El dolor físico es la forma más evidente de sufrimiento, por lo que la ausencia de dolor y enfermedad son considerados unánimemente como los indicadores más claros y directos de bienestar sin olvidar, por supuesto, que existen los “sufrimientos adaptativos”: son, por ejemplo, la fiebre que acompaña una gripe o los vómitos de una intoxicación alimentaria, recursos necesarios del sistema inmunológico para protegerse de males mayores pero que generan sufrimiento en el organismo. 

Con respecto al dolor, Mateos señala que “existen pocas dudas acerca de que los mecanismos fisiológicos de la percepción de estímulos dolorosos son muy similares en el hombre y otros animales”. Como sabemos, diferentes animales han sido usados en experimentos para probar la eficacia de analgésicos o anestésicos y su posterior aplicación en humanos.  

No obstante, el dolor no siempre es evidente, por lo que los mejores indicadores de dolor son los comportamientos relacionados con el mismo que no siempre serán los que esperamos como humanos ya que muchos animales han aprendido a “ocultar” su dolor para evitar a los depredadores. 

El estrés 

Una mujer en una granja - Fuente: Unsplash
Una mujer en una granja – Fuente: Unsplash

Al margen del dolor y la enfermedad, el estrés es un índice que se aplica habitualmente para asegurar el bienestar animal “siendo reconocida como la mejor muestra de ese estado de incidencia nociva sobre los individuos” y que sería vinculado al síndrome general de adaptación (o GAS por sus siglas en inglés) que recoge el psicólogo ambiental Hans Selye

En este sentido, el estrés se definiría como un efecto medioambiental sobre el individuo que desborda sus sistemas de control y reduce su eficacia, o bien una incapacidad prolongada para dominar una fuente de peligro potencial, que lleva a la activación de sistemas de emergencia frente al peligro más allá de su rango de máxima eficacia. 

El comportamiento 

Un oso - Fuente: Unsplash
Un oso – Fuente: Unsplash

Como decíamos más arriba, la mejor forma de detectar el dolor y/o el sufrimiento animal es analizando el comportamiento de este, en particular el comportamiento emocional. Así surgen términos como “necesidades etológicas” que se definen como una deficiencia en un animal que puede ser remediada por la obtención de un particular recurso o por la respuesta dada a un estímulo concreto, medioambiental o corporal. 

La figura del etólogo es clave en el análisis de estos comportamientos que engloban una serie de signos concretos que van de la posición de las orejas, los ojos entornados, el tipo de sonidos que emiten, el hecho de adoptar determinadas posturas, evitar la comida, si se mantienen poco activos, etc.  

Al igual que un bebé humano no puede hablar, pero sabemos que sufre por determinados comportamientos, (especialmente si llora, claro) un animal que tampoco se comunica con sus palabras pero también transmite información relevante a través de su comportamiento. 

Comunicación 

Mascota y mujer
Perro y mujer/foto: Unsplash

Así pues, los animales también “comunican”, aunque, en ocasiones, no sea su intención. Por eso, para científicos y profesionales que están en contacto directo con los animales la mejor manera de conocer su estado físico y emocional es conocer sus diferentes fórmulas de comunicación. 

Ya hemos visto, por ejemplo, como en los zoos se aplica un sistema de valoración de calidad de vida de los animales en sus últimas etapas que chequea su estado de salud. Pero también un pastor, que carece a menudo de instrumentos de este tipo, conoce a fondo el comportamiento y la comunicación de sus ovejas, incluso de forma individual, de forma que sabe cuáles son sus reacciones normales y cuáles no lo son.  

Cuanto más tiempo pasas con una persona, al menos generalmente, más rápido captas sus mensajes no verbales. Con los animales sucede lo mismo a poco que hagamos el esfuerzo de observarlos.  

El sufrimiento y la idea ‘romántica’ de libertad

Periquitos - Fuente: Pixabay
Periquitos – Fuente: Pixabay

Puede que, para el ser humano, o para la mayoría de ellos, la libertad sea el aspecto más irrenunciable de la existencia, pero este concepto tan humano (como el de la propia felicidad) se torna dudoso a la hora de llevarlo al resto de animales, como señala la bióloga Concha Mateos: ¿son las condiciones de libertad las óptimas para (todos) los animales y, por tanto, toda forma de cautividad es nociva y causante de sufrimiento?

Es un debate polémico (y muy interesante) que a menudo enfrenta a distintas facciones del animalismo y que también apela a los tutores de animales domésticos.

Concha Mateos señala, en este sentido, que, si los animales sufren por no desarrollar todo su rango comportamental (en cautividad), deberíamos entonces asumir que, puesto que algunos domésticos tienen su comportamiento antipredador muy reducido, sufren por ello, o si no sufren por no tener que entablar encarnizadas peleas por conseguir pareja o arriesgarse en la búsqueda de comida.  

Analogía del sufrimiento animal y humano 

Un macaco - Fuente: Unsplash
Un macaco – Fuente: Unsplash

Por último, Concha Mateos advierte en relación con el criterio de evaluación más popular y menos científico que se usa para analizar el bienestar animal y el sufrimiento. Por un lado, está la fórmula “completamente equivocada de ponernos nosotros en la situación del animal y deducir directamente su estado emocional del que tendríamos nosotros en esas mismas circunstancias”.  

Hacer esto supone no tener en cuenta las diferencias entre especies en cuanto a requerimientos y necesidades biológicas. Lo que es bueno o malo para nosotros no tiene por qué ser, ni lo es, para el resto de los animales: “un animal no tiene por qué sufrir enjaulado porque nosotros lo haríamos en esa situación”. 

Mateos es especialmente incisiva cuando señala que este criterio está tan extendido que los fabricantes de comidas para perros se encargan de que esos productos lleven aromas agradables al olfato humano

Pero, no obstante, una segunda fórmula que extrapola nuestros propios sentimientos hacia los animales es más consistente: “tampoco podemos caer en el error de pensar que los animales son tan distintos al ser humano que no es posible establecer analogías de ningún tipo”. 

Al igual que nosotros, muchos de ellos muestran signos de dolor, miedo y comportamientos de escape ante estímulos dolorosos o situaciones de peligro, pero Mateos recuerda también que “el dolor, el miedo y otras formas de sufrimiento no ocurren por azar o por un capricho masoquista de la naturaleza, sino que han sido producidas por la selección natural como mecanismos adaptativos, lo que supone una ventaja evolutiva tanto para el hombre como para otros animales”, como hemos visto con el miedo humano.

De cualquier forma, la evaluación animal, concluye, Mateos, ha de basarse, por supuesto, en el conocimiento de la biología y el comportamiento de cada especie y en la utilización conjunta de varios procedimientos de evaluación como los que hemos visto a lo largo de este artículo. Solo así estaremos más cerca de comprender el dolor y el sufrimiento animal, asegurando su bienestar. 



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