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¿Aprendemos a tener miedo o es biológico?

‘El miedo a las arañas es innato’. ‘El miedo a las arañas no es innato, sino aprendido’. ¿En qué quedamos? Son dos titulares totalmente contradictorios que podrás encontrar en Internet. Y es que aún nos queda mucho que aprender sobre las emociones primarias, especialmente acerca del miedo, un mecanismo básico de defensa y supervivencia de los animales… y una emoción fundamental en la configuración del carácter humano y de la sociedad en la que se desarrolla. 

A continuación, te detallamos los diferentes miedos que sentimos, desde el innato, hasta el aprendido, pasando por ese miedo genéticamente “aprendido” al que se refieren los últimos estudios científicos, una tercera clase de miedo que derivaría de la interacción entre los genes y el ambiente y que es potencialmente heredable: es lo que se denomina epigenética. 

El miedo sí es innato 

Un bebé - Fuente: Pexels
Un bebé – Fuente: Pexels

El denominado reflejo de Moro, también llamado respuesta de sobresalto, es un reflejo infantil observado en recién nacidos: se trata de una reacción que se produce cuando el bebé siente que está cayendo de espaldas o en respuesta a un ruido fuerte e inesperado. Forma parte de los exámenes neurológicos iniciales de los neonatos: la ausencia del reflejo de Moro puede indicar un trastorno en el sistema motor del sistema nervioso u otros defectos neurológicos

Por otro lado, el experimento denominado precipicio visual también aborda los miedos innatos, en este caso a las alturas: se coloca al bebé en una mesa con una doble superficie, una opaca y otra transparente, simulando esta última el vacío.

El bebé, como el resto de los cachorros de animales (excepto los acuáticos como tortugas o patos), se mueve hacia la superficie opaca. Ahora bien, si la madre está tras la superficie transparente, la mayoría de los bebés se mueven hacia ella. Así pues, nacemos con miedo a las alturas, pero con confianza ciega en nuestras madres. Tiene sentido, ¿no? 

Estas dos reacciones innatas ante dos peligros relacionados (caer hacia detrás y precipitarnos desde una altura considerable) demuestran que en nuestra carga genética ya existe una suerte de sistema primitivo del miedo que no necesitamos aprender culturalmente: “ya lo llevamos aprendido de casa”.  

De hecho, los estudios sobre la tripofobia también ahondarían en estos miedos innatos que son producto de una adaptación evolutiva: fomentar una reacción rápida del ser humano ante el contacto con determinados animales potencialmente peligrosos. Al fin y al cabo, hay que recordar una vez más que no hay que rechazar al miedo per se ya que es un mecanismo fundamental de nuestra supervivencia. Sin miedo, no habríamos durado ni un suspiro como especie

El miedo sí es aprendido 

Películas de miedo
Un niño en un sofá – Fuente: Pexels

Por supuesto, existen infinidad de miedos que aprendemos una vez que nos vamos desarrollando. Si bien desde que nacemos sentimos miedo a los ruidos estruendosos e inesperados, es cuando crecemos y entendemos la raíz de esos ruidos (una bomba, por ejemplo) cuando el miedo se asienta definitivamente a nivel racional.  

Este segundo nivel de miedo racional proviene de nuestro contacto social, primero con nuestros padres que nos dicen insistentemente “no toques eso”, “no cruces sin mirar”, “cuidado que caes”, hasta otra clase de miedos más complejos a nivel psicológico y que derivan de los propios temores sociales de cada época: “cuidado con el ogro del bosque”, “cuidado que viene el coco”, “no te hagas pis en la piscina que sale líquido rojo”, “no te toques que te quedarás ciego”, etc. Sí, el miedo (incluso el terror) también se puede inducir y aprender, como vimos en el terrorífico experimento del pequeño Albert.  

En este sentido, el miedo aprendido podría funcionar de forma inversa, perdiendo esa emoción primaria ante la persistencia del aprendizaje. Eso es lo que, por ejemplo, habría sucedido con los indios Mohawk que trabajaron en los rascacielos de Nueva York: habrían perdido el miedo a las alturas por su educación, tras haber sido formados por sus familias para moverse con facilidad entre montañas. O eso dice el mito, porque algunos indios Mohawk tienen otra opinión al respecto: “Tenemos tanto miedo como cualquier otro. La diferencia es que lo afrontamos mejor”. 

Kyle Karonhiaktatie Beauvais, autor de esta frase, pone el foco en un elemento clave acerca del miedo del que también hemos hablado: “la persona valiente no es aquella que no siente miedo, sino la que lo maneja”. Por lo tanto, no temas al miedo, que es inevitable y necesario, sino a tu incapacidad para manejarlo. 

Este miedo aprendido, por supuesto, abre la puerta a infinitas manipulaciones sociales por parte de los que manejan (sin miedo) el poder: generaciones que crecen temiendo lo que no se debe temer, y no temiendo lo que hay que temer.  


El miedo ‘aprendido’ genéticamente 

Miedo - Fuente: Pexels
Una persona y un esqueleto – Fuente: Pexels

Ya sucedía en Un mundo feliz de Aldous Huxley, cuando se repetía a los bebés en las incubadoras conceptos de forma insistente para que cada individuo, según su clase social, cumpliese adecuadamente su labor en el futuro. ¿Y si la adaptación evolutiva a través de estos aprendizajes culturales fuese capaz de influir en la genética de los organismos

En este sentido, nuestros miedos innatos no dejan de ser adaptaciones fruto de la evolución de nuestra especie a través de miles de años de contacto con el ambiente. La epigenética entendida como ciencia de la adaptación biológica heredable abre la puerta a una “tercera clase” de miedo a medio camino entre lo innato y lo aprendido, tal y como mostró el experimento con ratones de la Universidad Emory de Atlanta. 

El equipo de la universidad estadounidense concluyó que un ratón podría adquirir un miedo a un olor específico y transmitirlo a través de su carga genética para que sus descendientes también sientan el miedo a ese olor desde su nacimiento. 

Llevada esta hipótesis al estudio epigenético del ser humano se sugiere que ciertos estímulos que desencadenan intensas reacciones emocionales de forma recurrente, como el propio miedo, podrían “marcar” los genes que se transmitirían a los hijos de forma que estos expresarían esa emoción, ese miedo, frente a estímulos sin haber tenido una experiencia personal en relación a los mismos. 

¿Estaríamos hablando de un miedo innato o un miedo aprendido? Más bien cabria hablar de un miedo aprendido que se convierte en innato una vez que se asienta e influye en la carga genética de una especie, o de una serie de individuos. 

En esta línea avanzan diversos estudios que tiene por objetivo trazar las relaciones entre trastornos mentales vinculado a la ansiedad, el estrés o el propio miedo con la epigenética buscando tratamientos innovadores que mejoren la respuesta en los pacientes. 



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