Tus gatos entienden algunas órdenes pero no todas

“Dejad ya de compararnos con los perros, tenemos más en común con un tigre, gracias”. A buen seguro que, si los gatos pudieran hablar, una de sus primeras demandas sería esa. Y otra sería: “no te esfuerces, más o menos te entiendo, pero no te pienso hacer caso, sea lo que sea lo que me estés pidiendo”. Pero nosotros, erre que erre, tratando de dar órdenes a nuestros amigos gatunos que, ya lo hemos dicho, tienen alma libertaria y no toleran muy bien el “dame la patita” y demás.  

La ciencia, que es también muy humana y obstinada, sigue enfrascada en investigaciones de la relación gato-humano para alumbrar la comunicación entre ambos. Os detallamos los últimos estudios al respecto para que empieces a aceptar que tu gato no entiende todo lo que le dices… o no te quiere entender. 

¿Qué sabemos sobre la comunicación gato-humano? 

Mujer con gato
Mujer con gato/Foto: Pixabay

Ya hemos hablado de la fascinante comunicación felina, así como de su misterioso ronroneo, que también podría tener fines comunicativos. Y hasta os hemos propuesto un test para comprobar si tu querido minino es un “despiadado psicópata”. En esta ocasión abordamos cómo los gatos descifran la información que reciben de los humanos, mucho menos estudiada que la que reciben los perros, como señalan los investigadores japoneses que publicaron un estudio en Nature en 2019 sobre la discriminación de nombres y palabras.  

Tal y como citan los investigadores, estudios precedentes han confirmado que los gatos son capaces de interpretar gestos humanos, además de cambiar su comportamiento dependiendo de la expresión facial positiva o negativa de su tutor. Está demostrado, incluso, que los estados de ánimo humano influyen en su comportamiento.

Para completar estas investigaciones, los científicos japoneses analizaron gatos domésticos, así como felinos de los populares cafés de gatos nipones. Tomando como base la insistencia de algunos tutores de que sus gatos pueden reconocer sus nombres y algunas palabras relacionadas con la comida, se formuló la siguiente hipótesis: los gatos pueden discriminar las palabras pronunciadas por humanos de otras palabras, especialmente sus propios nombres, porque el nombre de un gato es un estímulo destacado, pudiendo estar asociado con recompensas, como comida, caricias y juegos. 

Tras cuatro experimentos se concluyó que los gatos domésticos son capaces de discriminar sus propios nombres de otras palabras a través de diferencias fonémicas: es decir, muchos gatos saben reconocer su nombre y lo diferencian de otras palabras que los humanos usamos con ellos habitualmente. 

No obstante, la investigación también señaló que los gatos de café no fueron capaces de reconocer su propio nombre debido a que, probablemente, no estaban suficientemente habituados a escuchar los sonidos de su nombre y/o los confundían con los de otros gatos del entorno. 

Por otro lado, los investigadores señalaron como conclusión más sorprendente que los gatos también reconocían su nombre si lo decía otra persona que no fuera su tutor. Es una deducción vinculada a otro estudio publicado hace dos años en Francia: los investigadores de la Universidad de París Nanterre señalaron que los gatos distinguían la voz del tutor de un extraño, pero no respondiendo a la de este último. 

Y si nos entienden (un poco), ¿por qué pasan de nosotros? 

Cara de gato
Gato/Foto: Unsplash

Unos años antes de presentar ese estudio en Nature, los mismos investigadores japoneses llevaron a cabo una serie de análisis iniciales sobre la comunicación gato-humano registrando las reacciones del gato a las voces agrupándolas en seis categorías de comportamiento. “Los gatos respondieron a las voces humanas no mediante un comportamiento comunicativo (vocalización y movimiento de la cola), sino mediante un comportamiento de orientación (movimiento de las orejas y movimiento de la cabeza). Esta tendencia no cambió ni siquiera cuando fueron llamados por sus dueños”.

Es decir, que, aunque llamemos por el nombre a nuestro gato, y él lo entienda, puede no hacernos caso… a no ser que obtenga algo a cambio, como comida o descanso.  

Este aparente desapego deriva, según los investigadores, de dos aspectos. Por un lado, una diferencia de unos 10.000 años de domesticación con respecto a los perros, los cuales fueron criados para obedecer, mientras que los gatos “nunca han necesitado aprender a obedecer”. 

Por otro lado, efectivamente, los gatos no son perros, y no tienen carácter gregario ni sienten la necesidad de complacer: su instinto les sugiere que, por prudencia, deben mantener su autonomía en la medida de lo posible con respecto a otros animales. Para un perro, es suficiente recompensa satisfacer a su tutor acudiendo a su llamada, un gato necesita algo más. Si le decimos “dame la patita”, él se pregunta “¿por qué?”, “¿para qué?”, “¿a cambio de qué?”.  

Y es que el estudio de 2013 de los investigadores nipones también concluye que “aún no se han determinado los aspectos conductuales de los gatos que provocan el apego de sus dueños hacia ellos”. Pues tal vez sea justamente eso lo que nos apega a ellos, el hecho de que, 10.000 años después, nuestros queridos gatos siguen sin darnos la patita ni hacernos ni puñetero caso.  



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