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Cuestión de gustos

Estilistas o la profesión de convertir a anónimos y famosos en gente guapa y con personalidad propia

Marta Riezu

Partamos de un hecho: al 98% de los españoles no le interesa la moda. ¿Quién es el 2% restante? El sector duro: los cuatro gatos que recuerdan a Ossie Clark, que lamentan la retirada de Valentino, que saben de los negocios de Kashiyama o buscan Halstons de segunda mano. Atención: ir de tiendas, amontonar ropa, hojear revistas o, incluso, asistir a algún desfile no computa como real interés por la moda.

En este país cuesta explicar qué es un estilista. Y, una vez comprendido, suele considerarse una estupidez. Pero como todo lo que ayuda a este mundo a ser más bello no lo es.

¿Y qué hace un estilista? Trabaja para un medio o un particular, y viste a personas anónimas, famosos o modelos en función de la imagen que se quiera construir. Ésa es la práctica pelada como una pipa. La realidad es lejana y dolorosa: en televisión tenemos a personajes como Daniel El Kum, de Supermodelo 2007 y antiguo asesor de la Obregón.

En las revistas el panorama no es mejor; la publicidad empuja, y al final los anunciantes son las marcas que copan casi todos los atuendos. Hay excepciones honrosas, publicaciones con un gusto excelente y estilistas-autor (Katie Grand, Venetia Scott, Alister Mackie, Patricia Field) en cuyo trabajo se aprecia sensibilidad, olfato de negocio y muy buena base.

Sara vive en Barcelona y tiene 29 años. Está de vuelta de las Wayfarer, de American Apparel, de las camisetas escandinavo-irónicas, de los tatuajes rockabilly, de House of Holland y del rollo Vice. Hoy viste camisa Filippa K con shorts de hombre de Paul Smith, zapatillas Keds y bisutería H&M. Su asistente viste pitillos Cheap Monday, Victorias y camiseta Ellesse. Lástima que uno vea a 30 como ellos cuando sale de noche. Son a esta década lo que los diseñadores gráficos a los noventa.

La profesión es sacrificada. Meterse en TV es difícil y, una vez allí, van a hacerse trabajos tan creativos como vestir a los talking heads de los telediarios. En las revistas femeninas, los apellidos y los contactos lo son casi todo. Queda la publicidad. 'Con un catálogo', explica Ana, también estilista, 'me saco para vivir dos o tres meses'.

Cargar ropa de aquí para allá, ser el eterno mediador y aguantar broncas va con el oficio. Habla Sandra, que trabaja en Madrid: 'Un buen estilista es imaginativo y saca algo nuevo de cada prenda. Hay que conocer todos los show-rooms y las tiendas más raras, nunca sabes dónde encontrarás esa prenda que marca la diferencia'. Ana de nuevo: 'Yo apenas gasto dinero en ropa; rebuscando y mezclando se acaba teniendo un estilo propio'.

Como en las escuelas de creativos publicitarios, cabe preguntarse si el gusto puede educarse. Mejorarse, en todo caso, seguro que sí. Al final, además de buen ojo, se trata de tener muchas y buenas referencias en mente.

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