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Una "cárcel" para niñas en Guadarrama

El preventorio infantil antituberculosis de Guadarrama funcionó entre 1946 y 1975. Alicia y Ángela denuncian malos tratos sistemáticos por parte de las cuidadoras. Once exinternas del centro se han personado en la querella contra l

ALEJANDRO TORRÚS

Ángela Fernández (61 años) tiene claro lo que intentaron hacer con ella durante los dos meses que estuvo interna en el preventorio antituberculoso de Guadarrama durante el invierno de 1960. Inyectarle el miedo y la jerarquía tan dentro de ella que nunca jamás sintiera el deseo de rebelarse contra nada ni nadie. Someterla. Anular su voz. El capellán del preventorio, Don Mauro, se lo espetó un día bien claro: “Todos los que tenéis familiares en la cárcel o muertos dudosos sois basura”. Ella tenía un tío republicano en el penal de Burgos y esa misma frase ya la había escuchado en aquel lugar de los labios de una monja. Era sólo una niña de ocho años pero ya se había dado cuenta de que para la gente que debía de cuidarla en aquel centro no dejaba de ser una roja derrotada.

Entre 1945 y 1975 el régimen franquista abrió decenas de preventorios en todo el Estado. Eran colonias infantiles que cumplían la función oficial de prevenir enfermedades. La sección femenina de Falange era la encargada de recorrer los colegios de España para recolectar a las niñas. Otras veces eran los propios doctores los que recomendaban a los padres enviar a sus hijas a estos centros. En el caso de Alicia García, de 64 años, fue el patrón de su madre, que ejercía de asistenta del hogar, quien recomendó a su empleada que llevara a su niña de 8 años a este lugar para que creciera sana y fuerte.

La versión oficial narra que los preventorios eran una especie de colonias de vacaciones donde los niñas y niñas, por separado, acudían durante tres meses para recibir vacunas, comer bien y hacer ejercicio al aire libre. La versión que Ángela y Alicia narran a Público dista mucho de la oficial. Junto a ellas, más de 200 exalumnas han denunciado abusos y malos tratos recibidos, especialmente, en el preventorio de Guadarrama (Madrid). Once de ellas, además, han decidido personarse como querellantes en la causa abierta contra el franquismo en Argentina. Las cuidadoras niegan tales hechos y recuerdan que hay niñas que hablan maravillas del lugar. El Ayuntamiento de Guadarrama aprobó una moción en octubre de 2012, a petición del Partido Popular, en la que defendía “la presunción de inocencia de las cuidadoras”.

“Lo que recibimos en aquel preventorio no pueden ser calificados de malos tratos, que lo eran, sino de tortura física y psicológica. La consigna iba más allá de la disciplina militar. La sensación era que éramos entes odiados. Yo, al menos, me sentí odiada desde el primer día. Mi cuidadora no paró de pegarme desde el primer día hasta el último. Mi estancia de dos meses me ha dejado secuelas para toda la vida”, relata a Público Ángela, que asegura que cuando salió del preventorio tenía la “vesícula como un balón” y tuvo que seguir un tratamiento dietético durante un año.

El preventorio de Guadarrama albergaba a la vez alrededor de 500 niñas. Su día a día se repetía, a pesar del paso de los años, como si tratara del día de la marmota. Las pequeñas eran despertadas a media noche y puestas en fila. Tenían apenas unos segundos para hacer sus necesidades. Si no les daba tiempo o no podían tendrían que esperar hasta el siguiente turno. Unas horas después, con los primeros rayos de sol, eran llevadas al patio donde debían cantar el Cara el Sol e izar la bandera española. Hiciera el tiempo que hiciera.

“Juro por lo que haga falta que nos han hecho comer gusanos', relata AliciaAl despertar recibirían un trozo de papel higiénico que debían guardar toda la jornada como si de oro se tratase. No tendrían otro. El agua, estaba racionada: dos vasos al día. La hora de la comida, “una pesadilla”. “Juro por lo que haga falta que nos han hecho comer gusanos. Recuerdo cómo se movían en mi plato de lentejas o en cualquier otra comida. Pero no teníamos otro remedio que comer. Si no lo hacíamos nos pegaban o si vomitábamos teníamos que comernos nuestro propio vómito”, apunta Alicia.

Tras la comida, llegaba la hora de la siesta. Tres horas. Durante este tiempo estaba prohibido moverse e incluso hablar, quien incumpliera las normas ya sabía el castigo: golpes, quemaduras con cera de las velas o encierros. De lo único que tenían en abundancia, narran estas dos mujeres, es vacunas. Recibían inyecciones casi todos los días. Nadie les dijo de qué. Ni a ellos ni a sus padres. Sus historiales médicos han desaparecido. “Tenemos la convicción de que hemos sido conejillos de indias”, dice Alicia.

Una vez a la semana llegaba el turno de la ducha. Una fila interminable de chicas. Un chorro de agua fría y una toalla para todas ellas. En medio de todo aquello, también había tiempo para juegos en el patio. Sin embargo, ninguna de las dos recuerda a qué jugaban. En su memoria sólo se ha quedado grabado las conversaciones con el resto de niñas en las que hablaban de cuándo saldrían de allí y de las cartas enviadas a los padres. Éstas, sin embargo, eran censuradas. Los padres sólo podían visitar a las niñas el último domingo de cada mes bajo vigilancia de las cuidadoras. No podían salir del recinto. Una alambrada las separaba del mundo exterior.

“El segundo mes que estaba allí, mis padres vinieron a visitarnos a mi hermana y a mí. Nos vieron muy delgadas, aterrorizadas, sin poder ni hablar e incapaces de soltarnos de ellos. Nos sacaron de allí de inmediato”, recuerda Alicia. De la misma manera salió Ángela. En el camino de vuelta a casa su madre le preguntó si le había gustado la tableta de chocolate que le había mandado junto a unas cuantas pesetas. Esos regalos nunca llegaron a las manos de la niña.

Tanto Alicia como Ángela han decidido personarse en la querella en Argentina contra los crímenes de la dictadura de Franco. Su objetivo es doble. Por una parte, que los responsables ideológicos de aquel infierno que vivieron en la dictadura y que ha marcado su vida para siempre paguen por ello, si siguen vivos. Por otra, conocer qué le inyectaban tan frecuentemente y recuperar sus historiales médicos y toda la documentación del preventorio que la Administración Pública hasta ahora dice no poseer.

“No sabemos qué hicieron con nosotras ni qué nos inyectaban. Lo único que puedo decir es que notaba que estaba atontada. Tampoco sabemos por qué hubo niñas que enfermaron allí y que les prohibían incluso ver a los familiares. Queremos que se sepa la verdad. Que se condene a los culpables y que de una vez alguien nos pida perdón. Ya está bien de faltar el respeto a las víctimas”, sentencia Alicia.

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