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Diez ciudades donde nacer es morir

Ciencias Redactor

Una decena de ciudades en el mundo están acostumbradas a la lluvia ácida y al viento con olor a azufre. En ellas, los niños se bañan en lagos radiactivos llenos de arsénico y plomo, y los cementerios exhiben lápidas de fallecidos menores de 40 años.

El Instituto Blacksmith, con sede en Nueva York, acaba de presentar una lista con las 10 urbes más contaminadas del planeta. Según la organización, nacer en una de estas ciudades es 'como recibir una sentencia de muerte'. La mayor parte de sus 12 millones de ciudadanos comparte los mismos problemas, heredados de una industria antaño floreciente y hoy desvencijada: elevadísimos índices de cáncer de pulmón, alta mortalidad infantil, envenenamiento por los metales pesados presentes en el agua y un largo etcétera.

Récord Guinness negativo

La rusa Dzerzhinsk es una buena representante de esta decena de ciudades invivibles. Su nombre es un homenaje a Felix Dzerzhinsky, el primer dirigente de la Checa, la policía soviética fundada por Lenin en 1917, y responsable de innumerables ejecuciones sumarias y torturas indiscriminadas.

Hasta el final de la Guerra Fría, Dzerzhinsk hizo honor a su siniestro nombre, al convertirse en el principal centro de producción de armas químicas, sobre todo gas mostaza, de la Unión Soviética. Hoy, la ciudad figura en el libro Guinness de los récords como la más afectada por contaminación química del mundo.

En sus aguas, la concentración de dioxinas es 17 millones de veces superior a los umbrales de seguridad. A pesar de ello, una cuarta parte de los 300.000 habitantes de Dzerzhinsk sigue trabajando en la industria química. Su esperanza de vida apenas supera los 40 años.

La lista del Instituto Blacksmith está extraída de una clasificación más amplia, The Dirty Thirty, que incluye las 30 ciudades más contaminadas del mundo. Asia se lleva la palma. Hasta diez núcleos pertenecen al territorio de la antigua Unión Soviética, seis a China y cuatro a India. Algunos de estos casos, como Chernobil, parecen irrecuperables.

La ciudad ucraniana todavía sufre los efectos del peor accidente nuclear de la historia. El 26 de abril de 1986, la explosión de uno de los reactores de su central nuclear provocó una radiación 100 veces superior a la de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Aquella nube radiactiva ha producido miles de casos de cáncer de tiroides en Bielorrusia, Rusia y Ucrania.

Difícil solución

Invertir la situación de estas ciudades no es una tarea sencilla. En muchas ocasiones, las industrias contaminantes son difícilmente reemplazables, debido a la falta de alternativas laborales para la población local. Es el caso de La Oroya, un pueblo peruano de 35.000 habitantes que depende económicamente de una fundición, gestionada por la multinacional estadounidense Doe Run. El 99% de los niños de La Oroya presenta niveles de plomo en sangre que triplican los límites marcados por la Organización Mundial de la Salud.

En otras ocasiones, la magnitud del problema supera el ámbito local y requiere la ayuda internacional, como sugiere el director del Instituto Blacksmith, Richard Fuller: 'Este año, la contaminación ha generado un mayor interés mediático, pero se ha hecho muy poco por aumentar los presupuestos para luchar contra ella'.

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