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La falta de espacio público alienta el vandalismo

Un estudio atribuye la violencia contra los bienes públicos a la exclusión de los jóvenes de las ciudades. Señala que muchos de sus puntos de encuentro se destinan al sector turístico

P.F. / Á.M. / A.M.V. / P.R.

Turistas agotados en busca de un descanso. Usuarios del Bicing. Pakistaníes vendiendo latas de cerveza. Camareros ahuyentando a los sin techo que piden limosna en las dos terrazas del lugar. Y agentes de la Guardia Urbana pendientes de que los skaters no rueden por la plaza dels Àngels de Barcelona, donde solían hacerlo hasta que el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) se convirtió en punto de interés turístico. Situaciones similares se viven en el resto de capitales, donde los bares tienen preferencia a las canchas de baloncesto.

La ciudad como mero escenario de intercambio mercantil, progresivamente privada de sus espacios públicos, sometida a una imparable especulación urbanística y cargada de símbolos de poder, constituye el escenario propicio para el vandalismo. Así lo pone de relieve el estudio El vandalismo como fenómeno emergente en las grandes ciudades andaluzas, editado por el Centro de Estudios del Gobierno regional, que detecta un incremento de la violencia juvenil contra bienes públicos y privados.

Dicha subida, según el estudio, supone un 'claro indicador de exclusión social' derivada de la falta de expectativas que impone a la juventud la llamada 'ciudad mercado', cada vez más orientada al turismo en detrimento de la comodidad del ciudadano. En resumen: una juventud sin alternativas de ocio y poco espacio disponible muestra una mayor predisposición a percibir la ciudad como un espacio ajeno contra el que es lícito cometer actos de violencia.

Las conclusiones del estudio del Gobierno andaluz pueden extrapolarse a todas las ciudades neoliberales, según sus responsables. 'La ciudad cara, inhóspita y difícil de disfrutar para quien no opta al consumo genera vandalismo', opina Francisco Aix, investigador del Departamento de Sociología de la Universidad de Sevilla y coautor del estudio, realizado a partir del número de alertas por actos vandálicos comunicadas al 112 y reforzado con entrevistas a policías, bomberos, servicios de emergencias y jóvenes de hasta 30 años realizadas entre 2005 y 2008. En toda Andalucía, se pasó de 574 llamadas al 112 en 2005 a 3.303 en 2008.

Francisco Aix, no obstante, puntualiza que el interés del estudio es fundamentalmente sociológico, ya que la definición cuantitativa del fenómeno es difícil, más aún por la integración en el 112 de llamadas que antes se realizaban a otros números de emergencias, como el 061 y el 062. 'Pero sí es evidente', explica, 'que los disturbios de 2005 en la periferia de París y su enorme proyección mediática generaron un efecto llamada en todas las ciudades analizadas'.

Una voz reputada en el debate sobre la crisis del modelo de ciudad, el urbanista Jordi Borja, señalaba ya en 2001 que el fenómeno actual 'no se trata de una crisis de la juventud [...]. Se trata de una crisis de sociedad, que excluye a una parte de los que representan su futuro', señala Borja en el texto La ciudad como desafío, realizado dentro de un proyecto educativo en Gijón.

Aix y Mario Jordi, investigador y profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Pablo de Olavide, sitúan su perspectiva en el contrapunto de la forma de tratar el fenómeno por la mayoría de los medios, que lo presentan como mera violencia ilógica. El estudio señala que 'son aquellos elementos del mobiliario urbano que contienen publicidad institucional y simbolizan el poder los que sufren más incidencias', por ejemplo, las marquesinas.

Los colectivos que reivindican mayores espacios públicos aportan múltiples ejemplos de cómo la asfixia urbanística y normativa provoca tensión en el comportamiento de la juventud. La plaza dels Àngels de Barcelona constituye un caso paradigmático. La construcción del MACBA en 1995 convulsionó esta céntrica y popular plaza del Raval. Lugar de reunión de los vecinos y de juego para niños y skaters, se convirtió en una de las rutas más frecuentadas por los turistas.

En 2006, con la aprobación de la Ordenanza Cívica de la ciudad, se prohibió patinar en el lugar. Desde entonces, se suceden a diario las visitas de la Guàrdia Urbana para advertir, multar e incluso requisar los monopatines.

Por ello, no fue casual que en 2006 una manifestación antisistema contra la especulación urbanística acabara en esta plaza. Se produjeron enfrentamientos con los Mossos dEsquadra y la noche dejó la imagen de un manifestante encapuchado arrojando bengalas contra la fachada del museo con un bazoca casero. Tres años después, el Ayuntamiento ha anunciado que, además, colocará mobiliario urbano en este espacio para acabar con los skaters.

En las ciudades andaluzas han sido comunes las movilizaciones contra la ley antibotellón al entender que 'restringe la utilización del espacio público', en palabras de Marta Solanas, miembro de la asamblea de la plataforma ciudadana La Calle es de Todos.

El principal punto de rechazo a la ley antibotellón guarda relación con los hechos recogidos en el estudio presentado ayer: la falta de confianza en los jóvenes por parte de los poderes públicos. '¿Cómo es posible que una ley limite, genéricamente, que debe preservarse la pacífica convivencia ciudadana, dejando su definición a la interpretación de las policías locales?', pregunta Marta Solanas. El margen de discrecionalidad que deja la norma ha dado lugar a episodios ridículos, como la multa de 100 euros que la Policía de Sevilla impuso a dos jóvenes por beber refrescos en la calle, según la propia denuncia.

En Madrid, el Ayuntamiento multiplicó por 20 (de 300 a 6.000 euros) las multas por los grafitis el pasado febrero. La edil de Medio Ambiente, Ana Botella, no distingue entre lo que para unos es una forma de ganarse la vida y lo que para otros es suciedad. A su juicio, todo es vandalismo. La razón: el Consistorio gasta anualmente 6 millones en limpiarlos.

Francisco Aix, responsable del estudio andaluz, advierte que la discusión debe tener en cuenta la terminología. 'Vandalismo es un término de este lado de la cuerda. Para alguien que hace grafitis, cuando pinta no está haciendo nada malo', señala.

La sobreprotección de algunos padres y las calles llenas de coches y sin espacios públicos han creado una generación de niños que algunos sociólogos y medios de comunicación británicos han tildado de “street stupids”. Es decir, chavales que no saben lo que es caerse de un columpio, perderse o pelearse por un balón. Su ocio lo reparten entre la televisión y las videoconsolas, confinados en las habitaciones de sus casas. “Un poco de peligro y de incertidumbre es bueno para los niños. Además, con el incremento de la obesidad infantil, los beneficios de jugar en la calle son obvios”, señala uno de los varios artículos que el diario ‘The Independent’ ha dedicado a este asunto. Desde las páginas de este periódico proponen un juego al lector: “Toma unos cuantos segundos para recordar cuál era tu lugar favorito de juegos cuando eras un niño. ¿Dónde estaba este lugar especial? ¿Cómo era? ¿Cómo olía? Seguro que estaba en la calle. Al margen de los adultos. Y era un lugar salvaje, sucio, con bastantes posibilidades de ser un poquito peligroso...”. “Un recuerdo que, de no cambiar las cosas, no tendrán ya las próximas generaciones de adultos”, concluye.artículo.

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