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Una noche de jarana en negro y amarillo

Un grupo interrumpe el regreso. Parecen zombies. Buscan una iglesia, en la que dicen se monta una rave

OSCAR ABOU-KASSEM

Calle Aragó con Meridiana. 23.30 horas. Andrés me acepta como copiloto en su taxi a sabiendas de que supondrá una merma para su negocio. Una plaza menos le dejará sin muchas carreras. No nos engañemos, dos jóvenes barbudos al frente de un taxi no es un buen reclamo.

Ahí vamos, despacio, buscando aceras. Esto no es turismo. Es mala hora. La gente no ha terminado de cenar y el metro sigue abierto hasta las 2. Mal día. Muchos taxistas han vuelto del primer turno de vacaciones y tienen que recuperar el tiempo y dinero.

Un grupo interrumpe el regreso. Parecen zombies. Buscan una iglesia, en la que dicen se monta una rave

'Puedo ser la persona que quiera', suelta Andrés, que vive sentado en un comportamiento bipolar con los clientes. Puede ser borde o simpatiquísimo. Con los peligrosos a primera vista, prefiere el buen rollito. Nunca lo ha usado pero lleva un cutter a mano.

A las 0.18 se monta una pareja. De las Ramblas a la Vía Augusta (7,70 euros). Caen bien. Les invita a ponerse el cinturón porque a 30 Km/h también te puedes matar. Si la pasión se desata en el asiento de atrás y la situación se pone violenta, Andrés toma medidas. Tres acelerones combinados con un par de volantazos acaban con cualquier libido.

Pasamos por la plaza de George Orwell. Curioso homenaje la decisión de instalar aquí la primera cámara urbana para controlar al personal. La noche sigue floja. En el Borne se tiene montada una parada improvisada en el caladero, la zona de bares. No se pueden parar ahí y los taxistas se juegan la multa.

Territorio comanche

Las normas no escritas se saltan. Un conductor se cuela y se monta el lío. Andrés sale para pedir a su compañero que le deje pasar. 'Esto no es un gremio, es la guerra entre nosotros'.

1.45. Entre dos taxis se reparten a cinco chicas británicas de despedida de soltera. Con ellas va una cicerone española que emite el temido 'siga a ese taxi', seguido del '¿nunca te lo habían dicho?'. Se quedan muy poco convencidas de haber alcanzado su destino en el Estadio Olímpico (10,85 euros). Buscan un local que nadie conoce por allí.

Un par de carreras aburridas pero con propina hasta las 3.05. Monta una pareja de cuarentones. 'No nos hagas la ruta, que no somos guiris', avisan. El taxi huele a destilería. Han cenado en un restaurante que debería llevar estrellas Michelin negativas. 'Ha venido la tuna y nos han jodido el solomillo'. Van a bailar a la antigua sala Bikini (8,20 más propina).

Son las 3.26 y el taxímetro no echa humo. Hay que tirar de lo fácil. En el puerto Olímpico se acumulan los borrachos que salen de las discotecas. Si están contentos te invitan a unirte a la fiesta con ellos. Es un riesgo por el alto índice de vomitonas que dejan de recuerdo. Hay suerte. Dos carreras tranquilas a Badalona. Un grupo interrumpe el regreso. Parecen zombies. Buscan una iglesia en las inmediaciones, en la que dicen se monta una rave. Lo sentimos, eso no viene en ningún GPS.

4.09, Andrés acepta un servicio por emisora en la Mina. Un barrio donde crecieron El Vaquilla y El Torete no es el sueño de ningún taxista. Allí recoge a una chica que sale de una fiesta hawaina. Se ha dejado la falda, pero ha traído todos los tatuajes. El del hombro un hombro infinito y tostado color oliva con los pájaros y las flores ha sido portada de revista. No me extraña, yo lo enmarcaría. A medio camino hay que volver, se ha dejado el móvil. Vaya por dios. El taxímetro no es el único que se alegra. 40 minutos y 17 euros después llega a su destino junto al Hospital San Pau. Chau, chau.

¿Puede haber alguna carrera mejor? Andrés tira de memoria y ahí aparece el sexagenario que la semana anterior le llevó a un casino en Francia. El tío Churri, como se hacía llamar, le pagó 400 euros por ir y volver con una prostituta.

A las 5.30 echa el cierre. La rutina se completa en la gasolinera. En verano con el aire acondicionado se gasta mucho más. Sólo parará por clientes que vayan en su ruta a casa.

 

 

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