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Autistas sabios, entre pájaros y superhéroes

Un estudio indaga sobre el parecido del síndrome ‘savant’ con la percepción animal

JAVIER YANES

Sobrevolar una ciudad en helicóptero le basta para grabar en su memoria cada detalle del paisaje, que luego reproduce en un lienzo con asombrosa fidelidad. El pintor británico Stephen Wiltshire, que recientemente visitó España, es un caso de síndrome del sabio, o savant, una condición que presentan ciertas personas con autismo y que les dota de facultades mentales propias de los superhéroes de ficción.

Un ejemplo muy conocido es el personaje que interpretó Dustin Hoffman en el filme Rain Man, capaz de memorizar las cartas de una baraja con un solo golpe de vista. Para meterse en la piel de Raymond Babbit, personaje inspirado en un individuo real, el actor contó con la asesoría de Temple Grandin, doctora en comportamiento animal, escritora y figura bastante popular en EEUU; un currículo que ha labrado superando su propia condición de autista savant.

En 2005, Grandin publicó un exitoso libro, titulado Interpretar a los animales, en el que proponía una innovadora hipótesis sobre el síndrome del sabio. En suma, razonaba que los animales graban datos sensoriales de bajo nivel –sin procesar– con increíble exactitud, al contrario que los humanos, que seleccionan sólo los aspectos relevantes para integrarlos en paquetes de información verbalizada. Al carecer de lenguaje hablado, argumentaba Grandin, los animales aprovisionan su almacén de recuerdos con fotografías mentales, olores, sabores o sonidos. Explicando que, para ella, explorar su propia memoria es como “usar el buscador de imágenes de Google” en un archivo de “imágenes foto-realistas”, la autora concluía que los animales son autistas savant.

Pájaros superdotados

La nueva aportación en el oscuro camino de los mecanismos cerebrales de estos genios se publica esta semana en PLoS Biology. Un equipo compuesto por científicos de las universidades de Trento (Italia), Cambridge (Reino Unido), Sidney y New England (Australia) ha examinado experimentos previos en los campos de la psicología cognitiva y el comportamiento animal, concretando el análisis en ciertos casos de pájaros con habilidades extraordinarias: las aves migratorias recuerdan complicadas rutas de viaje, la urraca australiana es capaz de repetir una canción entera después de escucharla sólo una vez y el cascanueces de Clark no olvida ni uno sólo de los miles de lugares donde ha escondido sus víveres.

Como punto de partida, la tesis del trabajo que dirige el italiano Giorgio Vallortigara desafía la teoría del best seller de Grandin: “No estamos de acuerdo en la similitud entre animales y autistas savant”. La discrepancia se basa en un punto clave: humanos y animales, razona el ensayo, se apoyan en mecanismos neurobiológicos cuyas raíces evolutivas son comunes y por tanto deben compartir un mismo esquema básico. Según los científicos, ambos procesan la información sensorial mediante un sistema de reglas que sacrifica los detalles para crear categorías. El estudio dice que este filtro reside en el hemisferio izquierdo del cerebro. Si por alguna alteración, como ocurriría en los savant, el control pasa a la mitad derecha, las reglas se pierden y la mente se limita a registrar una avalancha de detalles sin clasificar.

Los pájaros superdotados, prosigue el estudio, han desarrollado sus talentos especializados por adaptación, sin que esto afecte al resto de sus habilidades cognitivas, cosa que sí ocurre con los autistas.

En el mismo trabajo, la revista concede a Grandin el turno de réplica. La escritora reconoce el valor de las reflexiones, pero objeta que Vallortigara no haya considerado el factor verbal. Su apuesta es que los pájaros savant lo son al precio de cojear en otras capacidades cognitivas, algo aún no comprobado. La discusión está servida.

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