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La ciencia que sí creció con Bush

Un libro atisba qué hay tras los presupuestos secretos dedicados a investigación

DANIEL MEDIAVILLA

En su broma del equivalente al día de los inocentes en EEUU, el 1 de abril, la revista Science citaba a George W. Bush tratando de reconciliarse con la comunidad científica: “Seamos amigos”, decía. También ponía en su boca la promesa de aumentar la financiación para los Institutos Nacionales de Salud del país y permitir la investigación con embriones humanos. La relación de Bush con la investigación de su país ha sido tan tensa que la principal revista científica del país consideraba que sólo una broma podía poner al presidente de su lado. Pero no todos los investigadores han resultado perjudicados.

Este mismo año se han dedicado más de 11.000 millones de euros a investigación y desarrollo de programas militares secretos, una cifra (la mayor de la historia) que supera en casi 1.000 millones el presupuesto de la NASA. De este tipo de investigaciones, ocultas para el público, han surgido bombarderos como el B-2 Spirit o el avión invisible F-117 y en la actualidad se desarrollan –supuestamente– sistemas de intercepción de misiles que se situarían en el espacio.

Dada la naturaleza de estos programas, conseguir información de sus contenidos es un trabajo minucioso y que requiere enfoques a veces originales. Esto es lo que ha hecho Trevor Paglen, autor del libro I Could Tell You but Then You Would Have to Be Destroyed by Me (“podría contártelo, pero entonces tendrías que ser destruido por mí”). En él, Paglen analiza los parches identificativos que llevan los miembros del ejército que trabajan en programas secretos y trata de ofrecer un vistazo a lo que se puede ocultar detrás. “Estos símbolos constituyen un lenguaje y si puedes empezar a aprender su gramática, podrías vislumbrar ese mundo secreto”, explicó a The New York Times.

En el libro de Paglen, hijo de un militar que trabajó en bases donde se desarrollaban proyectos secretos, se muestra una parte de la estructura de estos programas y se ofrece información sobre programas como el PE 0603891C, un caso que ilustra la forma de trabajar con el presupuesto secreto de investigación dedicado a defensa. Según explicaba la semana pasada globalsecurity.org , este programa, que se cree destinado al desarrollo de un sistema de defensa antimisiles espacial, apareció por primera vez en los epígrafes de estos presupuestos ocultos en 2005. Entonces comenzaba a reducirse la financiación reconocida a un tipo de investigación que Bush apoyó en principio, pero que retiró tras una intensa polémica. Ahora, más de 150 millones de euros se dedican a financiar ese apartado.

“Es extraordinario que se desarrollen estos proyectos a escala industrial y no sepamos de qué tratan. Es un logro asombroso de ingeniería social”, concluye Paglen.

La lucha contra la gravedad es uno de los objetivos que durante mucho tiempo se ha atribuido a los presupuestos secretos de EEUU. Se trataría, en teoría, de construir un escudo que protegiese a los aviones de la atracción terrestre, con el consiguiente ahorro en combustible más la capacidad de construir aviones absolutamente sigilosos. Este tipo de estudios, que se persiguen desde la década de 1950, recibieron atención en 2002, cuando varios medios informaron de que Boeing intentaba desarrollar esta misma tecnología para su uso civil. Poco después de aparecer estas informaciones, la compañía estadounidense afirmó que no era viable. Sin embargo, en un comunicado apuntó que “podrían existir actividades clasificadas para modificar la gravedad”.

 

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