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"Siempre he preferido los números a las opiniones"

Terry Tao, joven ganador de la medalla Fields, defiende las virtudes del conocimiento matemático

ÁNGEL MUNÁRRIZ

Sus padres le cuentan que con dos años ya explicaba las sumas a otros niños. Él no lo recuerda, pero sí guarda en la memoria otras anécdotas que anticipaban el prodigio. “Recuerdo cómo a mi abuela, cuando limpiaba las ventanas, le pedía que pintara números en ellas. Desde niño siempre he preferido los números a las cosas opinables”, explica Terence Chi-Shen Tao (Adelaida, Australia, 1975).

El joven matemático es apodado por la comunidad científica “el Mozart de las Matemáticas”, como lo bautizó John Garnett, profesor y compañero en la Universidad de UCLA, en Estados Unidos, donde es titular desde los 24 años. “No me importa que me comparen con Mozart, pero no como persona, si es cierto que es como en la película Amadeus”, explica entrecortadamente, para cerrar la frase con su característica carcajada nerviosa.

Hay que remangarse para echar un vistazo al currículo de Terry Tao, hijo de inmigrantes de primera generación de Hong Kong. A los cinco años ya le subieron cinco cursos en el colegio. Con 13 ganó la medalla de oro en las Olimpiadas Internacionales de Matemáticas. En 2000 conquistó el prestigioso premio Salem; en 2003, el galardón de la Fundación Clay; y en 2006, la Medalla Fields, algo así como el Nobel de las Matemáticas. “Está considerado, probablemente, como el matemático de más reputación de todo el mundo”, afirma Carlos Pérez, organizador del Congreso sobre Análisis Armónico, celebrado en la Universidad de Sevilla y que ha contado con su presencia.

“La forma en que se enseñan las matemáticas es aburrida y árida”, lamenta Tao. “Si en música, por ejemplo, sólo mostraran la escala musical, no veríamos las sinfonías que pueden componerse. Las matemáticas no deben despreciarse por su dificultad. ¿Alguien renuncia a hacer ejercicio porque cree que nunca será atleta?”. Tao apela a la condición de “desafío” de las matemáticas. “Pero no con los demás, con uno mismo. Es como subir una montaña. Un pasito aquí, otro allí, y vas aprovechando las picas que otros han dejado. Y si resuelves un problema, llega la satisfacción”, explica.

Sus partituras suenan a análisis armónico, ecuaciones en derivadas parciales, combinatoria, análisis numérico y teoría de representación. Es padre, junto a Ben Green, del Teorema Green-Tao, que sostiene que existen progresiones aritméticas de números primos arbitrariamente largas. “Es difícil de explicar”, resume cuando el periodista se interesa por más pormenores. Porque Tao no filosofa. Preguntado por los límites de las matemáticas al hilo del teorema de incompletitud de Gödel, prefiere concretar: “Por ejemplo, hay un modelo que permite predecir el tiempo una semana, pero no de aquí a febrero”. Y el universo? ¿No es vertiginoso que parezca obedecer a patrones matemáticos? “Las matemáticas sirven para modelizar muchas cosas”.

Realmente es difícil arrancarle grandilocuencias a Terry Tao. Pero no carcajadas. Se ríe, estrujándose los nudillos, con la cuestión del perfil excéntrico que ha mostrado Hollywood del matemático genial en títulos como El indomable Will Huntig. “Las películas son películas. Tampoco todos los arqueólogos son como Indiana Jones”, resume, recordando que él era alumno en Princeton cuando Ron Howard rodaba allí Una mente maravillosa, un biopic comercial sobre John Nash. “La mayoría de los matemáticos somos gente normal. Saldrían películas muy aburridas”, concluye Tao.

¿Cómo pueden ayudar las matemáticas a salir de la crisis? Tao recuerda que las empresas han utilizado las derivadas financieras, pero muchas han terminado “usándolas en otra dirección para arriesgarse más y más”. “La herramienta matemática se puede usar bien o mal”, subraya. Ni rastro de gravedad o impostación en su breve reflexión ética. Quizás exagera la prudencia al negarse a mencionar a matemáticos admirados. “Si digo uno, me dejo otro”, explica, aunque sí admite que sus predilecciones son más de contemporáneos que de históricos. Lampiño, nervioso, flaco y desaliñado, su mochila al hombro y la forma algo dubitativa de recorrer la Facultad de Matemáticas le hacen parecer más un alumno de Erasmus que un profesor estelar. Su presencia no levanta especial expectación entre los estudiantes. Cuando unas chicas le piden fotografiarse con él, Terry Tao vuelve a sonreír y despliega su tímida cortesía.

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