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Sábanas anudadas y poco más

Desde 2005, sólo se han registrado 13 fugas y casi todas han acabado con los reclusos de nuevo entre rejas

OSCAR LÓPEZ FONSECA

Todo preso tiene el mandato casi divino de intentar fugarse. Al menos, eso dicen, aunque a la vista de los datos que manejan en Instituciones Penitenciarias, los 75.000 que se encuentran recluidos en cárceles españolas se aplican poco a ello. Desde 2005, sólo se han registrado 13 fugas y casi todas han acabado con los reclusos de nuevo entre rejas. A ellas hay que sumar los quebrantamientos de condenas por el facilón método del no vuelvo después de un permiso, aunque tampoco son muchos: sólo un 0,6% de estos beneficios penitenciarios acaba con la celda vacía sin previo aviso.

Aún así, hay algunos que no tiran la toalla en eso de intentar darse el piro. Uno de los últimos casos conocidos ha sido el del narco italiano Giulio Bordelini, a quien sus compinches le iban a enviar los útiles para que se fugara con un zepelín teledirigido. La Policía impidió que el globo y el recluso volaran. Más suerte tuvo Jefferson Escolar, un preso colombiano que en mayo de 2006 se metió en una bolsa de basura para llegar cerca del muro de la prisión de Santander y así poder saltarlo. Nadie se dio cuenta. Bueno, sí, una señora que vivía enfrente de la prisión y que telefoneó a la Policía para mostrar su extrañeza por el camino que había seguido aquel joven para abandonar la cárcel teniendo esta una puerta tan hermosa. Al final lo detuvieron en Madrid.

Un preso fugado de la cárcel de Huelva fue devuelto a prisión al día siguiente por su padre, que lo llevó, literalmente, a collejas

Aunque casos de esta originalidad son escasos y la mayoría recurre al barrote serrado y la sábana anudada. E, incluso, al agujero. Como los reclusos de la prisión de Badajoz a los que pillaron el año pasado cuando más que túnel, lo que tenían hecho era un gua. Otro clásico, este ya en desuso, es la carta amenazante al juez de turno. Los aspirantes a fugitivo redactaban una misiva llena de insultos a cualquier magistrado situado en el otro extremo de España. De este modo, conseguían ser llamados a declarar por desacato. Intentaban fugarse durante el traslado o mientras estaban en el juzgado.

Claro que, también hay casos en los que son los propios guardianes los que facilitan la fuga. Astrit Bushi, líder de la banda que propinó una paliza al productor de televisión José Luis Moreno, no se debía creer que el juez y los policías que le custodiaban le abrieran de par en par la puerta del juzgado el pasado 31 de marzo. No paró de correr hasta que llegó a su Albania natal, donde lo cazaron más tarde. Tampoco pararon de correr, aunque en este caso, motorizados, los tres jóvenes que en diciembre de 1998 se fugaron de la cárcel de Alcalá Meco (Madrid) tras saltar el muro. Los encargados de su custodia hicieron oídos sordos a las ruidosas alarmas que delataban su fuga. Por si fuera poco, un guardia civil tuvo el descuido de dejar el coche con las llaves puestas. Un regalo que no desaprovecharon.

Gran parte de la culpa de la escasa afición de los presos a fugarse la tienen, según los expertos, las cárceles españolas, cada vez más seguras. De los modernos centros sólo se ha escapado un preso desde que entraron en funcionamiento. Y, además, fue uno que estaba fuera de la prisión haciendo labores de jardinería. Claro, que al día siguiente su propio padre lo volvió a llevar a la cárcel de la que había escapado, la de Huelva, literalmente, a collejas.

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