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El primer calentón neoliberal

Beatriz Preciado analiza en ‘Pornotopía' cómo ‘Playboy' convirtió el sexo en un objeto de consumo del libre mercado

CARLOS PRIETO

Test rápido. ¿Qué medidas tomaría usted para salir de una crisis económica? a) Reduciría el Estado del bienestar. b) Subiría los impuestos. c) Me pasaría todo el día postrado en una cama redonda; en pijama, rodeado de mujeres disfrazadas de conejitas e ingiriendo cantidades industriales de anfetaminas. En efecto, la opción correcta es la c. ¡Yupi! O al menos lo fue para Hugh Hefner, creador del imperio Playboy en los años cincuenta. Pero también, ¡ay!, para el capitalismo americano de la segunda mitad del siglo XX. O esa vendría a ser la tesis expuesta por la filósofa Beatriz Preciado (Burgos, 1970) en Pornotopía, una sensacional historia cultural de Playboy finalista del Premio Anagrama de Ensayo.

Todo empezó en noviembre de 1953. En plena paranoia moral de la guerra fría, Hugh Hefner sacó el primer número de la revista Playboy, que incluía un desplegable fotográfico a color de Marilyn Monroe desnuda. La revista se convirtió en un fenómeno de masas, y en el buque insignia de un imperio de medios de comunicación eróticos que aún colea.

Paradójicamente, lo primero que sorprendió a Preciado, que comenzó su investigación 'cargada con los prejuicios de quien ha leído mucha crítica feminista contra la pornografía', fue que en Playboy 'había muchos más artículos sobre arquitectura y decoración de interiores que de mujeres desnudas'. ¡Atiza! Lo que Hefner promovía cuando mostraba fotos de su mansión repleta de objetos de diseño era, según Preciado, crear un nuevo tipo de 'consumidor masculino con mentalidad adolescente. Alguien con acceso ilimitado al consumo y ningún impedimento moral. Una figura que surge con el baby boom'.

Hefner inició una revolucionaria mercantilización de lo íntimo. Un terreno desconocido e inaccesible hasta entonces (y por tanto, muy poco lucrativo). 'Nada era tan atractivo para su lector como poder acceder virtualmente al interior privado de un hogar, al antiguo espacio secreto burgués del siglo XIX. Lo que era pornográfico no era la utilización de ciertas fotografías consideradas obscenas por la censura, sino el modo en que puso a la vista de todos lo que antes era considerado íntimo'.

Cuando Hefner construyó su primera mansión en Chicago en 1959, que funcionaba como sede central del grupo y residencia privada, instaló cámaras que grababan todo lo que sucedía 24 horas al día. Material audiovisual picante para alimentar sus productos eróticos. 'Convirtió el espacio doméstico en un parque temático, una Disneylandia para adultos. El sexo pasó a ser un objeto de consumo del mercado liberal. Algo que entonces parecía descabellado porque difería radicalmente del capitalismo vigente: el puritano del siglo XIX. Pero de la represión pasamos a la incitación a la masturbación multimedia globalizada. Al capitalismo le interesaban de pronto los cuerpos y
sus placeres'.

Hefner triunfó porque se anticipó a las futuras mutaciones de un capitalismo en crisis. El modelo fordistas de industrialización empezaba a no dar más de sí durante la guerra fría. Era la hora de las nuevas tecnologías de consumo, comunicación y entretenimiento. Y del capitalismo financiero y especulativo que surgió en los años setenta.

Más que un peligro para la moral, Hefner sería uno de esos innovadores que desatascan la maquinaria capitalista cuando toca buscar nuevos mercados. Preciado resalta, por ejemplo, que su idea de convertir a sus conejitas en chicas para todo (la misma joven ejercía de secretaria personal, amante, chica de compañía y portada tórrida de la revista) recuerda a las 'prácticas laborales flexibles del neoliberalismo'.

Y todo ello sin salir de la cama (redonda). Hefner se mandó construir un lecho gigante ultratecnológico en el que dormía, trabajaba, rodaba y hacía el amor como un poseso. La confusión entre trabajo y ocio, sexo y producción, era total. Y se alimentaba con dexedrinas. Hefner, adicto, las repartía entre sus trabajadores. 'Pidamos una nueva remesa para el cuarto piso. El funcionamiento de Playboy depende de esas píldoras naranjas', llegó a decir. Había que aumentar la producción. Definitivamente, el empresario del futuro.

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