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Filósofos para una nueva democracia

Ocho pensadores occidentales reflexionan sobre el arrinconamiento de la soberanía popular en los regímenes parlamentarios actuales

BRAULIO GARCÍA JAÉN

¿Tiene algún sentido hoy en día considerarse demócrata? La editorial francesa La Fabrique decidió plantear esa pregunta a ocho filósofos europeos y norteamericanos, dando por supuesto que la democracia era una de esas palabras (una realidad, por tanto) que goza hoy de un amplio consenso, al menos en Occidente. El resultado es un libro, recién traducido al español bajo el título Democracia en suspenso (Casus Belli), que desmiente radicalmente ese presupuesto: no sólo prueba que no está claro qué es eso que llamamos 'democracia', sino que sus mejores páginas aclaran también que ese desacuerdo, precisamente, es lo más democrático que hay. 'No creo que exista consenso alguno, salvo el que pasa por dividir la noción misma', responde el francés Jacques Rancière.

El mismo Rancière ya publicó hace cinco años un libro, El odio a la democracia (Amorrortu), para señalar que buena parte del discurso dominante, al contrario de lo que ocurría antes de la caída del muro de Berlín, 'donde había claramente democracia por un lado y totalitarismo por el otro', desconfía ahora de la misma democracia de la que se reclama. Para muchos intelectuales, 'en todo el arco político, desde la derecha hasta la extrema izquierda', insiste Rancière ahora, la democracia es sólo 'el reino del individuo formateado como consumidor'.

Democracia en suspenso sirve para enfocar (¡para sospechar!) mejor algunos debates actuales: de la Constitución Europea a las relaciones entre las democracias occidentales y el capitalismo chino. Pero además recuerda que esa costumbre de desacreditar a una de las partes del conflicto acusándola de populista, cuando no directamente de delincuente, y de no atender a la razón y a la ley, sino a la ilimitada satisfacción de sus deseos (¿os suena, internautas?), es un reproche tan viejo como la democracia misma. Tan viejo como Platón, al menos, que el también francés Alain Badiou repite aquí: 'El sujeto democrático se constituye únicamente en relación con el goce', escribe. ¿Por qué, sin embargo, esos reproches se hacen a su vez en nombre de la democracia?

'Quienes hoy debaten acerca de la democracia designan cosas distintas con esa palabra', apunta el filósofo italiano Giorgio Agamben, en un breve texto que sirve de introducción al volumen. Democracia, desde su origen ateniense, designa tanto 'una técnica de gobierno' como 'una forma de constitución del Estado', de ahí que cada vez que se plantea un debate de fondo el malentendido parezca inevitable. Porque cada vez más el Estado, y sus portavoces gubernamentales, sólo aceptan la discusión respecto del funcionamiento y ejercicio del poder, no de su constitución. La soberanía popular, que en sus orígenes atenienses se presentaba directa y permanentemente, se representa ahora través de las urnas, cada cuatro años.

Uno de los ejemplos de ese malentendido que mejor abordan algunos de los autores es el del Tratado de Lisboa de 2007, que sirvió para reformular la Constitución Europea rechazada por franceses y holandeses dos años antes. El nuevo Tratado cambió para seguir siendo lo mismo, pero luego ya sólo fue sometido a referéndum en Irlanda. 'Los instrumentos son exactamente los mismos. El orden es la única variación introducida en esa caja de herramientas', declaró por entonces uno de sus artífices, el ex presidente francés Valéry Giscard d'Estaing.

Aún así, el referéndum tuvo que repetirse, porque los irlandeses tuvieron la ocurrencia (¡tan poco democrática!) de rechazarlo. 'Los irlandeses se lo deben todo a Europa, y no son conscientes de ello', advirtió por entonces Daniel Cohn-Bendit, verde y europeísta. Los irlandeses, que ahora deben a Europa, además de 'todo', un préstamo bancario de 80.000 millones de euros, lo entendieron a la segunda. Y ganó el sí.

La Constitución europea no volvió a someterse a referéndum. 'Existe, por tanto, una gran desconfianza que afecta incluso a esa misma votación, pese a que ella forme parte de la definición oficial de la democracia', explica Rancière, que es el único que no responde a la pregunta de La Fabrique por escrito, sino entrevistado personalmente por el editor y escritor Eric Hazan. Y añade: 'Hemos asistido asimismo al resurgir de los viejos discursos, hemos visto cómo Cohn-Bendit, en primera línea, decía que fue la democracia quien aupó a Hitler, etc...'.

Aún así, Kristin Ross, una de las dos filósofas estadounidenses reunidas, extrae conclusiones positivas del proceso: 'Si los votantes deciden tomarse en serio un rito anticuado en una época en que ya nadie lo hace, como Giscard se encargó de dejar claro, incluso la propia concurrencia a las urnas puede convertirse, como en este caso, en un ejemplo de ‘democracia fugitiva': la que expresa las potencialidades políticas de la gente corriente', escribe. Wendy Brown, la otra americana, subraya más bien que la elección entre un partido u otro ha acabado siendo lo mismo que comprar una marca o la de la competencia.

Para Agamben, el que ya nadie repare en ese doble sentido de la democracia, deriva en el 'dominio aplastante del gobierno y de la economía sobre una soberanía popular progresivamente vaciada de sentido', al que asistimos hoy. Daniel Bensaïd, fallecido ahora hace un año en París, identifica el descarrilamiento de esa confusión con los años que siguieron a la caída del muro de Berlín. 'Un ataque en toda regla lanzado contra las solidaridades y los derechos sociales, unido a una ofensiva de privatización del mundo sin precedentes, redujeron como una piel de zapa el espacio público', explica. Lo cual confirmaba el temor que ya Hannah Arendt, según Bensaïd, se había adelantado a expresar: 'Que la política misma, en tanto que pluralismo conflictivo, quedara completamente borrada de la faz de la tierra en beneficio de una prosaica gestión de las cosas y los seres'.

El vínculo entre democracia y capitalismo es otro de los vectores que articulan estas reflexiones, y que a su manera interrogan también esa dualidad entre la administración de las cosas (la economía) y la discusión común (la política). Slavoj Žižek se pregunta si el ejemplo chino no desmiente la idea liberal de que el desarrollo capitalista provoca necesariamente el despegue democrático. Y lanza la hipótesis, parafraseando a Trosky, de que quizá lo que estemos viendo es que 'la viciosa combinación del látigo asiático con el mercado bursátil' se está mostrando más eficaz que nuestro capitalismo liberal.

'¿Qué sucedería si dicha combinación viniera a señalar que la democracia, según la entendemos los occidentales, ha dejado ya de ser la condición y el motivo de desarrollo económico para convertirse en su obstáculo?', se cuestiona el filósofo esloveno. '¿Cómo negocias duro con tu banquero?', se preguntaba la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, en un cable de Wikileaks, hablando de las relaciones de su país con la dictadura China.

Žižek y Badiou son quienes mejor representan, de entre los autores reunidos por Hazan, esa desconfianza de cierta izquierda hacia la democracia. De hecho, ambos defienden que la única verdadera democracia, concebida como la facultad de los pueblos de gobernarse a sí mismos, sería el (verdadero) comunismo. Y comparten además una descripción del porqué las masas siguen sin decidirse a dar el paso al frente: porque no lo saben.

'El hombre democrático no vive sino en el presente, no admite más ley que la del deseo que le pasa por la cabeza', escribe Badiou, parafraseando a Platón. 'Se precisa un líder para desencadenar el entusiasmo por una causa', afirma Žižek. En medio de ambos, Rancière ironiza respecto de este tipo de planteamientos, aunque al paso del ejemplo italiano: 'Fíjese en la cantidad de estrategas políticos que hay en Italia, ¿y qué? Quien está gobernando es Berlusconi'.

Rancière tiene otra visión de en qué consiste el movimiento obrero y sus conquistas, a partir de su buceo en los archivos del siglo XIX: 'Nunca he dejado de luchar contra la idea de necesidad histórica. [...] Lo que llamamos historia es algo tramado por unas personas que construyen una temporalidad a partir de su propia vida, de su propia experiencia', dice. La historia, con mayúsculas, no hace ni dice nada.

De ahí también que la palabra 'democracia' signifique cosas distintas en función de su contexto: 'Para el intelectual medio francés, significa el reino del cliente de supermercado hundido en su sillón', denuncia Rancière, pero en Corea del Sur, donde hace 20 años existía una dictadura, la democracia 'se traduce en una serie de formas espectaculares de ocupación de la calle por la gente', recuerda.

'El poder del demos no es el poder de la población ni el de su mayoría, es más bien el poder de cualquiera', sostiene Kristin Ross. Y ese es el sentido más iluminador que rescatan aquí Nancy o Rancière: 'La democracia, entendida como el poder del pueblo, como el poder de aquellos que no tienen ninguna cualificación particular para ejercerlo, es la base misma sobre la que se asienta la política'.

El malentendido

¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia? Una examen mínimamente atento de esta pregunta muestra que quienes debaten hoy acerca de la democracia designan cosas distintas con esa palabra: o bien designan una forma de constitución del Estado, o bien una técnica de gobierno. Por tanto, el término designa tanto la forma de legitimación del poder como las modalidades de su ejercicio'. Giorgio Agamben.

¿Odiosa palabra?

'No alcanzaremos verdad alguna en el mundo en que vivimos si no dejamos a un lado la palabra ‘democracia', asumiendo el riesgo de no ser demócratas y exponiéndonos en consecuencia al peligro de ser mal vistos por ‘todo el mundo''. Alain Badiou

Concepto vacío

'Puede que la actual popularidad de la democracia no sea sino el resultado de la indeterminación, incluso la vacuidad, de su sentido y su práctica: como Barack Obama, es un significante vacío en el que cada uno de nosotros podemos dar cabida a nuestros sueños y esperanzas. O quizá el capitalismo, mellizo de la democracia moderna y siendo de ambos el más robusto y astuto, ha conseguido finalmente reducir la democracia a una mera ‘marca', última versión del fetichismo de la mercancía que separa la imagen del producto de su contenido'. Wendy Brown

El escándalo

'¿En qué sentido cabe decir que la democracia pueda resultar escandalosa? Precisamente en el sentido de que, para sobrevivir, debe llegar cada vez más lejos, transgredir permanentemente sus formas instituidas, zarandear el horizonte de lo universal, someter la igualdad a la prueba de la libertad'. Alain Bensaïd

Ciudadanos

'La democracia promueve y promete la libertad de la totalidad del ser humano en la igualdad de todos los seres humanos. En este sentido, la democracia moderna implica al hombre, de forma absoluta, ontológica, y no sólo al ‘ciudadano''. Jean-Luc Nancy

Igualdad

La democracia posee una función crítica: es una cuña de igualdad que encaja doblemente, objetiva y subjetivamente, en el cuerpo de la dominación'. Jacques rancière

Demos

'El poder del ‘demos' no es el poder de la población ni el de su mayoría, es más bien el poder de cualquiera. Todo el mundo tiene el mismo derecho a gobernar que a ser gobernado'. Kristin Ross

¿Estado de emergencia?

'La democracia queda subvertida como consecuencia del triunfo de su forma parlamentaria, ya que esta no sólo implica una reducción de la amplia mayoría a una condición pasiva, sino también al aumento de los privilegios del poder ejecutivo como consecuencia de la imperante lógica del estado de emergencia'. Slavoj Zizek 

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