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La última joya de Mario Pacheco

El desaparecido productor dejó listo ‘La Habana era una fiesta', disco de temas inéditos de mediados de siglo XX que refleja la relación musical entre Cuba y España

CARLOS FUENTES

Ha llevado dos años de trabajo paciente y su impulsor no ha llegado a tiempo para disfrutarlo. La Habana era una fiesta es el último tesoro encontrado por Mario Pacheco, el disco de despedida del productor musical más influyente de la última mitad de siglo en España. Un doble álbum que rescata grabaciones inéditas realizadas en Cuba durante los años cuarenta y cincuenta por artistas españoles como Conchita Piquer y músicos cubanos interpretando canción española. Testimonio añejo de una época en la que La Habana competía en nivel cultural con las capitales de América y Europa, medio siglo antes de Buena Vista Social Club.

'Estas grabaciones históricas no solo recuperan aquel momento esplendoroso de la radiofonía latinoamericana, sino que son un claro testimonio del continuo intercambio de influencias con el que se nutre la música popular', indica María Pacheco, hija del fundador de Nuevos Medios, fallecido en noviembre y cuyo relevo tomará el sello VampiSoul para comercializar La Habana era una fiesta. 'Es un proyecto tan curioso como interesante', añade Íñigo Pastor, presidente de VampiSoul, que destaca las dificultades técnicas que presentó el rescate de algunas grabaciones realizadas en placas de pizarra y bobina magnetofónica.

'Estas canciones antológicas han tenido la suerte de encontrarse con Mario Pacheco, que demostró ser un oasis entre la sequía de talento que caracteriza estos tiempos', reivindica el productor habanero René Espí, responsable del rescate de las canciones que en abril verán la luz en La Habana era una fiesta. 'Su calidad humana era indescriptible, incluso cuando luchaba contra la enfermedad sacó energías para impedir que estas grabaciones valiosas quedaran sepultadas en el rincón del olvido'.

Cuando La Habana era una fiesta, los españoles se apuntaron al baile. Y la transculturación resultante fue cosecha de un proceso elemental: después del desastre colonial de 1898, muchos españoles apostaron por permanecer en Cuba, donde siguieron desembarcando colectivos de emigrantes procedentes de Galicia, Asturias, Extremadura y Canarias. En 1950, del millón de habitantes de La Habana, 120.000 pertenecían a algún club de emigrantes españoles.

Y con estos hijos de la metrópoli crecieron sus usos y costumbres: manifestaciones culturales en formas de compañías tonadilleras, conjuntos de zarzuela y grupos de teatro costumbrista. De esta profunda huella española en Cuba se nutre el disco-libro La Habana era una fiesta, compuesto por 36 canciones interpretadas por figuras señeras del folclore de las dos orillas como Ernesto Lecuona, Celia Cruz, Omara Portuondo, Abelardo Barroso y la Orquesta Aragón por el lado cubano, junto a los artistas españoles Conchita Piquer, Lola Flores, Antonio Molina, Juan Legido y Los Chavales de España.

'Esta selección simboliza lo que es la cultura española en Cuba, una influencia que ha evolucionado junto a la compleja identidad cultural del cubano', explica René Espí. 'El intercambio entre Cuba y España se caracterizó por una mezcolanza de estilos y de formas de traducir la herencia sonora ibérica en la música popular cubana de los años cuarenta y cincuenta', abunda Espí, que pone un ejemplo emblemático. 'Celia Cruz comenzó cantando tango y canción española hasta que Isolina Carrillo, la compositora de Dos gardenias, encauzó su carrera hacia la guaracha y los sonidos afro por los que Celia pasó luego a la posteridad'.

En ese periodo, finales de los cuarenta, se localizan los inicios de la bolerista cubana más longeva, Omara Portuondo, que antes de convertirse en la musa del filin interpretó nuevos arreglos de Julio Gutiérrez para Andalucía influenciada por la presencia en los escenarios habaneros de artistas como Obdulia Breijo, Aquilino, Niño de Utrera o América Paz.

'Mario Pacheco, a quien nunca se le reconocerá lo debido en la cultura española, se entusiasmó con este proyecto porque compartimos una idea central: la música no es antigua o moderna, es música buena o música mala. Y la calidad es lo que hace que una cultura popular trascienda en el tiempo', subraya el productor cubano, que reserva para un segundo volumen la habanera Monte Carmelo, pieza interpretada en La Habana por la cantante guipuzcoana de zarzuela Pepita Embil, madre del tenor Plácido Domingo.

Grabada en 1944, la canción de Moreno Torroba conecta con otro factor clave para explicar el desarrollo de la cultura española en Cuba: la importancia de la radio. Con el auge de la iniciativa privada, antes de la revolución de los hermanos Castro, cada círculo de emigrantes españoles intentó disponer de una emisora desde la que difundir sus actividades sociales y recreativas.

Un empresario de origen peninsular, Laureano Suárez, destacó por su audacia al gestionar Radio Cadena Suaritos, donde la huella española fue una seña de identidad con la transmisión de galas de variedades, espectáculos teatrales y seriales en los que la música se interpretaba en directo. Y algunas sesiones se grababan para su edición comercial en discográficas como Panart y RCA Victor.

Protagonista de este auge radiofónico fue el Conjunto Casino, la banda que compitió en popularidad con el conjunto de Arsenio Rodríguez y la Sonora Matancera. Su líder era Roberto Espí, hijo de valenciano emigrante y cubana. 'Fueron punteros en los años 40, con swing progresivo e influencias de bebop, algo diferente de la onda afro de Arsenio y la música mulata de la Matancera', recuerda su hijo.

La hibridación hispano-cubana produjo piezas de riesgo, muchas de ellas con ritmo de cha cha chá. ¿Por qué? En los años cincuenta, la última década de presencia de músicos españoles en Cuba, se produce la eclosión de este estilo bailable, hijo del danzón de nuevo ritmo que desarrollaron el flautista Antonio Arcaño y, más tarde, el violinista Enrique Jorrín con el pianista Rubén González.

Por este motivo, la Orquesta Sensación de Rolando Valdés llevó a chá el chotis Madrid, la Orquesta Aragón reinventó Clavelitos, Tito Gómez puso a bailar Amapola y el gran Abelardo Barroso, el Caruso cubano, salpimentó La hija de Juan Simón. Otros nombres de referencia del abrazo hispano-cubano son Paulina Álvarez, que cantó el cuplé La violetera como guaguancó, rumba a la española que Papín y Sus Rumberos utilizaron en La bien pagá y María de la O.

Más clásico, el pianista Ernesto Lecuona fue líder seminal de la influencia española en Cuba. De él se rescata Zambra gitana, uno de los dos temas a piano junto a la adaptación en danzón de La verbena de la paloma por Antonio María Romeu. Algunas de estas piezas se registraron en los estudios de Radio Progreso, situados en el Centro Asturiano de La Habana.

Entre los artistas españoles que grabaron en la época dorada de la música en Cuba brilla Conchita Piquer con los pasodobles Ay, malvaloca, No me llames Dolores y las bulerías A la lima y el limón. También Antonio Molina, que canta la guajira Cuba no debe favores, y Trini Morén con la habanera El hijo de nadie.

Concluye con acento cubano la trayectoria influyente del principal productor de la canción contemporánea en España, Mario Pacheco, que en tres décadas de edición al frente de Nuevos Medios nucleó talento emergente, rescató leyendas olvidadas y ayudó a que el folclore español se sacudiera de encima complejos sociales y marginación política. Ya lo dijo Pacheco, el retratista de Camarón: 'Me gusta vivir en un país en el que puedes comprar una casette de La Niña de los Peines en cualquier gasolinera'.

Si hay dos cantantes que sintetizan la intensa relación entre España y Cuba son Lola Flores y Celia Cruz. Se conocieron en La Habana de los cincuenta, cuando la presencia de artistas españoles era habitual en escenarios y radios de Cuba. Dos personalidades volcánicas que tejieron puentes entre la música caribeña y el flamenco. Con los años, Celia Cruz y Lola Flores (en un triángulo de talento y temperamento que completó Olga Guillot) se hicieron amigas íntimas. De la cantaora decía Celia que fue su guía a la hora de introducir la salsa en teatros de las principales ciudades españolas. Y de la reina de la salsa quedó una huella profunda en la familia Flores, tanta que en 2002 fue Lolita quien se encargó de organizar una fiesta sorpresa en Madrid para que Celia Cruz y Pedro Knight celebraran el 40 aniversario de su matrimonio. En su autobiografía, Cruz rindió homenaje a ‘La Faraona': 'Ninguna de las dos olvidamos nunca nuestras raíces, por eso estábamos tan unidas'. 

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