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La Viena de Karl Kraus, capital de la urna y el orinal

Una antología y un ensayo sobre el satírico austriaco radiografían el esplendor cultural de la ciudad del Imperio Austrohúngaro a principios del siglo XX

BRAULIO GARCÍA JAÉN

'En una época en que Austria amenaza con sucumbir por aburrimiento agudo antes aun de la solución deseada por el bando radical, en un momento que ha traído turbulencias políticas y sociales de todo tipo a este país, ante una opinión pública que entre la intransigencia y la apatía encuentra un acomodo lleno de tópicos o sin idea alguna, el editor de esta revista, que hasta ahora ha permanecido apartado, realizando sus comentarios desde un lugar poco visible, decide lanzar un grito de combate'.

Con estas palabras, el periodista Karl Kraus se presentaba en Viena como el editor de Die Fackel e iniciaba el 1 de abril de 1899 una cabalgadura a lomos de un pequeño cuaderno rojo, que escribió en solitario a partir de 1912 y con el que atravesó la crisis de fin de siglo, la Primera Guerra Mundial, entreguerras y el encumbramiento del nazismo. Cuando lo abandonó (murió poco después de que lo atropellara una bicicleta en junio de 1936), había impreso 922 números y más de treinta mil páginas.

Kraus editó y escribió su revista en solitario durante casi 25 años

Una crónica monumental donde tomarle el pulso a una ciudad y un país, Austria, que vio nacer inolvidables nombres de una época gloriosa para la cultura: de Freud a Robert Musil, de Arnold Schönberg a Ludwig Wittgenstein, y bárbara para la civilización: Adolf Hitler. Acantilado publica ahora una antología de más de 500 páginas de esa revista, La Antorcha, traducidas por Adan Kovacsics, y un ensayo de Sandra Santana sobre el autor y su época: El laberinto de la palabra. Karl Kraus en la Viena de fin de siglo.

Karl Kraus fue un devorador de periódicos que, desde que fundó su revista, no aceptó colaborar en ninguno. También por eso es importante, según Santana: 'Porque supo apropiarse del medio impreso, gracias al abaratamiento de los costes, y pudo darle un nuevo uso'. Su crítica, apocalíptica y minuciosa, que buscaba en los errores las verdaderas explicaciones del estado de las cosas, sigue siendo pertinente, según Santana: 'Yo creo que la advertencia de Kraus, de que debe de ser siempre un ejercicio responsable, sigue siento muy pertinente', añade.

De aquella ciudad en crisis surgieron Freud, Musil y Wittgenstein

Una crítica que se enfocó durante los primeros años en la hipócrita cobertura que los periódicos hacían de los juicios contra la inmoralidad de la prostitución o el adulterio (siempre que el adúltero fuera mujer, claro). 'Los textos de la revista cuestionan el modelo tradicional del rol de la mujer, defienden a las prostitutas y a los homosexuales' y plantean 'nuevas formas de ser hombre y mujer', recuerda Josep Casals, autor de Afinidades Vienesas (Anagrama).

Pero, a medida que fue profundizando en esa crítica, separando a machete la 'función social del periodismo', como mensajero de los hechos, de los adornos pretendidamente literarios, libró una lucha obsesiva contra la 'vergüenza omnicomprensiva de la cultura', que es lo que él veía detrás del mejunje de la crudeza de lo real y los coloreados suplementos dominicales.

Junto al derrumbe del Imperio Austrohúngaro bajo las bombas de la Primera Guerra Mundial, a esa época debemos otras dos grandes crisis de las que no parece que hayamos salido todavía, y que ocupan muchas de estas páginas. La crisis lingüística, de la que acabará surgiendo la desconfianza hacia los grandes relatos de la política, la estética y la moral, y la crisis del sujeto clásico, racional, cartesiano, dinamitado por los descubrimientos del psicoanálisis freudiano. 'Los vieneses no sabían que eran tan importantes', escribió el catedrático José María Valverde, en el prólogo al libro de Josep Casals.

Die fackel' defendió la libertad sexual de las mujeres y los gays

Nada más lejos, sin embargo, que la obra de Kraus y de los mejores de sus contemporáneos, de esa interpretación que ha querido ver en ellos los orígenes de la posmodernidad. 'La corriente posmoderna se distingue por la indiferenciación, por el todo vale, incluso por un cierto absentismo ético, mientras que Viena era un mundo muy polarizado, precisamente por cuestiones éticas', resume Casals. 'Sí es paradójico que se les cite a ellos, cuando en verdad son los representantes de la modernidad contra la que la posmodernidad se levanta', explica Santana.

Por si acaso, el mismo Kraus dejó escrita su defensa por adelantado. La suya y la del arquitecto y diseñador Adolf Loos, defensor de una arquitectura sin adornos, funcional y de belleza destilada, con el que coincidió a menudo: 'Adolf Loos y yo, él literalmente y yo lingüísticamente, no hemos hecho otra cosa sino mostrar que entre una urna y un orinal existe una diferencia, y que es en esta diferencia donde la cultura tiene su espacio'.

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