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Vetusta Morla vuela hacia la cima del rock de estadio

Regresa el grupo que dinamitó la escena musical española convirtiéndose en superventas desde la autoedición

JESÚS MIGUEL MARCOS

Los seis integrantes de Vetusta Morla llevan un año desaparecidos. Tras marcar un hito en la música española con Un día en el mundo, álbum autoeditado en 2008 que se convirtió en superventas, en 2010 el grupo se escondió. Volvieron al local de ensayo y, tocando cada día, compusieron las canciones de su segundo disco, Mapas, que ayer estrenaron en su web.

Sorprende que el grupo no se haya dejado tentar por la industria y haya decidido seguir trabajando desde su propio sello. Vetusta Morla apuesta por la filosofía que le llevó a vender más de 35.000 discos: que su música circule por internet. 'Que pertenezca a otros, que la juzguen, que la ensanchen, que la muevan de acá para allá', dicen ellos.

Mapas es un disco continuista: rock grandilocuente, limado por melodías contagiosas y un sonido almidonado que se trenza con letras abstractas. Guiados por el Ok Computer de Radiohead y los Coldplay más intensos, Vetusta Morla se postulan a capitanear el rock de estadio en suelo español. Así suena Mapas, canción a canción.

Un piano mortecino y brumoso, una caja de ritmos semiapagada, una guitarra gélida... Vetusta Morla regresan pequeños y tímidos. La canción va creciendo hasta convertirse en un gran crescendo. La letra parece hablar de una reconstrucción personal: 'Mi colección de medallas y arañazos...'.

La mejor canción del disco (será el primer videoclip). Bajo el influjo de Radiohead con bajos en primer plano. Manejan bien la mezcla entre estrofa oscura y lineal y estribillos coloreados con melodías.

Fue la canción de adelanto que dieron a conocer hace unas semanas. Sonido limpio, amplio y ambicioso, pero un tema bastante simple, algo engordado artificialmente con distorsión y efectos de voz.

Primera balada del álbum, con letras laberínticas ('Como un funambulista imbatible, dibujo en braille los pasos del siguiente mortal') y una combinación que es el secreto de su éxito: intensidad almidonada, melodías contagiosas y épica emotiva. Para corear en los conciertos.

Muros de guitarras como andamiaje y coros épicos que recuerdan a Coldplay sin salirse de los patrones clásicos. Suman más puntos en emoción que en imaginación.

Uno de los cortes más hipnóticos del álbum, sostenido por unas percusiones tribales y la punzante voz de Pucho, siempre en primer plano.

La rareza del disco llega en forma de canción popular latinoamericana pasada por el filtro sonoro de Vetusta Morla. Un poco más desaliñada y cruda y la podría cantar Andrés Calamaro. Graciosa.

Un medio tiempo sin experimentos y muy en la línea de su primer disco. Las letras no se dejan atrapar a la primera: demasiado etéreas y sin referentes a los que agarrarse. Mejor sumergirse.

'Una canción se puede concebir como un mapa, que es una reducción de la realidad', explicaba ayer el grupo en Radio 3. De las más intensas y musculosas del disco, preparada para explotar en un estadio.

Balada a piano, con capas de ruido de fondo y otra serie de arreglos límpidos. Parece que habla de la composición de canciones. Delicada, épica y tierna.

Recuperan la contundencia con ritmos potentes y distorsiones gruesas. Aunque se echan de menos más ángulos, el disco parece lo suficientemente contagioso como para saciar a sus fans.

Un largo inicio instrumental abre este medio tiempo que cierra el álbum de forma tan contenida como se inició. Los seguidores menos acérrimos quizás no lleguen a ella.

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