Público
Público

Lois Pereiro, el poeta del amor y de la enfermedad

Libros del Silencio publica en español el descarnado testamento vital que elevó a este dandi libertario con aura de maldito a la cumbre de la poesía estatal

HENRIQUE MARIÑO

Primero fue la porfiada campanada de la muerte y, después, el arrebato creativo frente a la inminencia. Cuando Lois Pereiro supo que alojaba el veneno, apuró la pluma para facturar Poesía última de amor e enfermidade, un descarnado testamento vital considerado por La Esfera como el mejor libro del género en 1996.

El poeta lucense, al igual que Raymond Carver, había pedido un año más de existencia, consciente de que su organismo no daba más de sí: la colza, la heroína y, como un fantasma voraz a la rapiña de los restos del naufragio, el sida.

'Saber que uno está cerca de la muerte / y el cuerpo es un paisaje de batalla: / una carnicería en el cerebro', escribió en su segundo y último poemario publicado en vida, cuya traducción al español será editada a mediados de enero por Libros del Silencio.

Doce rounds de 'combate en permanente vigilia entre eros y tánatos', en palabras de Manuel Rivas, frente a la década que le había llevado armar Poemas 1981-1991, la reveladora excusa de Paco Macías para lanzar en Edicións Positivas la colección Di-versos y contar, desde el primer ejemplar vendido, con un long-seller en su catálogo.

Dos obras que, pese a no trascender editorialmente las fronteras de su tierra, fueron sumando adeptos hasta que, agotadas sus tiradas, se convirtieron en objeto de culto por parte de las generaciones venideras. 'Era muy conocido, pero no reconocido', matiza su hermano, Xosé Manuel, periodista y exlíder de la banda de rock Radio Océano, para la que Lois compuso letras.

Pereiro, homenajeado en el Día das Letras Galegas y objeto durante 2010 de un rosario de recitales, biografías, estudios, reediciones, discos o documentales, nació a finales de los cincuenta en Monforte, una villa con abolengo del interior de Lugo afectada por la reconversión ferroviaria. Allí, en la cafetería Sésamo, una célula de la modernidad local, rumió las tardes del tardofranquismo y debatió con los suyos sobre cine expresionista, literatura centroeuropea o música anglosajona, de Lou Reed a David Bowie, cuyos álbumes llegaban en las maletas de los que viajaban a Londres.

Él lo hizo a la patria de sus autores de cabecera (Thomas, Stein, Celan, Bernhard) e, instalado en Madrid para estudiar idiomas, visitó desde su butaca de la Filmoteca los escenarios de filmes que se sabía de memoria sin haberlos visto antes. Loia, un fanzine fundado por Rivas y su hermano en la capital, albergó sus primeros poemas, que terminarían empapados por el poso de la adversidad: Pereiro contrae el síndrome tóxico y retorna para tratarse de la enfermedad a Galicia, donde entronca con el grupo poético De amor e desamor. Sin embargo, rehúye los cenáculos literarios y sólo realiza, cuando apenas le quedan fuerzas y vislumbra su final, tres presentaciones de su obra. Tras una larga estancia en el hospital, 'una especie de resurrección', confesó entonces, supo que 'tendría que escribir lo que antes había callado'.

 

El resultado fue una 'evolución literaria en espiral', donde 'cada vuelta supera a la anterior, sin romper con ella y siempre avanzando', afirmó Pere Gimferrer en un congreso en torno a su figura organizado en diciembre por la Real Academia Galega en Santiago. 'En la segunda mitad del siglo XX, en las literaturas ibéricas no hay un poeta semejante y en la europea, tampoco', según el autor catalán, que destacó su control de la materia poética, 'mucho mayor que el de escritores similares, como Leopoldo María Panero'.

'La pena es no saber adónde podría haber llegado', añade su hermano, consciente del vacío que cavó a los 38 años. 'Aunque, más que dejar un hueco, lo llenó: el de la poesía pura y, al tiempo, comprometida con la vida'. Una reflexión con la que sacude su imagen de maldito, pues Pereiro no escogió la enfermedad sino que se la brindó un butanero que vendía aceite adulterado a los estudiantes de un piso de la Avenida de Extremadura. 'Solitario, enfermo y fatigado -sentenció el vate- la muerte se anticipó y llegó antes'.

'Pereiro representa un universo atacado violentamente por la droga', se lamenta Xosé Luís Méndez Ferrín, presidente de la Real Academia Galega. 'Él se hizo cargo sin querer de esa inmensa responsabilidad e hizo poesía sobre la base del horror, el sufrimiento y la muerte. Lo que es absolutamente anómalo es que se rinda homenaje a un autor que debería estar vivo, para poder concederle él mismo como académico el Día das Letras sabe dios a quién', concluye Ferrín, quien considera que por encima de todo 'fue un gran poeta'.

El legado de este libertario con aura de sufrido dandi de entreguerras es 'una poesía existencialista y romántica que destaca por el empleo de la lengua', según su traductor, Daniel Salgado, quien sostiene que 'su frialdad de bisturí le ayuda a tratar con un material y unos ambientes altamente sensibles sin caer en sentimentalismos ni barroquismos'.

Versos sin red a los que habría que sumar el emotivo epistolario al amor de su vida, Conversa ultramarina, la novela inacabada Náufragos do paradiso y el panfleto Modesta proposición, un texto político de denuncia vigorosamente contemporáneo. 'Y eso que fue escrito en la época del enriqueceos -opina Xosé Manuel- cuando no había un 15-M, los progres iban a catas de vinos y la única resistencia era ideológica'.

- Más información: Maldito Pereiro + El poeta punk hecho clásico

- Entrevista a Manuel Rivas: 'Mojaba su pluma en sangre'

¿Te ha resultado interesante esta noticia?