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Haneke llega con la lluvia

El director austriaco triunfa con 'Amour', turbadora reflexión sobre el envejecimiento y el miedo a la muerte

ÁLEX VICENTE

Michael Haneke llega con la lluvia. Cannes quedó envuelto ayer en una meteorología apocalíptica, que provocó destrozos en una de las salas de proyección y aguó la fiesta oficial del 65º aniversario. Los fuegos artificiales previstos para la ocasión quedaron suspendidos y la cena de gala -a la que acudieron 600 invitados, entre ellos Roman Polanski, Ken Loach, Nanni Moretti, los hermanos Dardenne o Jean Dujardin, así como la nueva ministra francesa de Cultura, Aurélie Filippetti- tuvo al diluvio universal como banda sonora. El cambio meteorológico fue tan abrupto que costaba no echarle la culpa de todo a Michael Haneke, que ayer presentó su nueva película en Cannes.

Como es habitual en su filmografía, el resultado no inspira necesariamente alegría de vivir, pero sí que supone un gran momento de cine, de rigor, de inteligencia, de trascendencia y también de emoción. Amour es el retrato de una pareja enfrentada a la decrepitud que provoca la proximidad de la muerte. Ella, profesora de piano a quien interpreta Emmanuelle Riva (la mítica protagonista de Hiroshima mon amour) queda paralizada de medio cuerpo. Y él, un inmenso Jean-Louis Trintignant, que regresa al cine catorce años después de Los que me aman cogerán el tren, decide cuidarla con total dedicación como prueba del amor al que se refiere el título.

El resultado es completamente turbador. La elocuencia y la sofisticación de los protagonistas, su comprensión y su respeto mutuo, su apego recíproco no servirán para nada ante la irrupción de la enfermedad y del dolor, que obligan al matrimonio a aislarse en su apartamento burgués. Tampoco valdrá de mucho la preocupación intermitente de una hija ausente, a quien interpreta la musa del director, Isabelle Huppert, en una interpretación breve pero intensa. La secuencia en la que relata a su madre sus preocupaciones inmobiliarias, antes de darse cuenta de que ha perdido el habla y hasta la cordura, figura desde ya entre los instantes más memorables de la filmografía del cineasta, como una especie de reverso del memorable enfrentamiento en La pianista entre Huppert y otra de sus madres de ficción, Annie Girardot. Haneke introduce en Amour algunas novedades en su estilo sin concesiones, como breves momentos de ternura, alternados con la brutalidad a la que empujan las circunstancias, pero también con instantes en la frontera con el ensueño. El director ya tiene una Palma de Oro por La cinta blanca, pero no parece nada descabellado que consiga otra en esta edición. Por lo menos, Amour merece el premio con creces.

Pero no todo fue calidad en la programación de ayer. Una de las películas que había generado más curiosidad era Antiviral, el debut en la dirección de Brandon Cronenberg, hijo del director canadiense, presentado en la sección paralela Un Certain Regard. Visto el resultado, su inclusión en el programa parece incitada por razones estrictamente familiares. La película, que por momentos se aparenta a una burda parodia de las cintas de los años ochenta de su progenitor, supone una infructuosa y torpe reflexión sobre la fascinación por la fama, planteando un futuro distópico donde existen clínicas especializadas en la transmisión de virus pertenecientes a celebridades y otras glorias, que sus fans compran a precio de oro. Marcada por un constante sensacionalismo, repleta de metáforas de parvulario, mal escrita y peor realizada, la cinta es un irritante sinsentido al que cuesta muchos esfuerzos encontrarle alguna virtud.

Tampoco generó un inmenso entusiasmo Lawless, esperado regreso a la dirección del australiano John Hillcoat, responsable de una interesante adaptación de la obra magna de Cormac McCarthy, La carretera. Su nueva película transcurre en un mundo que seguramente no disgustaría al escritor estadounidense. La película, producida por el todopoderoso Harvey Weinstein, se sitúa a medio camino entre el western y la película de gángsters. Lawless cuenta la historia real de los hermanos Bondurant, fabricantes de alcohol que se enfrentaron a los intereses de las mafias de Chicago. Su proyección se saldó con un tibio aplauso, tal vez porque el resultado no logra superar la simple corrección y se resiente de una falta de profundidad narrativa y de un clasicismo no necesariamente bien entendido. Lo que podría explicar el rostro compungido de su guionista, el músico australiano Nick Cave, en la fiesta de presentación de la película en Baoli Beach, una de las playas privadas de la Croisette. Por ella también pasaron las estrellas del film, como Shia LaBoeuf, Tom Hardy, Mia Wasikovska, así como Jessica Chastain, que logra iluminar la pantalla en cada una de sus apariciones, pese al poco lucimiento que, en principio, parecía permitirle su estereotipado personaje. Como siempre, la actriz sale triunfadora del reto. Tal vez para celebrarlo, cuentan que se la vio bailando con amigos en la fiesta de la película hasta altas horas de la madrugada.

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