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Un catalán entre 'pacos'

'Cuatro gotas de sangre' rescata el diario de campaña de Prous i Vila en Marruecos

BRAULIO GARCÍA JAÉN

Tras el Desastre de Annualen el verano de 1921, el Ejército español movilizó a miles de jóvenes que desembarcaron en Marruecos con el objetivo de restaurar el maltrecho honor nacional: las tropas de Abd el Krim, mucho menos numerosas y peor armadas, habían asestado un golpe brutal a la potencia colonizadora. El país que había inventado la guerra de guerrillas contra la ocupación francesa a principios del siglo XIX recibía, algo más de un siglo después, su propia medicina.

El nombre de pacos con que se bautizó a los francotiradores rifeños, lejos de reflejar ninguna familiaridad, revela el desconcierto frente a un enemigo disperso, esquivo y menor, y por eso mismo tan temible. El periodista y hermano del filósofo, Eduardo Ortega y Gasset, trazó su etimología: el 'pa' del disparo del fusil saltaba desde algún barranco rifeño y lo único seguro que sucedía luego era el sonido de un 'co', como un eco en dos tiempos. Los españoles eran el blanco fácil de un enemigo invisible para ellos.

Josep Maria Prous i Vila (Reus, 1899; Perpiñán, Francia, 1978) fue uno de esos miles de jóvenes movilizados. Desembarcó en Melilla poco después del Desastre. Cuatro gotas de sangre. Diario de un catalán en Marruecos, que Barril y Barral editará por primera vez en castellano, compone a partir de las notas, artículos enviados a periódicos catalanes y cartas escritas durante el año y medio que estuvo en campaña, la crónica desprendida de quien va a una guerra que no va con él. 'El rey... ¿Qué debe de estar haciendo ahora el rey?, ¿qué pensará de todo esto? Debe de estar de cacería, de veraneo, [...] en San Sebastián o en Biarritz o en Niza... ¿Qué son 20.000 muertos para él? ¿Qué serían los 100.000 más que puedan caer?', se pregunta en mitad del libro.

La mayor parte de su testimonio, publicado por primera vez a finales de 1935, está escrito a ras de suelo, con un cierto sarcasmo crudo: 'El café se nos ha derramado en el plato, sobre el que se entrevén unas motas en las que, a pesar de que aún está oscuro, reconocemos moscas que deben de haber ido a parar a la caldera revueltas con el azúcar', escribe.

El autor destila un escepticismo parecido al que se le supone mantenía el recluta con el campo de batalla. 'Los moros se confunden con las piedras: nadie los ve hasta que los tiene encima. Yo, en realidad, no quisiera matar a ninguno, pero tampoco me gustaría que me mataran ellos a mí. Eso pienso mientras sigo disparando: es irremediable', se lee.

La militancia catalanista de Prous i Vila aporta además una perspectiva interesante: la de aquellos que luchaban bajo un ejército que no sentían como propio. 'A menudo hablan [aquí] de la triple alianza que proyectan vascos, gallegos y catalanes allí, en la península. Esto, para los que estamos aquí, parece ya un hecho'.

Un catalanismo, sin embargo, 'mezclado con un iberismo muy del momento', como explica Ignacio Martínez de Pisón en el prólogo, donde también deja entrever lo mucho que ha tenido que ver en el rescate de esta obra. 'Sólo había derramado cuatro gotas de sangre en aquella guerra ingrata librada por mor de una patria aún más ingrata', escribe Prous i Vila al despedirse.

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