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Un mundo que deporta a niños

‘Un hogar en el mundo’, de Andreas Koefoed, denuncia la desidia de los gobiernos europeos y revela, desde la historia de cinco niños refugiados en un colegio de la Cruz Roja en Dinamarca, la necesidad de escolarizar y proteger a los millones de pequeños que huyen de la guerra

Magomed, en 'Un hogar en el mundo'

MADRID.- La mitad de los refugiados en el mundo son niños (50 millones). Unos huyen solos. Aterrorizados. Los hay que mueren en el camino. Muchos desaparecen en manos de las mafias, que les prostituyen o les venden, y nadie se da cuenta de su ausencia –o nadie la denuncia- hasta que se desmantelan los campos en las fronteras. Otros acompañan a familiares con serios traumas, incluso con problemas mentales. Algunos, no demasiados, llegan a algún país europeo, donde se topan con un rechazo social feroz y una violencia cruel. A estos niños está dedicada la película del director danés Andreas Koefoed, Un hogar en el mundo, triunfadora en la pasada edición de IDFA, la cita del año del documental internacional.

Magomed, once años, huyó de Chechenia con su familia. Es uno de los 120 niños refugiados que iban al colegio de la Cruz Roja en Lynge, Dinamarca. Allí aprendían danés y recibían cuidados mientras se revisaban sus casos de asilo. “Unos obtienen la residencia, otros pasan a escuelas danesas a otros los deportan”. Poco después de que se terminara el rodaje de esta película (El Documental del Mes), todos los profesores de esta escuela fueron despedidos por los recortes del Servicio de Inmigración Danés. Tras una reestructuración dieron otra vez trabajo a algunos de ellos en otros centros, pero el vacío que ha quedado para los niños refugiados es incomprensible, inhumano.

Aunque la película se centre en este colegio, sería imperdonable no mencionar casos como el de la isla de Quíos, en la que los padres de los alumnos de allí convocaron un referéndum para intentar expulsar a los pequeños que huían de sus países en guerra o el del pueblo de Volvi, cerca de Salónica, donde los vecinos cerraron con candados las puertas del colegio y dejaron en casa a sus hijos para evitar que se mezclaran con los refugiados.

"¿Qué te hicieron los rusos cuando te capturaron?"

“A Magomed le cuesta mucho adaptarse a los sitios nuevos, tiene miedo desde que los rusos entraron en nuestra casa a la fuerza”, explica el padre del pequeño a Dorte, una de las profesoras del centro, una mujer maravillosa en su trabajo con los niños. “Están a punto de deportarme –continúa esta hombre-, he enseñado mis papeles a las autoridades, demuestran que fui torturado y que estoy perseguido… Las autoridades danesas me dicen que no corro peligro”.

La situación de su padre y el terror que vive desde entonces han encerrado a Magomed en un silencio anormal e insano para su edad. Tímido, siempre callado, atento a los juegos de sus compañeros, pero sin aproximarse a ellos, vive en una constante ansiedad. A medida que avanza la película se ve la evolución del pequeño, que por fin consigue su residencia y está preparado para ir junto a su hermana a un colegio público danés. A su padre le han denegado el asilo.

-¿Qué te hicieron los rusos cuando te capturaron en Chechenia?
-Me capturaron y dijeron que llevaba explosivos en el coche. Como lo negué, me pegaron con un rifle. Me pusieron una máscara, me enrollaron dos dedos con cable y me dieron una descarga eléctrica. Me dijeron: ¡Habla! Me dieron descargas hasta dejarme inconsciente y siguieron en cuanto recobré el conocimiento. Después de que me torturaran volví con mi familia y no me reconocieron. Iba lleno de cardenales, tenía las costillas rotas y casi negras.
-¿Qué pasaría si tú volvieras allí y nosotros nos quedáramos aquí?
-Me pegarían un tiro o me meterían en la cárcel 15 años como mínimo. Prefiero que me peguen un tiro a pasar 15 años en la cárcel.

'Un hogar en el mundo'

'Un hogar en el mundo'

Pesadillas todas las noches

Como con Magomed, en la película se sigue el avance de otros niños. Ahí están Sehmuz, que huyó de Siria con su familia; Alí, que consiguió salir de Afganistán con sus padres; Heda, que escapó de Chechenia; Amel, que huyó que Bosnia con su madre y con su hermano… Todos viven un desasosiego incesante, cuando llegan no saben si les deportaran y tendrán que volver al horror.

Alí viajó a Irán, “luego a Turquía y después no recuerdo. Luego Italia, Francia y después a Dinamarca. De Dinamarca a Noruega y luego volvimos. Mi hermana y mi padre cayeron al agua, a dos kilómetros de la costa. Un hombre salvó a mi hermana y mi padre pudo volver a la barca”. Tiene pesadillas todas las noches, sus padres sufren desde que huyeron graves problemas mentales.

Heda fue enviada de regreso con su familia a Chechenia. Huyeron de nuevo y volvieron a Dinamarca, donde otra vez han solicitado asilo. La madre de Amed también tiene serios problemas psiquiátricos. Sehmuz, felizmente, sigue en Dinamarca y estudia en un colegio público. Todos ellos son los protagonistas de esta película que revela la necesidad de escolarizar y ayudar a estos pequeños, acosados por recuerdos espeluznantes de guerra y muerte y a los que los gobiernos europeos cada vez desprecian más.

Un hogar en el mundo no se detiene en consideraciones éticas, ni siquiera sentimentales, la propia vivencia de estos niños es más que suficiente para que el espectador se acerque a su realidad. En un mundo generoso, justo, no haría falta más. En éste, un mundo que deporta a niños, hay que intentar cualquier estrategia. Y la que Save the Children lanzó ya hace años –“¿y si fueran nuestros hijos?”– funciona perfectamente con esta película.

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