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Antònia Font, una alegría en la huerta

JESÚS MIGUEL MARCOS

Parece que algo está pasando con Antònia Font, el grupo de pop mallorquín. Las circunstancias se les han puesto de cara y su nombre te lo encuentras por todas partes: en columnas de opinión, en programaciones de lujosos teatros, en listas de premiados e incluso en las secciones de Cartas al director de los periódicos, espacios donde la cultura en general, y la música en particular, aparecen de pascuas a ramos. Que se hable tanto de Antònia Font es para emocionarse.

Emocionarse porque han abierto brecha desde la independencia, es decir, sin el apoyo del paquidérmico aparato promocional de las cuatro grandes multinacionales. Y emocionarse, sobre todo, porque lleguen al público canciones que comuniquen algo un poco más sustancioso que "la madre de José me está volviendo loco".

No es malo el pop adolescente. Lo malo es cuando todo en todas partes -mayormente la radio y la tele- es pop adolescente. Existe una preocupante tendencia en la actualidad: lo que más vende son productos para niños.

El siguiente paso es terrorífico: los adultos terminan consumiendo los productos para niños, probablemente porque es lo más visible. Eso ha ocurrido, por ejemplo, con El niño del pijama de rayas, un libro juvenil del irlandés John Boyne que en España se dirige directamente a un público adulto. Casos paranormales como el de Antònia Font son un auténtico oasis en el desierto, en definitiva, la alegría de la huerta (yerma).

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