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Aerobic para las masas en la plaza de la estación central

ANDREA RODES

Al menos dos días a la semana, He se cambia la falda por unas mallas y se dirige al parque que hay junto a la estación de Beixin Qiao, en el centro de Pekín. Intenta llegar siempre un poco antes de las siete de la tarde, hora que empieza la clase de danza que desde hace un año dirige la señora Guan junto a sus dos hijas, vecinas del mismo barrio. Reunirse en la calle para bailar es una práctica muy extendida entre las pekinesas, especialmente jubiladas y amas de casa con ganas de hacer ejercicio, y sin recursos suficientes para pagar un gimnasio.

'Se trata de una buena manera de mantenerse en forma y, además, es gratis', comenta He, una cuarentona rechoncha. En esta ocasión, ha venido acompañada de su sobrina de 15 años, que se defiende un poco mejor que ella, pero no puede evitar la cara de aburrimiento. Se han colocado en un rincón del parque, bajo un árbol, apartadas de la multitud. 'Aquí estamos más fresquitas', añade. En el centro de la plaza, un centenar de mujeres, ordenadas en filas de una rectitud impecable, se esfuerzan por seguir los pasos que la señora Guan marca desde el frente. 'Cada semana introduce una nueva coreografía', grita He.

Al caer la tarde, los rincones más inesperados de Pekín se convierten en escenario de clases de baile para mujeres

'Mis hijas se ocupan de buscar canciones nuevas por internet. ¡Ya ves que ponemos una música mucho mejor que en otras zonas de baile de Pekín!', exclama Guan, orgullosa. Para identificarse como monitora, luce una camiseta fucsia y unas mallas negras, que resaltan un cuerpo delgado y asombrosamente elástico para tener 57 años.

Cuando cae la tarde, los rincones más inesperados de Pekín se convierten en escenario de clases de baile para centenares de mujeres y jubiladas con ganas de llevar una vida sana. Algunas, como las llamadas 'abuelas Hip Hop', han conseguido hacerse famosas y ser invitadas a diversos programas de televisión. Sin embargo, la mayoría se lo toma con calma y en verano, lo más frecuente es ver a las pekinesas bailar con la ropa de calle.

Las clases suelen ser organizadas por voluntarias del barrio, que sólo piden una pequeña contribución para el mantenimiento del equipo de música. Sus hijas se encargaron de pagar los 700 yuanes (unos 82 euros) que costó el estéreo y cada semana ayudan a su madre a descubrir nuevas coreografías en la red. 'Saben que adoro hacer esto', dice Guan. 'A no ser que llueva, estamos aquí cada día del año', añade la profesora, antes de regresar al frente del grupo. La mayoría son alumnas asiduas y se han aprendido de memoria los bailes, una mezcla de pasos de aerobic, salsa y danzas tradicionales de abanicos, que repiten una y otra vez, a medida que giran.

'Todo es cuestión de memorizar unos movimientos básicos, pero yo soy incapaz. Quizás porque no tengo ritmo, o porque me perdí las primeras lecciones', comenta una mujer. Están pintadas en amarillo y azul claro, y hay de diversos tipos: desde una bicicleta estática, a tablas de estiramiento, anillas y ruletas para hacer ejercicios de brazos. Estos aparatos de gimnasia públicos están repartidos por toda la ciudad y forman parte de una campaña del Gobierno chino para fomentar el ejercicio físico entre la población.

Los sábados por la tarde, las máquinas de ejercicio de Beixin qiao se llenan de abuelos y papás al cuidado de los más pequeños mientras las mujeres bailan. En el parterre adjunto, plagado de matorrales y de mosquitos, unos niños juegan al fútbol, emulando a sus equipos favoritos del Mundial.

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