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La pluma ardiente de mademoiselle S.

Un libro reúne una selección de las cartas eróticas que encontró en un desván el diplomático Jean-Yves Berthault, una lasciva y sugerente relación epistolar 

Lujuria y erotismo en 'La pasión de Mademoiselle S.'

JUAN LOSA

Difícil discernir si estamos ante un cuadro clínico de neurosis obsesiva o si se trata de una magnífica y trágica historia de amor en el París de los veinte. La pasión de Mademoiselle S. (Seix Barral), que edita y comenta el diplomático francés Jean-Yves Berthault, deja por momentos espacio a la duda. Por un lado tenemos un excepcional relato de una lujuria desenfrenada contada a través de unas doscientas cartas que el mismo Berthault encontró en un altillo parisino mientras ayudaba a una amiga en una mudanza. Por otro, la paranoia obsesiva de esa misma mujer plasmada en una lasciva relación epistolar con su amante, Charles, del que apenas sabemos que es más joven y está casado.

Grosso modo, lo que ocurre es que la señora Simone, parisina de clase alta para más señas, está caliente. Pero no caliente en plan esta noche no me importaría tener un affaire, no, caliente nivel en celo. Para muestra un botón:

“Habré sentido tu cálido aliento en mi botoncito en celo, y en tu boca habrás recogido el torrente de jugo que habrá brotado con tu beso”


Y por si hubiera alguna duda de lo que la señora Simone se trae entre manos:

“Quiero besar apasionadamente toda tu carne turbadora, tomar entre mis labios tu polla trémula y hacer brotar con mis caricias lo mejor de ti”


No todo es lujuria en estas misivas, mejor dicho, no todo está expresado en clave lujuriosa. También hay fragmentos —pocos, no se engañen— algo más implícitos, incluso líricos según se mire.

“Tu cuerpo pesa sobre mi cuerpo, sólo somos uno, nos abrazamos. Y, durante largos minutos, lamemos mutuamente nuestras carnes hasta el delirio, y el goce ardiente y doloroso nos mantiene jadeantes”


Pero es la excepción, la torridez con que miss Simone empalabra no tiene límites, y si me apuran tampoco parangón en aquella época, autores franceses que abordaron lo erótico-festivo de una forma más o menos desinhibida como Genet o Gide, daban por aquel entonces sus primeros pasos. Ajena a los tabúes y corsés de la época, con quizá los escritos del Marqués de Sade y Apollinaire en la retina, Simone escribe arrebatada por una suerte de libidinoso ímpetu literario que llega, sin rubor que valga, a la pornografía.

Un hallazgo único

Ed. Seix Barral

“Tuve la extraña sensación de que ahí, al alcance de la mano, tenía una aventura extraordinaria, de que estaba ocurriendo algo importante”, explica el diplomático. “Leí primero una, y luego otra y otra, hasta descubrir por fin toda una correspondencia, de amor aparentemente, con un lenguaje más que atrevido, un lenguaje de una increíble audacia erótica”.

Sin dudarlo, Berthault compró a su amiga la colección de misivas y se puso manos a la obra para darle un sentido cronológico. “Aunque eran muy numerosas, me he limitado a escoger una parte para ofrecérsela a los lectores (algo más de un tercio), y por discreción he cambiado los nombres de los protagonistas y de los lugares mencionados”.

El resultado, más allá de la voluptuosidad del relato, es también un testimonio de época, húmedo y jadeante, pero testimonio a fin de cuentas. Los felices años veinte, su audacia y arrojo, la bisoñez libertina de aquellos años, se confabulan en esta historia. Simone y Charles, Charles y Simone. Como la década que acunó su pasión, aquello no podía durar y así fue. Tras dos años retozando junto a Simone, Charles tuvo a bien poner punto y final a la relación. El deseo de Simone se tornó dolorosa afectación y, como si de un mal augurio se tratara, el sueño sucumbió a la herida.

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