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El último retratista

P.H.R.

Aprende el oficio en la Costa Brava, una vez deja las tareas de mecánico del teleférico de Panticosa. Virxilio Vieitez empezó a fotografiar a los turistas que se acercaban por el mar Mediterráneo con una Kodak, les tomaba nota de su dirección en Suecia, EEUU o Alemania y les mandaba la foto por la que habían pagado. Pero no duró mucho, apenas cinco años, hasta que su madre enferma y vuelve a la aldea de la que nunca más se movería.

Casi 50 años retratando por encargo a los vecinos para las fotos del DNI, el libro de familia, el pasaporte... Vieitez fue un fotógrafo con maneras de artista. Peinó la Terra de Montes, en Pontevedra, un lugar recóndito que se vació a mediados del siglo XX por falta de oportunidades.

La hija de Vieitez, Keta, le recuerda en su último encargo. Ella tenía una boda y una comunión el mismo día. Le pidió que se quedara con la comunión mientras ella fotografiaba a los novios. Aceptó y volvió del trabajo harto de que el personal no parase quieto: 'Si tuviera que ser fotógrafo en estos tiempos no podría, la gente no atiende', cuenta entre risas su hija.

Según se cuenta, daba órdenes a sus modelos con una firmeza que no admitía discusión y con una lucidez que garantizaba el resultado. 'Yo estudiaba la papeleta y cuando apretaba el disparador eso era el tiro seguro', decía Vieitez. Era un profesional infalible, ahora ha venido para quedarse en la historia de la fotografía española como una referencia incuestionable. Una exposición no vive sólo del arte.

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