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La sátira del banquero que apostó nuestros ahorros en el casino

El novelista británico Justin Cartwright hace una crítica de la crisis financiera en 'El dinero de los demás'

 

CARLOS PRIETO

Atención, pregunta inquietante. ¿Sueñan los banqueros con ponis cuando no les cuadran los números del banco? Probablemente nunca lo sabremos, aunque al novelista británico Justin Cartwright (1945) no le sobra un solo gramo de guasa a la hora de apostar por lo que piensan los banqueros en sus noches más difíciles. En efecto: caballitos de crines doradas. 'Cuando está preocupado, vuelve a soñar con su poni. Durante el instituto solía escribirle cartas semanales, angustiadas, a su madre preguntándole por el estado de salud del animal. La felicidad del poni, ahora lo entiende, era la única forma en que podía expresar su desesperación emocional. En su mente, mientras duerme, sigue dibujando imágenes de ponis en los márgenes de sus cuadernos de ejercicios. Está convencido de que puede hablar con los caballos. La conversación no es profunda ni tiene objeto comercial. Sólo son calmadas, y muy banales, lo cual le tranquiliza', se lee en El dinero de los demás (Ático de los libros), donde Cartwright, finalista del Booker y ganador del Whitbresd, satiriza sobre la actual crisis bancaria.

El hombre que sueña con un poni tranquilizador llamado Copelia es Julian Trevelyan-Tubal, presidente del banco londinense Tubal & Co y protagonista de la novela. Julian necesita desesperadamente que su poni le consuele. Ha manipulado las cuentas para que nadie se dé cuenta de que el banco está al borde de la quiebra.

El libro enfrenta los métodos de dos generaciones de financieros

La empresa familiar Tubal & Co, fundada en 1671, está en graves problemas tras haber invertido parte del dinero de sus clientes en un turbio fondo de inversión. Los apuros estresan a Julian, que empieza a tener ganas de mandarlo todo al cuerno. Mientras tergiversa los balances, trata de vender el barco a los estadounidenses y apaña una acuerdo con el Gobierno para que la prensa no publique el escándalo, Julian Trevellyan-Tubal se consuela echando pestes del sistema en un monólogo interior sin piedad: 1) 'Quizás la única salida al dilema es volverse ecológicos: todos los directivos del banco, incluyendo el jefe, conducirán uno de esos coches híbridos que funcionan con gas y electricidad, y así demostrarán su compromiso con un futuro verde y menos residuos, y por extensión con prácticas empresariales más éticas. ¿O ahora dicen responsables en lugar de éticas? En la City a nadie le importa un huevo la ecología, pero saben que no tienen que decirlo en público'. 2) 'Esta gente le ha tomado el pelo al resto de la humanidad con un timo gigantesco'. 3) 'Esta industria podrida y tambaleante descansa sobre la codicia y las medias verdades'. 4) 'Y los peores de todos, nosotros los banqueros, que creíamos que se podía fabricar dinero a partir del aire'.

El propio Cartwright explica a Público desde Londres su visión del momento que vivimos y el porqué del título de su novela: 'El grito el dinero de los demás' se oía en algunas salas de los bancos cuando las inversiones fallaban. Era un grito irónico y a menudo despectivo. Esa es exactamente mi impresión: que los banqueros han tratado de un modo despectivo al mundo exterior'.

Las dos escuelas

'Continuaremos pagando sus errores durante muchos años', dice el autor

Julian representa a los banqueros modernos, los que apuestan por los productos financieros, mientras que su padre, Sir Harry Trevelyan-Tubal que agoniza en el hospital mientras su hijo maniobra para salvar el banco, es el aladid de la vieja escuela, ajeno a las argucias de la era neoliberal.

Métodos diferentes para lograr, no obstante, el mismo objetivo: obtener el máximo beneficio. Aunque, con la que está cayendo, quizás sea inevitable sentir nostalgia por la vieja escuela, por los Rockefeller de toda la vida, entrañables mecenas de las artes que amasaron su dinero sin necesidad de recurrir a instrumentos financieros absurdos fuera de cualquier tipo de control. ¿O da todo igual?

'Los Tubal de mi novela, que empezaron como humildes inmigrantes en el siglo XVII, se convirtieron en personas fabulosamente ricas y cultas. Puede que la naturaleza de su cultura sea interesada, pero pertenecen a un pequeñísimo grupo de banqueros refinados, que han sido grandes benefactores y figuras sociales relevantes. La cuestión subyacente, en mi opinión, es si estas familias pueden seguir manteniendo su éxito y su influencia en el contexto de la economía global. Julian reconoce que tanto ellos como su modelo de negocio puede ser anacrónico. Si piensas en las personas más ricas del mundo ves que muchos están relacionados con los nuevos medios de comunicación y las nuevas tecnologías', explica Cartwright.

'La idea de que los mercados se pueden autorregular es un disparate'

Julian decide modernizar el banco, ya que su padre 'jamás comprendió que para obtener un retorno suficiente de la inversión hacían falta instrumentos financieros que los bancos de depósito jamás pudieron imaginar'. Decide que la respuesta al enigma renovarse o morir es renovarse. Pero al echarse en brazos de los bancos de inversión, el dilema renovarse o morir se convierte en renovarse y morir. Modernización significa aquí ir al casino y salir trasquilado. Con el dinero de los demás.

Justin Cartwright investigó el mundo de las nuevas finanzas globalizadas antes de empezar a escribir su novela. Habló con prohombres de la City de todo tipo y condición. Pese a que sus banqueros de ficción son personajes complejos capaces de lo mejor y de lo peor y El dinero de los demás está lejos de ser un panfleto, su contacto con los banqueros reales no le dejó precisamente una impresión muy positiva del gremio.

'Tengo la sensación de que los banqueros y los hombres de las finanzas estaban engañados sobre su importancia real. Debido a que ganaban y continúan ganando tanto dinero, han llegado a creer que estaban haciendo algo casi mágico, algo que demanda sin duda unas tremendas habilidades. De hecho instrumentos financieros como las ventas a corto y los credit defaults ya han sido puestos en evidencia como lo que son, juegos de azar. Los banqueros fantasearon con instrumentos libres de riesgo' que no sólo proporcionaban grandes beneficios sino que además permitían que uno no tuviera que preocuparse nunca de las consecuencias sociales de sus actos. Ahora todos nosotros estamos pagando esto y continuaremos pagándolo durante muchos años', explica el autor británico nacido en Suráfrica.

La banca descrita en El dinero de los demás ha entrado en una fase de autodestrucción inconsciente, con Julian pensando que la entidad que preside 'finge que sus analistas y gestores financieros comprenden los mercados y, peor aún, que dichos mercados son inherentemente racionales' y que 'en el banco nadie sabía lo que los inversores estaban comprando. Les siguieron el cuento porque estaban demasiado impresionados con el beneficio que obtenían'.

Julian cree, por tanto, que los bancos están cavando su propia tumba sin querer. Un tema extremadamente contemporáneo ahora que los balances de los estados europeos apuntan a que las medidas de austeridad y recortes propuestas por el lobby neoliberal para salir de la crisis están profundizando en la recesión económica. ¿Está el sistema acabando con el sistema sin darse cuenta?

'En cierto modo, sí, porque el sistema está impulsado casi enteramente por el deseo de hacer dinero, y me refiero al concepto de hacer dinero de la gente que trabaja en las finanzas. El cortoplacismo es una maldición propia tanto de los banqueros como de los políticos. Un regulador internacional me dijo que es virtualmente imposible para ellos ponerse al día en la nueva economía global. La idea de que los mercados se pueden autorregular es claramente un disparate que nos deja a merced de unos mercados con tendencia a las apuestas. Como dijo el gran economista John Maynard Keynes en 1936, cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en un producto colateral de las actividades de un casino, lo más probable es que las cosas no se hagan bien', zanja Cartwright aludiendo a la cita que abre la novela.

'Todos parecen culpables de un fraude, el de fingir que sabían lo que hacían con el dinero de los demás', se lee en el libro. Ahora sólo queda rezar para que un ejército de pequeños ponis interrumpa el sueño de los banqueros y les diga: 'Basta ya, amiguitos'.

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