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Alonso apunta a Vettel

El español logra el primer triunfo del año, con el alemán segundo, y certifica la mejoría de Ferrari

ÁNGEL LUIS MENÉNDEZ

Dos son las sendas que llevan al trono. Una, la principal, la fácil, responde a la pura chiripa biológica: nacer el primero en la línea sucesoria. La otra, más laboriosa, consiste en pertenecer a la estirpe real y, sabiendo que tienes a otros por delante, estar preparado para ceñirte la corona en cualquier momento. Fernando Alon-so llevaba más de ocho meses de frustrante espera. La dinastía Ferrari no gobernaba una carrera desde el GP de Corea de 2010. Este domingo, en el corazón del Reino Unido, el español rompió el absolutismo de RedBull, que había ganado seis de las ocho citas anteriores, y en la novena se aupó a lo más alto del podio y agitó al cielo inglés el cetro de triunfador.

La victoria de hoy tiene muchos matices de color rojo, pero todavía un solo color predominante, el azul de Red Bull: Vettel, segundo, llegó a Silverstone con 77 puntos de ventaja en el liderato del Mundial y se marchó con 81 sobre su compañero Webber, segundo en la clasificación general y tercero hoy.

En el seno del equipo austríaco, sin embargo, lucen por primera vez en lo que va de temporada varias señales de alarma que no deberían desdeñar. La primera, la definitiva resurrección de Ferrari. La Scuderia llevó a Inglaterra dos novedades aerodinámicas, alerón trasero y suelo, merced a las cuales Alonso y Massa quinto exhibieron un ritmo endiablado en muchas fases de la carrera. Teniendo en cuenta que Silverstone es, teóricamente, uno de los circuitos más desfavorables para las características del F-150º Italia, Red Bull haría mal confiándose.

Luego está Alonso. Despiadado, el asturiano saboreó de nuevo la sangre, lo que le hace más peligroso de lo habitual. Partiendo desde la tercera posición de la parrilla, firmó otra carrera magistral. Sin un error y con un pilotaje vertiginoso y milimétrico a la vez. Mantuvo la posición de salida hasta la primera parada, cuando montó los neumáticos blandos. Entonces, mientras las gomas cogían temperatura, fue adelantado por Hamilton (vuelta 15), un huracán constante y prodigioso. Alonso ni siquiera hizo ademán de defenderse. Siguió a lo suyo, calentó poco a poco las ruedas, comenzó a derretir los mejores tiempos y en la vuelta 23 le devolvió la jugada a Lewis. Lanzado, corrió en pos de Webber. Y tanto le achuchó que el australiano decidió entrar a boxes. También por primera vez en lo que va de curso, a los mecánicos de Red Bull les temblaron las manos y, de una tacada, arruinaron las respectivas carreras de sus dos pilotos.

Webber perdió dos posiciones en un cambio lento y, a renglón seguido, Vettel dejó aparcadas en el taller austríaco todas sus opciones de victoria. El alemán y Alonso, primero y segundo, entraron a la vez y en fila india. Mientras en Red Bull se enredaban con la rueda trasera izquierda, el Ferrari regresó raudo a la calle del pitlane y enfiló hacia la pista. El español afrontó la vuelta 28 en cabeza y con el ansia acumulada durante semanas de sufrimiento, se dispuso a conservarla a cualquier precio. No falló.

A cielo abierto, Alonso voló. Experimentó el supremo gozo de un piloto. El deleite de pisar a fondo buscando el límite del bólido en cada metro de alquitrán. La felicidad que da el sentirte dominador supremo de la más poderosa máquina de cuatro ruedas que surca el asfalto. Acumuló vuelta rápida sobre vuelta rápida y, tras un tercer cambio de gomas perfecto, cruzó triunfante bajo la bandera de cuadros con más de 16 segundos de ventaja sobre Vettel. Hoy reinó en Inglaterra.

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