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Las botas de Villa

A mi amigo Quini, por tantas alegrías futbolísticas y porque supo transformar los goles en solidaridad

GERMÁN OJEDA*

* Profesor Titular de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Oviedo y ex presidente delSporting de Gijón

“Donde hay carbón hay de todo”, dejó dicho Alejandro Aguado, uno de los padres de la revolución industrial española. En efecto, donde hay carbón hay pozos y chimeneas, hay economía industrial, hay cultura obrera, hay movimiento sindical y hay fútbol, mucho fútbol, porque el fútbol, como la revolución industrial, fue inventado por los ingleses para fomentar entre los obreros la sana actividad deportiva como alternativa al vicio de la taberna, que era la verdadera “casa del pueblo” de la clase trabajadora hasta que el socialismo pudo iniciar, con Pablo Iglesias al frente, aquella obra redentora de formar al “obrero consciente”.El héroe nacional de estos días se llama David Villa y es hijo directo de esta historia que empezó hace más de un siglo en Huelva y en Asturias, en Vizcaya y en Barcelona, es hijo del carbón y de la mina, es hijo y nieto de mineros asturianos, es heredero de esos míticos “obreros conscientes”, que nunca se resignaron ni a la derrota ni a la humillación, de los que siempre han vivido practicando el trabajo solidario, de los que luchan hasta el final (como lo prueba su gol contra Suecia en el último minuto), es decir, que la cultura de Villa es la cultura de la solidaridad, está en sus genes históricos e identitarios.

Así fue también su antecesor y maestro, Enrique Castro “Quini”, que como Villa procedía de la cultura industrial, que se formó dando patadas a un balón junto a las chimeneas y que además metió decenas de goles por la escuadra de la fraternidad en la selección española, en el Barca y en el Sporting de Gijón, hasta ser uno de los deportistas más justamente queridos de la historia del fútbol español.

El “Guaje” y el “Brujo”, la mina y la fábrica, la cultura obrera y el balompié, Asturias y España, como quedan grabados en las botas de Villa, que son su principal instrumento de trabajo y la expresión última de sus sentimientos más profundos: el amor compartido a la patria chica y a la grande, a su tierra y a su país.

He aquí reflejadas efectivamente en las botas de Villa las banderas de una cultura, de una historia, de una comunidad, de la “Asturias patria querida” que siempre estuvo en la vanguardia de la mejor España, construyendo con Jovellanos a la cabeza la ilustración y el liberalismo, construyendo después -como dijo Costa- el regeneracionismo patrio “al grito de Gijón”, y construyendo en fin frente al franquismo la España democrática.

En realidad, Villa es hijo de este doble sentimiento asturiano y español, de esta memoria histórica democrática y solidaria que no se rinde nunca ante la adversidad, que celebra sus goles con España con la misma emoción que celebra el ascenso del Sporting, por eso Villa además de un gran futbolista es un joven postnacionalista del siglo XXI.

David Villa se crió entre pozos y chimeneas y se formó en el Sporting, igual que Quini. Ambos expresan en el fútbol el alma del mundo obrero e industrial, son la expresión deportiva de esa “Asturias patria querida” que nunca se resignó, ni ante el poder del viejo absolutismo ni ante la dictadura de Franco.

El escritor alemán Hans Magnus Enzensberger observó hace años que Gijón era la ciudad que mejor reflejaba la historia de España, porque su calle principal estaba limitada por las figuras de los grandes personajes históricos que la definieron en sus orígenes y en su modernidad, a saber, en un extremo la magna estatua de Pelayo, el padre de la España cristiana; en el otro lado el gran bronce de Jovellanos, el padre de la España liberal. Pues como el “Guaje” siga metiendo goles con la selección nacional, Gijón va a tener que levantar un nuevo monumento a las botas de Villa.

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