La reflexión es de Fernando Torres y parece certera. El fútbol es cuestión de dinámicas. Y España se ha instalado en la de ganar. El día de Suiza se alteró la secuencia y por eso quedó tan tocada. Pero ya ha vuelto a la inercia triunfante. La Roja gana porque tiene que ganar. Se juega mal en el amistoso ante Corea y llega Navas en el último minuto y marca. ¿Por qué? Porque España tiene que ganar. No se hace bien ante Paraguay, pero Villa se encuentra con el balón escupido del poste y rescata a la se-lección del peligroso cara o cruz en el que se había sumergido. ¿Por qué? Porque tiene que ganar. Es algo vigente desde la Eurocopa, un halo que jamás había protegido a este equipo.
Casi al revés, España parecía tocada por un gen fatalista que la conducía inevitablemente a la derrota, muchas veces en esa frontera de cuartos de final que ayer definitivamente quedó superada. Del día de la verdad siempre salía con el mismo epitafio: jugó como nunca y perdió como siempre. Ahora la sentencia se ha invertido: juegue como siempre o incluso peor, España gana. Una ley del fútbol cultivada históricamente hasta las últimas consecuencias por escuadras como Italia, Argentina o Alemania. No la sostienen más argumentos científicos que la estadística, pero la teoría ha alcanzado tintes de religión: el fútbol son once contra once y siempre gana Alemania. España se ha incorporado al club. Al tiempo que a dos de los fundadores se les acabó al fin el chollo. Italianos y argentinos, brasileños también, pagaron su mezquindad y su falta de recursos con eliminaciones sonrojantes.
Queda Alemania, que, por una vez, soporta con un juego delicioso su legendaria fortaleza competitiva y de resultados. Está siendo la mejor del Mundial con mucha diferencia. Ha tenido más dificultades enfrente y las ha superado con un fútbol completo. Al ataque y al contraataque, cosido al Jabulani que tanto incomoda a los demás, arrollador e incansable. Alemania es mucho más que ese escudo temible. Es juego superlativo. Un contratiempo verdadero contra la saludable nueva inercia que empuja a España. Quizás esta vez la victoria no aparezca sino se la convence antes por la vía de la seducción. A La Roja le toca de una vez volver a jugar. Porque, aunque ya no hay quien contenga la ilusión desbordada, hasta la inercia tiene un límite.
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