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Una parábola de miedo en Pretoria

LADISLAO JAVIER MOÑINO

En su máxima expresión, en un Mundial, el fútbol puede ser muy puñetero porque el miedo al fracaso agarrota. Desnuda y desarma. Esta vez Torres no sonreía con el niño que llevaba de la mano. Estaba serio, concentrado. España vestía de azul y blanco; eran tan irreconocible por el traje como con la pelota. 'Aquel que posee más, más miedo tiene de perderlo', escribió Da Vinci.

España lo tenía todo antes de empezar el Mundial. Un estilo y el cartel de favorito indiscutible. Ayer, por el rostro de sus futbolistas, sólo tenía culebras en el estómago. Un grito desmesurado de Casillas a Capdevila tras conceder una ocasión explicaba ese miedo. La tensión que la desfiguró por la cercanía del fracaso.

Mientras España vivía atemorizada, Bielsa ocupaba todo el área técnica. Tan pronto estaba sentado en cuclillas en una esquina, como apoyaba su columna en la estructura que soporta el banquillo. Estamos ante un entrenador que parece capaz de manejar a sus jugadores con control remoto. Los coloca y los recoloca, cuadriculado como tiene el campo metido en la cabeza. Cuando Chile se quedó con diez parecía que se quería meter en el partido. Un personaje.

Chile era ataque y España miedo. En medio de ese pavor una pancarta: 'Torres mete un gol y te regalo a mi suegra'. El costumbrismo viaja con el fútbol a un salón con cerveza y patatas fritas o a la punta de África. Un viaje infinito también esa parábola de Villa. Mientras la pelota viajaba camino de la portería, el banquillo español se levantó expectante. Alguno como Reina parecía que iba a salir a correr detrás del balón. Cuando la pelota besó la red todos corrieron a por Villa, que otra vez hizo un brindis torero. Un zurdazo certero en medio de ese acongojo que vivía España. Una parábola de miedo, que no de terror, porque la precisión es sinónimo de estabilidad emocional. Villa pareció el único jugador de Del Bosque que no le teme al fracaso en este Mundial.

La celebración de Iniesta también confirmó ese estado de pánico. Delicado y sensible como es, se fue al córner. Allí pateó el banderín con rabia, soltando tantos demonios como adrenalina. Lo dobló. Una patada tan rabiosa como liberadora.

Le duró poco a España su escapada de la jindama. Cuando Chile convirtió su gol, Del Bosque empezó a parecerse a Bielsa. Nunca se le ha visto tan activo en un choque. No se sentó después de esa otra parábola, esta en contra. Su pose habitual es la de un hombre acostado en el banquillo interiorizando los partidos. A él también le pudo el miedo, el agobio de pensar en una eliminación con 2-0 a favor y Chile con diez en el campo. Respiró tranquilo cuando el árbitro señaló el final del partido. También Bielsa. Hubiera sido injusto que el personaje más singular de este Mundial se hubiera ido a con seis puntos y pintándole a España la cara y su parábola del miedo. 

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